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El vínculo fraterno – Charla TEDxAsheville

Charla «El vínculo fraterno» de TEDxAsheville en español.

¿Eras el niño favorito, el niño salvaje o el de en medio? Jeffrey Kluger explora el profundo vínculo de por vida entre hermanos y hermanas, y la influencia del orden de nacimiento, el favoritismo y la rivalidad entre hermanos.

  • Autor/a de la charla: Jeffrey Kluger
  • Fecha de grabación: 2011-11-13
  • Fecha de publicación: 2012-02-26
  • Duración de «El vínculo fraterno»: 1254 segundos

 

Traducción de «El vínculo fraterno» en español.

TED me ha persuadido para hacer un pequeño cambio en mi vida, convenciéndome de modificar el inicio de mi charla.

Me encanta esta idea del compromiso.

Así que, cuando salgan de aquí hoy, voy a pedirles que se comprometan o se vuelvan a comprometer con algunas de las personas más importantes de su vida: sus hermanos y hermanas.

Esto puede darles un profundo sentido a su vida, aunque no sea fácil.

Este es un hombre llamado Elliot, que tuvo muchos problemas.

Elliot era borracho.

Pasó la mayor parte de su vida luchando contra el alcoholismo, la depresión, la adicción a la morfina, y su vida terminó cuando tenía tan solo 34 años.

Agravaba la situación de Elliot que su apellido era Roosevelt.

Y no podía librarse de las comparaciones con su hermano mayor Teddy, a quien las cosas le resultaban, al parecer, más fáciles.

Tampoco fue fácil ser Bobby.

También fue el hermano de un presidente.

Pero adoraba a su hermano Jack.

Peleaba por él, trabajaba para él.

Y cuando Jack murió, también sangró por él.

En los años subsiguientes Bobby podía sonreír, pero parecía una sonrisa forzada.

Se perdía en su trabajo, pero parecía una tortura.

La misma muerte de Bobby, tan parecida a la de John, de algún modo parecía encajar.

A John Kennedy le privaron de su vida; y parecía que a Bobby casi le hubieran aliviado la suya.

Puede que no exista relación que nos afecte de modo tan profundo, que sea más cercana, sutil, difícil, dulce, feliz, triste, más llena de gozo o cargada de problemas que la relación que tenemos con nuestros hermanos.

El lazo fraternal es potente.

Hay pomposidad.

También petulancia, como cuando Neil Bush, hermano de tanto un presidente y un gobernador, afirmó: «He perdido la paciencia de ser comparado con mis hermanos mayores», como si Jeb y George W fueran los responsables del escándalo financiero y el lioso divorcio que marcó la vida pública de Neil.

Pero lo más importante de todo esto, es que el lazo fraternal puede brindar un amor duradero.

Los padres nos dejan demasiado pronto, la pareja y los hijos llegan demasiado tarde.

Nuestros hermanos son los únicos que nos acompañan durante todo el viaje.

A través de las décadas puede que no haya nada que nos defina y nos forme más fuertemente que la relación con nuestros hermanos y hermanas.

Es así para mí, es así para sus hijos y si tienen hermanos, es así para Uds.

también.

Esta foto fue tomada cuando Steve, a la izquierda, tenía ocho años.

Yo tenía seis, nuestro hermano Gary tenía cinco y mi hermano Bruce tenía cuatro.

No diré el año cuando se hizo la foto.

No fue este año.


(Risas)
Abro mi nuevo libro, «El efecto fraternal», en un sábado por la mañana, poco tiempo antes de esa foto, cuando los tres hermanos mayores decidieron que sería una buena idea encerrar al hermano menor en la caja de fusibles del salón de juegos.


(Risas)
Tratábamos, aunque no lo crean, de mantenerlo a salvo.

Nuestro padre era un hombre impulsivo, no se tomaba a bien que le interrumpieran un sábado por la mañana.

No se cómo pensó que sería su vida los sábados por la mañana teniendo cuatro hijos, de cuatro años o menores al momento de nacer el pequeño, pero no eran tranquilas.

Y no se lo tomaba a bien.

Y su reacción al ser molestado un sábado por la mañana era entrar de golpe al cuarto de juegos y propinar un castigo corporal de forma espontánea, atacando a quien pudiera alcanzar.

No éramos, de ningún modo, niños maltratados, pero sí nos pegaban y esto nos aterraba.

Así que ideamos una rutina de dispersarnos y escondernos.


(Risas)
En cuanto veíamos o escuchábamos las pisadas que se acercaban, Steve, el mayor, se escabullía bajo el sofá, yo me escondía en el armario del cuarto de juegos, Gary se metía en el arcón de juguetes al pie de la ventana, pero no sin antes meter a Bruce en la caja de fusibles.

Le decíamos que era la cápsula espacial de Alan Shepard, y eso lo hacía más sencillo.


(Risas)
Tengo que aceptar que no engañábamos a mi padre con esta treta.

Y no fue sino hasta años después que comencé a pensar que probablemente no fuese buena idea meter a un niño de cuatro años junto a un panel de fusibles viejos de alto voltaje.


(Risas)
Pero mis hermanos y yo, incluso en estos momentos poco felices, los superamos con algo que era claro y firme y bueno: una apreciación elemental del vínculo que nos unía.

Éramos una unión escandalosa, desordenada, peleonera, leal, amorosa y duradera.

Nos sentíamos mucho más fuertes así que como individuos.

Y sabíamos que conforme avanzaran nuestras vidas siempre podríamos recurrir a esa fuerza.

No estamos solos.

Hasta hace 15 años, los científicos no prestaban mucha atención al lazo entre hermanos.

Y con buena razón: tienes una sola madre, un solo padre, y si te sale bien el matrimonio, tienes un solo cónyuge de por vida.

Los hermanos no gozan esa exclusividad.

Son canjeables, fungibles, parte de la mercancía de la casa.

Los padres se instalan y comienzan a llenar los estantes de inventario, y las únicas limitaciones son los espermas, los óvulos y la economía.


(Risas)
Mientras puedas respirar, puedes suministrar el inventario.

La naturaleza se conforma con este arreglo porque nuestra directriz más elemental es pasar la mayor cantidad de genes a la nueva generación.

Los animales también luchan con estos mismos problemas, pero lo manejan de un modo mucho más directo y franco.

Un pingüino crestado que ha puesto dos huevos los mira bien y saca al más pequeño del nido, para enfocar sus esfuerzos en el polluelo probablemente más sano en el huevo más grande.

Un águila negra permite que todos sus polluelos rompan el cascarón y luego se mantiene alejada mientras los más grandes pelean con los menores, generalmente despedazándolos, para luego asentarse en el nido para criarlos en paz.

Los cerditos, tan tiernos como son, nacen con un extraño par de dientes afilados hacia afuera que usan para pincharse entre ellos cuando compiten por el mejor puesto para mamar.

El problema para los científicos es que esta noción de los hermanos como ciudadanos de segunda no es sostenible.

Después de que los científicos aprendieran todo sobre las relaciones dentro de la familia, las madres y otras relaciones, aun encontraron algo temperamental y oscuro que tiraba de nosotros, ejerciendo una especie de gravedad en sí misma.

Y eso solo podían ser los hermanos.

Los humanos no somos distintos a los animales.

Al nacer, hacemos todo lo posible para llamar la atención de nuestros padres, encontramos nuestras fortalezas y las promocionamos con ferocidad.

Uno es el gracioso, otro es el bonito, uno es el atleta, otro es el inteligente.

Los científicos lo llaman «desidentificación».

Si mi hermano mayor es jugador de fútbol de bachillerato, — que si vieran a mi hermano sabrían que no lo es — yo podría ser también jugador y obtener, como mucho, el 50 % de los aplausos en mi familia.

O, podría ser presidente del centro de estudiantes o especializarme en artes y recibir el 100 % de su atención en esta área.

Frecuentemente los padres contaminan el proceso de desidentificación al comunicarles a sus hijos, de manera sutil o no, que solo cierto tipo de éxitos serán aplaudidos en casa.

Joe Kennedy fue famoso por esto, al dejar claro a sus nueve hijos que se esperaba de ellos que compitieran entre ellos en deportes y se esperaba de ellos que ganaran, de otra manera se recluirían a comer en la cocina con el personal de servicio, en lugar de en el comedor con la familia.

No es de sorprender que el flacucho y segundón Jack Kennedy luchara tanto competiendo con su hermano primogénito Joe que estaba en mejor condición física, que a menudo se ponía en peligro.

En una ocasión echaron una carrera en bicicleta alrededor de la casa que terminó con un choque y 28 puntos para John.

Joe salió ileso.

Los padres acentúan este problema aún más cuando muestran favoritismo, lo que hacen de forma masiva, lo admitan o no.

En esta portada de TIME sobre mi libro «El efecto fraternal» hago referencia a un estudio que descubrió que el 70 % de los padres y el 65 % de las madres exhiben alguna preferencia por al menos uno de los hijos.

Y quiero resaltar la palabra «exhiben».

El resto de los padres puede que lo disimulen mejor.


(Risas)
Me gusta decir que el 95 % de los padres tienen un hijo favorito, el 5 % miente al respecto.

La excepción somos mi esposa y yo.

De verdad, no tenemos un favorito.


(Risas)
No es culpa de los padres que alberguen sentimientos de favoritismo.

Aquí también entra en juego nuestro cableado natural.

Los primogénitos son el primer producto de la cadena de producción familiar.

Durante dos años los padres, como norma, invierten dinero, calorías y muchos otros recursos en ellos, que para cuando llegan los segundos el primero ya está…

lo que las empresas llaman «fondo perdido», uno no quiere desinvertir en este y lanzarse a la investigación y desarrollo del nuevo producto.


(Risas)
Y lo que hacemos es, «voy a apoyar el Mac OS X y dejar que el Mac OS XI salga en un par de años».

Vamos en esa dirección.


(Risas)
Pero existen otras fuerzas.

Otro estudio similar que cito tanto aquí como en el libro, y muestra que aunque improbable, para un padre el favorito más común es la hija más pequeña.

El favorito más común para una madre es el hijo varón primogénito.

Esto no es Edipo.

Olviden lo que los freudianos habrían dicho hace cien años.

Y no es solo que los padres estén en la palma de la mano de sus hijas, aunque puedo decirles, como padre de dos niñas, que eso tiene algo que ver.

En realidad, lo que sucede es que existe un tipo de narcisismo reproductivo.

Tus hijos de género opuesto nunca pueden ser exactamente iguales a ti.

Pero si de algún modo se parecen en carácter, los vas a querer aún más.

Como resultado, un padre empresario se derretirá con su hija con un máster en negocios y una visión del mundo dura como el acero.

La madre que sea de tipo sensible flaqueará por su hijo el poeta.


(Risas)
El orden de nacimiento, otro tema que cubrí para TIME y en el libro, también afecta de otro modo.

Mucho antes de que los científicos le prestaran atención a esto, los padres notaban ya que existían ciertos patrones de carácter asociados con el orden de nacimiento: el primogénito serio que siempre se esmera; el de en medio atorado exprimido entre los hermanos; y el benjamín rebelde.

Y una vez más, cuando la ciencia irrumpe en esta área, encuentra que mamá y papá tenían razón.

Los primogénitos a lo largo de la historia han sido más grandes y sanos que los demás hijos, en parte por la ventaja que tuvieron en cuanto a comida en una zona que podía escasear.

Los primogénitos también son vacunados más asiduamente y como norma les llevan más veces al médico cuando enferman.

Y este patrón continúa hoy en día.

Sobre el coeficiente intelectual (CI) es, — lo puedo decir por haber nacido 2º — tristemente algo muy real.

Los primogénitos tienen una ventaja de tres puntos en su CI sobre los segundos y éstos una ventaja de 1,5 puntos sobre los siguientes.

En parte por la atención exclusiva que reciben de mamá y papá, y en parte porque tienen la oportunidad de guiar a los hermanos siguientes.

Todo esto explica por qué los primogénitos tienen mayor probabilidad de ser CEOs, de ser senadores, de ser astronautas, y mayor probabilidad de ganar más dinero que los demás hermanos.

Los benjamines llegan al mundo con un conjunto de desafíos distintos.

Los cachorros más pequeños y débiles de la manada, corren mayor riesgo de ser presa, así que tienen que desarrollar las llamadas «habilidades discretas» la habilidad de encantar y desarmar, de intuir lo que pasa por la cabeza del otro, de esquivar el golpe antes de que llegue.


(Risas)
También son simplemente más graciosos, que también es útil porque es más difícil pegarle a alguien cuando te hace reír.


(Risas)
No es coincidencia que a lo largo de la historia, algunos de los mejores escritores satíricos — Swift, Twain, Voltaire, Colbert —
(Risas)
son los hijos benjamines o uno de los últimos en una familia numerosa.

La mayoría de los hijos de en medio no salen ganando así.

Creo que somos como de segunda categoría.

Somos…


(Risas)
somos los que luchamos más arduamente por el reconocimiento en casa.

Los que siempre alzamos la mano mientras dan el turno a otro en la mesa.

Somos los que tardamos un poco más en encontrar nuestro camino en la vida.

Y esto puede ocasionar problemas de autoestima.

No obstante, que me pidieran dar esta charla de TED, hace sentirme ahora mucho mejor.


(Risas)
Pero el lado positivo para los de en medio es que también tienden a desarrollar relaciones más fuertes y sólidas fuera de casa.

Pero esta ventaja viene también de una desventaja, simplemente porque sus necesidades no fueron satisfechas en casa.

Los pleitos sobre favoritismo, orden de nacimiento y otros temas son tan implacables como suenan.

En el libro hago referencia a un estudio donde niños entre dos y cuatro años se pelean una vez cada 6,3 minutos, o 9,5 veces por hora.

Eso no es pelear, es una muestra de arte escénico.


(Risas)
Es extraordinario.

Una razón es que hay más gente en tu casa de las que crees, o al menos hay más relaciones.

Cada persona en casa tiene una relación discreta uno a uno con cada otra persona, y esos pares o díadas sí que suman.

En una familia con 2 padres y 2 hijos hay 6 díadas: Mamá tiene una relación con hijo A e hijo B, Papá tiene una relación con hijo A e hijo B.

Está la relación conyugal, y la relación entre los hijos.

La fórmula para esto se ve intimidante pero es real.

K representa el número de personas en la casa, y X es el número de díadas.

En una familia de 5 personas hay 10 díadas discretas.

La familia de 8 como los Brady, dejando a un lado la dulzura, tiene 28 díadas en esa familia.

La familia original Kennedy con 9 hijos tiene 55 relaciones distintas.

Y Bobby Kennedy, que tuvo a su vez 11 hijos, en su casa había la asombrosa cantidad de 91 díadas.

Esta sobrepoblación de relaciones hace que las peleas sean inevitables.

Y con mucha ventaja, el principal detonante de las peleas entre hermanos es la propiedad.

Los estudios dicen que más del 95 % de las peleas entre niños pequeños tienen que ver con que alguien toque, juegue, o vea la propiedad de la otra persona.


(Risas)
Esto es sano, aunque ruidoso, y la razón es que los niños pequeños llegan al mundo sin ningún control en absoluto.

Son completamente indefensos.

El único modo que tienen de proyectar su poder tan limitado es a través de los objetos que consideran propios.

Cuando alguien cruza esa línea tan delgada enloquecen, eso es lo que sucede.

Otra frecuente causa de discordia entre niños es la noción de justicia, como lo podrá corroborar cualquier padre que escuche 14 veces al día: «¡Pero eso no es justo!» En cierto modo esto también es bueno.

Los niños tienen un sentimiento innato del bien y del mal, de un trato justo o uno injusto, y esto les enseña una valiosa lección.

¿Quieren saber cuán profundamente arraigada está la noción de justicia en el genoma humano?

Procesamos ese fenómeno con el mismo lóbulo en el cerebro con que procesamos el asco, es decir que reaccionamos a la idea de un engaño del mismo modo que lo hacemos a la carne podrida.


(Risas)

¿Se preguntan por qué este personaje, Bernie Madoff, es tan impopular?

Todos estos dramas que ocurren día a día, momento a momento, sirven como ejercicios de inmersión total, en tiempo real, para la vida.

Los hermanos se enseñan mutuamente a evitar conflictos y a resolverlos, y cuándo defenderse, cuándo retirarse.

Aprenden amor, lealtad, honestidad, intercambio, cuidado, compromiso, la revelación de secretos y mucho más importante, el mantenimiento de confidencias.

Escucho a mis hijas pequeñas —

¿no son lindísimas?

— Escucho a mis hijas pequeñas hablando hasta altas horas de la noche, de igual manera que mis padres, sin duda, escuchaban a mis hermanos y a mí hablando, y a veces intervengo, pero por lo general, no.

Ellas son parte de una conversación y yo no.

Nadie más en el mundo es parte de esa conversación.

Y es una conversación que puede y debe continuar por el resto de sus vidas.

De esto vendrá una sensación de constancia, una sensación de tener un permanente compañero de viaje, Alguien con quien probaron la vida antes de que tuvieran que salir a buscarse la vida por su cuenta.

Hermanos y hermanas no son el sine qua non de una vida feliz; muchas relaciones de hermanos adultos se rompen irreparablemente y deben abandonarse por la cordura de todos los involucrados.

Los hijos únicos, a lo largo de la historia, con creatividad, de manera brillante, han desarrollado su socialización y sus habilidades de camaradería a través de amigos, primos, y compañeros de clase.

Pero tener hermanos y no aprovechar al máximo esos lazos creo que es una locura total.

Si las relaciones se rompen y son corregibles, corríjanlas.

Si funcionan, háganlas aún mejor.

No hacerlo es un poco como tener 400 hectáreas fértiles de tierras de cultivo y nunca plantarlas.

Sí, siempre se puede obtener la comida en el supermercado, pero piensen lo que están perdiendo de cultivar.

La vida es corta, es finita, y debemos jugar el todo por el todo.

Los hermanos pueden estar entre las cosechas más ricas del tiempo que tenemos aquí.

Gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/jeffrey_kluger_the_sibling_bond/

 

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