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Brian Goldman: Los médicos cometen errores. ¿Podemos hablar de eso? – Charla TEDxToronto 2010

Charla «Brian Goldman: Los médicos cometen errores. ¿Podemos hablar de eso?» de TEDxToronto 2010 en español.

Todos los médicos cometen errores. Pero el médico Brian Goldman dice que la cultura médica de la negación (y la vergüenza) reprime a los doctores de hablar de esos errores, o de usarlos como aprendizaje o superación. Con historias de su extensa práctica profesional, apela a que comiencen a hablar de sus equivocaciones.

  • Autor/a de la charla: Brian Goldman
  • Fecha de grabación: 2011-11-11
  • Fecha de publicación: 2012-01-25
  • Duración de «Brian Goldman: Los médicos cometen errores. ¿Podemos hablar de eso?»: 1168 segundos

 

Traducción de «Brian Goldman: Los médicos cometen errores. ¿Podemos hablar de eso?» en español.

Creo que tenemos que hacer algo con una parte de la cultura médica que debe cambiar.

Y creo que esto empieza con un médico, y ese soy yo.

Y he ejercido el tiempo suficiente para permitirme ceder parte de mi falso prestigio en eso.

Antes de tratar el tema de mi charla, hablemos un poco de béisbol.

¿Por qué no?

Estamos cerca de la final, se aproxima la Serie Mundial.

Nos encanta el béisbol,

¿cierto?


(Risas)
El béisbol está lleno de estadísticas sorprendentes.

Hay cientos de estadísticas.

Está por salir «Rompiendo las reglas»; habla de las estadísticas y de usarlas para formar un gran equipo de béisbol.

Me centraré en una de ellas y espero que muchos de Uds.

la conozcan.

Se llama promedio de bateo.

Y hablamos de 300, de un bateador que batea 300.

Eso significa que el beisbolista bateó eficazmente, 3 de 10 veces.

Eso significa lanzar la pelota al campo de juego sin ser atrapada, y que cualquiera que trate de lanzarla a la primera base, no llegue a tiempo, y la segunda base estará salvada.

3 intentos de 10.

¿Uds.

saben cómo llaman a un bateador de 300 en las Grandes Ligas?

Bueno, realmente bueno, tal vez del equipo de las estrellas.

¿Uds.

saben cómo llaman a un bateador de béisbol de 400?

Por cierto, ese es alguien que de 10 golpes, acierta 4.

Legendario…

como el legendario Ted Williams, el último jugador de la Liga Mayor de Béisbol en ejecutar más 400 golpes en una temporada regular.

Ahora traslademos esto a mi mundo de la medicina donde me siento mucho más cómodo, o tal vez menos incómodo, después de lo que les contaré hoy.

Supongan que tienen apendicitis y son derivados a un cirujano que tiene también un récord de 400 en apendicetomías.


(Risas)
Así no funciona,

¿cierto?

Ahora supongan que viven en un lugar alejado y un ser querido tiene dos arterias coronarias obstruidas y su médico de familia lo deriva a un cardiólogo cuyo récord en angioplastia es de 200.

Pero,

¿saben algo?

Ella está mejorando notablemente este año y sus aciertos han sido 257.

Esto no está funcionando.

Pero les preguntaré:

¿Cuál creen Uds.

que debe ser el promedio de aciertos de un cirujano cardíaco u ortopédico, de una enfermera o de un obstetra ginecólogo?

1000, muy bien.

Y la verdad del asunto es que nadie en toda la medicina conoce los aciertos de un buen cirujano, de un médico o paramédico.

Lo que hacemos, sin embargo, es enviarlos al mundo, y me incluyo, con el mandato de ser perfectos.

Que nunca, jamás, cometan un error y preocúpense de averiguar cómo hacerlo bien.

Ese fue el mensaje que absorbí cuando estaba en la facultad de medicina.

Yo era un estudiante obsesivo compulsivo.

Una vez, un compañero en la secundaria dijo que Brian Goldman estudiaba hasta para un examen de sangre.


(Risas)
Tal cual.

Estudiaba en mi pequeño desván, en la residencia de enfermeras del Hospital General de Toronto, no lejos de aquí.

Y aprendí todo de memoria.

De mi clase de anatomía, memoricé el origen y el trabajo muscular, la ramificación de cada arteria que sale de la aorta, el diagnóstico diferencial frecuente y el no habitual.

E incluso conocía el diagnóstico diferencial sobre cómo clasificar la acidosis tubular renal.

Y mientras tanto acumulaba más y más conocimiento.

Y me iba muy bien; me gradué con honores.

Y egresé de la escuela de medicina con la impresión de que si memorizaba todo, entonces sabría todo, o lo más posible, cercano al todo, porque así me inmunizaría de los errores.

Y funcionó por un tiempo, hasta que conocí a la señora Drucker.

Yo era residente en un hospital universitario aquí, en Toronto cuando trajeron a la señora Drucker al servicio de emergencias donde yo trabajaba.

En aquel momento me asignaron al servicio de cardiología.

Y cuando emergencias solicitó consultar a un cardiólogo me tocó asistir a esa paciente e informar al jefe de residentes.

Cuando vi a la señora Drucker, estaba jadeando.

Escuché un sonido resollante.

Y cuando la ausculté, escuché un sonido quebradizo en ambos lados, lo que me indicaba una insuficiencia cardíaca congestiva.

En estas condiciones el corazón deja de funcionar y, en lugar de bombear la sangre hacia adelante, la sangre va a los pulmones, éstos se llenan de sangre, y por eso hay dificultad para respirar.

Y no era difícil de diagnosticar.

Lo hice y me puse a trabajar en el tratamiento que le daría.

Le di aspirina y medicación para aliviar la presión en su corazón.

Le di diuréticos, píldoras de agua, para que pudiera eliminar líquido.

Y en una hora o dos, ella comenzó a sentirse mejor.

Y me sentí muy bien.

Y ahí fue cuando cometí el primer error; la envié a su casa.

En verdad, cometí dos errores más.

La envié a su casa sin hablar con el jefe de residentes.

No levanté el teléfono ni hice lo que debería haber hecho, que era llamar a mi jefe y consultarlo con él para que la viera.

Y si mi jefe la hubiera visto, habría podido aportar información complementaria.

Tal vez lo hice por una buena razón.

Quizá no quería ser un residente que requiriera atención constante.

Tal vez quería ser tan exitoso y capaz de asumir responsabilidades, que podría cuidar de mis pacientes sin siquiera contactar a mi jefe.

El segundo error que cometí fue peor.

Al enviarla a su casa, no presté atención a una voz en mi interior que me decía: «Goldman, no es una buena idea.

No lo hagas».

De hecho, estaba tan inseguro que hasta le pregunté a la enfermera que cuidaba a la señora Drucker: «

¿Crees que está bien si se va a su casa?

» Y la enfermera pensó y luego dijo con total naturalidad: «Sí, yo creo que estará bien».

Recuerdo eso como si fuera ayer.

Así fue que firmé el alta, y la ambulancia junto con los paramédicos la llevaron a su casa.

Y volví a la sala del hospital.

El resto de ese día, esa tarde, tuve un mal presentimiento en el estómago, pero seguí con mi trabajo.

Al final del día, empaqué para dejar el hospital y caminé hacia el estacionamiento donde estaba mi auto para irme a casa.

En ese momento hice algo que no hago normalmente, pasé por el servicio de emergencias de camino a casa.

Y allí otra enfermera, no la que cuidaba de la señora Drucker antes, sino otra.

Me dijo tres palabras, esas tres palabras que la mayoría de los médicos de emergencia temen.

Otros especialistas las temen también, pero hay una particularidad en emergentología y es que vemos a los pacientes fugazmente.

Las tres palabras son:

¿Se acuerda Ud.?

«

¿Se acuerda del paciente que envió a su casa?

«, preguntó la otra enfermera con total naturalidad.

«Pues ella regresó», con el mismo tono de voz.

Ella se fue bien.

Pero regresó y al borde de la muerte.

Al cabo de una hora de haber llegado a su casa, después de que yo le diera el alta, sufrió un colapso y su familia llamó al 911; los paramédicos la trajeron a emergencias con una presión arterial de 50 mm de Hg, lo que significa un shock severo.

Apenas respiraba y estaba azul.

El personal de emergencia desplegó todos sus recursos.

Le dieron medicación para subir la presión arterial y le pusieron un respirador artificial.

Yo estaba conmocionado y sacudido hasta la médula.

Tenía una mezcla de sentimientos porque después que la estabilizaran estuvo en terapia intensiva y esperaba contra toda esperanza que se recuperara.

Y en los dos o tres días siguientes era evidente que nunca despertaría.

Tenía un daño cerebral irreversible.

La familia se reunió y en 8 o 9 días, se resignaron a lo que estaba sucediendo.

Y al noveno día, la dejaron ir.

La señora Drucker, esposa, madre y abuela.

Dicen que nunca se olvidan los nombres de los que mueren.

Esa fue mi primera experiencia.

Las semanas siguientes, me castigué por ello y experimenté por primera vez la malsana vergüenza que existe en nuestra cultura médica y me sentí solo, aislado, sin sentir esa vergüenza sana porque no puedes hablarlo con tus colegas.

Uno conoce ese estado de salud cuando traiciona al mejor amigo develando un secreto que prometió guardar, y se descubre.

Entonces su amigo lo enfrenta y tienen una discusión terrible, pero al final ese sentimiento desagradable es su guía y uno admite que nunca más cometerá ese error.

Uno hace las paces y nunca más comete ese error.

Es esa vergüenza que deja una enseñanza.

La vergüenza malsana de la que hablo es la que nos hace sentir muy mal por dentro.

Es la que nos dice no que aquello que hicimos estuvo mal, sino que somos malos.

Y eso sentía.

Y no fue por mi jefe; él era un encanto.

Habló con la familia y estoy seguro que suavizó las cosas y se aseguró de que no me demandaran.

Y seguí haciéndome esas preguntas.

¿Por qué no le pregunté a mi jefe?

¿Por qué la envié a su casa?

Y en mis peores momentos:

¿Por qué cometí un error tan tonto?

¿Por qué elegí medicina?

Poco a poco ese sentimiento se fue disipando.

Y comencé a sentirme mejor.

Y en un día nublado, se abrió el cielo y finalmente salió el sol.

Y me preguntaba si me sentiría mejor otra vez.

E hice un trato conmigo mismo en el que si redoblaba los esfuerzos para ser perfecto para no cometer más errores, haría cesar esas voces.

Y así fue.

Volví a trabajar, pero volvió a suceder.

Dos años después, era ayudante en el departamento de emergencia en un hospital comunitario al norte de Toronto, y recibí a un hombre de 25 años con un dolor en la garganta.

Yo estaba muy ocupado y apurado y él señalaba aquí.

Observé su garganta, estaba un poco colorada, le prescribí penicilina y lo envié a su casa.

Pero mientras él se dirigía a la puerta seguía señalando su garganta.

Dos días después, cuando vine a hacer mi cambio de guardia, mi jefa pidió hablar conmigo tranquilamente en su oficina.

Y pronunció las tres palabras:

¿Se acuerda Ud.?

¿Recuerda al paciente que vio por un dolor en la garganta?

Pues él regresó y no tenía una faringitis estreptocócica.

Tenía una afección potencialmente mortal llamada epigliotitis.

Pueden buscarla en Google.

Es una infección, no de la garganta, sino de la vía aérea superior, y que puede causar el cierre de esas vías.

Él, afortunadamente, no falleció.

Se le administró antibióticos por vía intravenosa y se recuperó a los pocos días.

Y atravesé el mismo período de vergüenza y reproches, luego me alivié y regresé a trabajar, hasta que sucedió una y otra vez, y otra vez.

Dos veces en el mismo turno de urgencias, no diagnostiqué apendicitis.

Y es un gran esfuerzo, especialmente trabajar en un hospital, ya que se asiste a 14 pacientes al mismo tiempo.

Pero en ambos casos, no los envié a casa y no creo que haya sido un descuido.

Uno de ellos pensé que tenía un cálculo renal.

Ordené una radiografía de riñones pero resultó normal.

Un colega que estaba revisando al paciente percibió cierta sensibilidad en el cuadrante inferior derecho y llamó al cirujano.

El otro paciente estaba con mucha diarrea.

Le ordené líquido para rehidratarse y le pedí a mi colega que lo revisara.

Lo revisó y al notar cierta sensibilidad en el cuadrante inferior derecho, llamó al cirujano.

Ambos fueron operados y se recuperaron bien Pero cada caso me atormentaba, me devoraba.

Pero me gustaría decirles que cometí los peores errores en los primeros 5 años de ejercicio y como muchos colegas dicen, es una porquería.


(Risas)
Los más significativos han sido durante los últimos 5 años.

Solo, avergonzado y sin apoyo.

Y aquí está el problema: si no puedo liberarme y hablar de mis errores, si no puedo encontrar la vocecita que me diga lo que realmente pasa,

¿cómo podré compartir esto con mis colegas?

¿Cómo les enseño esto para que no cometan los mismos errores?

Si yo entrara ahora a un lugar como éste, no tendría idea de lo que Uds.

piensan de mí.

¿Cuándo fue la última vez que escucharon a alguien hablar de fracaso, tras fracaso, tras fracaso?

Por supuesto que en una fiesta escucharán hablar de los errores de otros médicos, pero no escucharán a alguien hablar de sus propios errores.

Si entrara ahora a una sala llena de colegas, si les pidiera apoyo y les contara lo que les acabo de contar a Uds., no llegaría a la segunda historia sin que antes comenzaran a incomodarse, alguien haría una broma, cambiarían de tema y seguirían adelante.

Y si yo supiera y mis colegas también, que un traumatólogo en mi hospital amputó la pierna equivocada, créanme que tendría dificultades en mirarlo a los ojos.

Este es el sistema que tenemos.

La negación total de los errores.

Es el sistema en el que hay dos posiciones: los que cometen errores y los que no; los que no pueden dormir y los que sí; los que tienen pésimos resultados y los que tienen estupendos resultados.

Y es casi como una reacción ideológica, como anticuerpos que empiezan a atacar a esa persona.

Tenemos la idea de que si apartamos de la medicina a las personas que cometen errores, nos quedará un sistema seguro.

Pero eso trae dos problemas.

En 20 años aproximadamente de difusión y periodismo médico, he hecho un estudio personal de mala praxis médica y errores médicos para aprender lo posible, desde el primer artículo que escribí para el Toronto Star hasta mi programa: «White Coat, Black Art» (Delantal blanco, arte negro).

Y lo que aprendí es que los errores son omnipresentes.

Trabajamos en un sistema en el que los errores suceden todos los días, en el que 1 de cada 10 medicamentos prescriptos en el hospital son equivocados, o la dosificación no es correcta.

En un sistema en el que las infecciones intrahospitalarias son cada vez más, y más numerosas, provocando caos y muerte.

En este país, mueren 24 000 canadienses por errores médicos evitables.

El Instituto de Medicina de EE.UU.

estableció 100 000.

En ambos casos, se trata de subestimaciones burdas, porque no estamos desentrañando el problema como deberíamos.

Y así están las cosas.

Un sistema hospitalario donde el conocimiento se multiplica cada 2 o 3 años, y nosotros no nos actualizamos.

La privación del sueño invade todo y no podemos deshacernos de ella.

Tenemos sesgos cognitivos que permiten hacer un historial perfecto de un paciente con dolor en el pecho.

Ahora, tomemos al mismo paciente con un dolor en el pecho, viene locuaz con ojos llorosos y con aliento a alcohol y, de repente, mi historia se tiñe de desprecio.

No es la misma historia.

No soy un robot; no hago las cosas siempre igual.

Y mis pacientes no son autos.

No relatan sus síntomas siempre de la misma manera.

Por todo esto, los errores son inevitables.

Así, si tomamos el sistema como nos enseñaron, y eliminamos a todos los profesionales propensos a error, bueno, no quedará nadie.

¿Y con respecto a que la gente no quiere hablar de sus casos más graves?

En mi programa: «Delantal blanco, arte negro», ya es una costumbre decir: «este es mi peor error».

Les diría a todos, desde los paramédicos hasta el jefe de cirugía cardíaca: «este es mi peor error», bla, bla, bla…

«

¿Cuáles son tus errores?

» Y dirigiría el micrófono hacia ellos.

Y sus alumnos se detendrían, retrocederían, bajarían la cabeza y tragarían saliva y empezarían a contar sus historias.

Ellos quieren contar sus historias, quieren compartirlas.

Desean poder decir: «Miren, no cometan el mismo error».

Ellos necesitan un contexto donde poder hacerlo.

Necesitan una cultura médica redefinida.

Y comienza con un médico cada vez.

El médico redefinido es humano, se sabe humano, lo acepta, y no se enorgullece de sus errores, pero se esfuerza por aprender de lo sucedido para enseñar a otros.

Comparte sus experiencias con ellos.

Es apoyo para aquellos que hablan de sus errores.

Señala los errores de otras personas no con la intención de atraparlos, sino de una manera amorosa y de apoyo para que todos se beneficien.

Y trabaja en una cultura médica que reconoce que seres humanos dirigen el sistema, y cuando esto sucede, se cometen errores de vez en cuando.

Pero el sistema está evolucionando para crear soportes que permitan detectar de manera simple esos errores que inevitablemente cometemos los humanos.

Y además promover el apoyo y el cariño, espacios desde donde lo que observen en el sistema de salud, puedan detectar errores potenciales y ser recompensados por eso; especialmente a personas como yo, para que al cometer errores seamos retribuidos por admitirlos.

Mi nombre es Brian Goldman.

Soy un médico redefinido.

Soy humano, cometo errores y lo siento mucho pero me esfuerzo por aprender algo que pueda transmitir a otros.

Aún no sé qué piensan de mí, pero puedo vivir con eso.

Y permítanme concluir con tres palabras personales: yo lo recuerdo.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/brian_goldman_doctors_make_mistakes_can_we_talk_about_that/

 

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