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Comics del Nueva York de antaño de Ben Katchor – Charla TED2002

Charla «Comics del Nueva York de antaño de Ben Katchor» de TED2002 en español.

En este cautivadora charla de TED, el dibujante Ben Katchor lee de sus tiras cómicas. Estas perceptivas y surrealistas historias encuentran las profundas esperanzas y debilidades en la historia (y en la Nueva York moderna) preservadas en objetos como interruptores de luz y otros signos.

  • Autor/a de la charla: Ben Katchor
  • Fecha de grabación: 2002-02-28
  • Fecha de publicación: 2009-04-22
  • Duración de «Comics del Nueva York de antaño de Ben Katchor»: 671 segundos

 

Traducción de «Comics del Nueva York de antaño de Ben Katchor» en español.

Voy a leer unas cuantas tiras.

La mayoría de ellas son de una página mensual que hago para una revista de arquitectura y diseño que se llama Metropolis.

La primera historia se titula «El interruptor defectuoso».

Otro nuevo edificio bellamente diseñado estropeado por el sonido de un interruptor de pared vulgar.

Durante el día está bien, cuando la luz del sol inunda las salas principales.

Pero al anochecer todo cambia.

El arquitecto se pasó cientos de horas diseñando las placas de latón bruñido de los interruptores para su nueva torre de oficinas.

Y después dejó que un contratista instalase atrás aquellos interruptores de 79 centavos.

Sabemos por instinto hacia dónde estirar el brazo al entrar en una habitación a oscuras.

Automáticamente subimos la pequeña palanquita de plástico.

Pero el sonido que nos da la bienvenida al tiempo que la habitación se ilumina con el brillo simulado de la luz del atardecer, nos trae a la mente unos lavabos sucios de caballeros en la parte de atrás de una cafetería griega.


(Risas)
Ese sonido marca nuestra primera impresión de cualquier estancia.

Es inevitable.

Pero ese sonido, que comúnmente se describe como un clic,

¿de dónde viene?

¿Es tan solo el subproducto de un burdo mecanismo?

¿O es acaso la imitación de la mitad de los sonidos que emitimos para expresar la decepción?

La consonante a menudo dental de ningún idioma indoeuropeo.

¿O se trata del sonido amplificado de una sinapsis que se dispara en el cerebro de una cucaracha?

En los años 50 hicieron lo que pudieron para amortiguar este sonido con interruptores de mercurio, y difusores silenciosos.

Pero hoy en día esas mejoras parecen de algún modo artificiales.

El clic es la moderna fanfarria triunfal que nos avanza en la vida y anuncia nuestra entrada en todas las estancias oscuras.

El sonido que hace un interruptor de pared al apagarse, es de una naturaleza completamente distinta.

Tiene un sonido profundamente melancólico.

A los niños no les gusta.

Por eso dejan las luces encendidas por toda la casa.

Los adultos lo encuentran reconfortante.

¿No resultaría sencillo montar un interruptor para que accionase la sorda sirena de un barco de vapor?

¿O la grabación del canto de un gallo?

¿O el estallido lejano de un trueno?

Thomas Edison probó miles de sustancias insólitas antes de dar con la adecuada para el filamento de su bombilla eléctrica.

¿Por qué nos hemos conformado tan rápido con el sonido del interruptor que la enciende?

Y aquí se acaba.


(Aplausos)
La siguiente historia se llama «Alabanza al contribuyente».

Que tantos de los contribuyentes más venerables de la ciudad hayan sobrevivido a otro boom de los edificios comerciales es motivo de celebración.

Estas estructuras de uno o dos pisos, diseñadas para producir sólo los ingresos suficientes para pagar los impuestos del suelo que ocupan, no iban a ser edificios permanentes.

Pero por alguna razón u otra han frustrado los intentos de los promotores inmobiliarios de juntarlos en solares aptos para la construcción de edificios de muchas plantas.

Aunque no pretenden tener una belleza arquitectónica, son, en su perfecta provisionalidad, una agradable alternativa a las estructuras a gran escala que podrían ocupar su lugar algún día.

Los ejemplos más perfectos ocupan solares que hacen esquina.

Ofrecen un agradable respiro ante desarrollo de alta densidad que los rodea.

Un remanso de luz y de aire, una espera arquitectónica del momento oportuno.

Tan cubiertas de carteles están estas estructuras, que a menudo cuesta un instante distinguir al moderno contribuyente construido especialmente de su vecino, el pequeño edificio comercial de un siglo anterior cuyos pisos superiores han sido sellados y cuya planta baja ahora paga sus impuestos.

Las escasas superficies que no están cubiertas de carteles muestran a menudo un oscuro y distintivo revestimiento de aluminio estriado de color gris verdoso.

Locales de bocadillos para llevar, establecimientos de revelado de negativos, peep-shows y tiendas de corbatas.

Ahora esas estructuras provisionales, en algunos casos, han estado de pie durante la mayor parte de una vida humana.

El edificio provisional es una victoria de la organización industrial moderna.

Una saludable sublimación del ansia de construir.

Y la prueba de que no todas las ideas arquitectónicas necesitan estar grabadas en piedra.

Fin.


(Risas)
La siguiente historia se titula «Sobre el regazo del ser humano».

Para los egipcios de antaño el regazo era una plataforma sobre la que colocar los bienes terrenales de los difuntos— que medía 30 codos desde el pie hasta la rodilla.

No fue hasta el siglo 14 que un pintor italiano reconoció en el regazo un templo griego, tapizado de carne y de tela.

En los siguientes 200 años podemos ver al niño Jesús pasar de estar sentado a estar de pie sobre el regazo de la Virgen.

Y vuelta a empezar.

Todos los niños reproducen esa ascensión, separando una pierna o ambas, sentándose de lado, o apoyándose en el cuerpo.

Entre aquello y el moderno muñeco de ventrílocuo, dista tan solo un breve momento en la historia.

Esta mañana has vuelto a llegar tarde al colegio.

El ventrílocuo debe hacernos creer en un primer momento que un niño pequeño está sentado en sus rodillas.

La ilusión del habla le sigue a tal efecto.

¿Qué tienes que decir en tu defensa, Jimmy?

Como adultos admiramos el regazo desde una distancia nostálgica.

Tenemos recuerdos lejanos de aquel templo provisional, que se erigía siempre que un adulto se sentaba.

En un autobús abarrotado siempre había un regazo donde sentarse.

Son los niños y las adolescentes quienes son más conscientes de su belleza arquitectónica.

Entienden la integridad estructural de un profundo regazo avuncular, en comparación con la disposición temblorosa de una sobrina neurótica con tacones altos.

La relación entre un regazo y su dueño es íntima y directa.

Me imagino 36 pisos de un bloque de pisos de 450 viviendas —una razón para valorar la salud mental de cualquier arquitecto antes de concederle una comisión importante.

Los baños y las cocinas carecerán de ventanas, por supuesto.

El regazo del lujo es un constructo arquitectónico de la infancia que aspiramos vanamente a emplear como adultos.

Fin.


(Risas)
La siguiente historia se titula «La colección Haverpiece» Un anodino almacén, visible un instante desde los carrilles dirección norte de la autopista de Prykushko*, sirve como lugar de descanso temporal a la colección Haverpiece de fruta seca europea.

Las profundas arrugas de la superficie de una cereza seca.

El lustre premonitorio de un dátil extragrande.

¿Recordáis deambular de niños por las oscuras galerías de escaparates de madera?

Donde todo estaba a la vista en envases a prueba de cucarachas mal etiquetados.

Peras secadas con la forma de órganos genitales.

Medios melocotones como las orejas de un querubín.

En 1962, las existencias restantes las compró Maurice Haverpiece, un rico embotellador de zumo de ciruela, y las reunió para formar la colección central.

Es una forma de arte que está a medias entre el bodegón y la fontanería.

Tras su muerte en 1967, una cuarta parte se vendió para hacer compota, a un hotel restaurante de clase alta.


(Risas)
A los huéspedes que no sospechaban nada se les sirvieron, hervidos y centenarios, higos turcos para desayunar.


(Risas)
El resto de la colección permanece aquí, almacenado en bolsas lisas de papel marrón, hasta que se puedan recaudar los fondos para construir un museo permanente y un centro de estudio.

Un zapato hecho de piel de albaricoque para la hija de un zar.

Y ese es el fin.

Muchas gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/ben_katchor_comics_of_bygone_new_york/

 

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