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James Nachtwey presenta mordaces fotos de guerra – Charla TED2007

Charla «James Nachtwey presenta mordaces fotos de guerra» de TED2007 en español.

Accepting his 2007 TED Prize, war photographer James Nachtwey shows his life’s work and asks TED to help him continue telling the story with innovative, exciting uses of news photography in the digital era.

  • Autor/a de la charla: James Nachtwey
  • Fecha de grabación: 2007-03-08
  • Fecha de publicación: 2007-04-03
  • Duración de «James Nachtwey presenta mordaces fotos de guerra»: 1316 segundos

 

Traducción de «James Nachtwey presenta mordaces fotos de guerra» en español.

Para alguien que ha pasado toda su carrera buscando ser invisible, estar frente a un público es una mezcla entre una experiencia extracorporal y estar a punto de ser arrollado, así que perdónenme por violar uno de los mandamientos de TED al confiar en palabras impresas.

Sólo espero que no me caiga un rayo antes de que termine.

Me gustaría comenzar hablando de algunas ideas que me motivaron a convertirme en un fotógrafo documental.

Era estudiante en los ’60, época de cuestionamiento y agitación social y, a nivel personal, de un sentido naciente de idealismo.

La Guerra de Vietnam estaba en su apogeo, el Movimiento de Derechos Civiles crecía, y las fotografías tuvieron una gran influencia en mí.

Nuestros líderes políticos y militares nos decían una cosa, y los fotógrafos nos decían otra.

Yo le creí a los fotógrafos, al igual que millones de estadounidenses.

Sus imágenes alimentaron la resistencia a la guerra y al racismo.

No solo registraron la historia, sino que ayudaron a cambiar su curso.

Sus fotografías se integraron a nuestra memoria colectiva y, al convertirse en un sentimiento compartido de la conciencia, el cambio no sólo se hizo posible, sino inevitable.

Comprendí que el flujo libre de información que representaba el periodismo, particularmente el periodismo gráfico, puede hacer más evidentes tanto los beneficios como los costos de las políticas.

Puede dar crédito a ciertas decisiones, ganando apoyo hasta alcanzar el éxito Frente al criterio político pobre o la pasividad política, se transforma en una intervención, dando cuenta del daño y pidiéndonos que evaluemos nuevamente nuestro comportamiento.

Le da un rostro humano a problemas que de lejos pueden parecer abstractos o ideológicos o monumentales en su impacto global.

Lo que sucede allá abajo, lejos de los pasillos del poder, le sucede a ciudadanos comunes, uno por uno.

Y comprendí que la fotografía documental tiene la capacidad de interpretar los eventos desde su punto de vista.

Le da una voz a aquellos que de otro modo no la tendrían.

Y, como consecuencia, estimula a la opinión pública y le da ímpetu al debate público, evitando así que las partes interesadas controlen la agenda por completo, por mucho que lo deseen.

Llegar a la madurez en esa época hizo real la idea de que el flujo libre de información es completamente vital para que una sociedad libre y dinámica funcione adecuadamente.

La prensa es sin duda un negocio, y para sobrevivir debe ser un negocio exitoso, pero se debe encontrar el balance correcto entre consideraciones de mercadeo y responsabilidad periodística.

Los problemas de la sociedad no se pueden resolver hasta que sean identificados.

A un nivel más alto, la prensa es una industria de servicios, y el servicio que ofrece es la conciencia.

No toda historia debe vender algo.

También hay ocasiones para dar.

Esa era la tradición que quería seguir.

Viendo que la guerra creaba tantos riesgos para aquellos involucrados y que el periodismo gráfico podía ser un factor en la resolución de conflictos, quise ser una fotógrafo para después ser un fotógrafo de guerra.

Pero me guiaba la idea inherente de que una imagen que revelara el verdadero rostro de la guerra sería, casi por definición, una fotografía contra la guerra.

Me gustaría llevarlos en un viaje visual a través de algunos de los eventos y conflictos en los que he estado involucrado en los últimos 25 años.

En 1981, viajé a Irlanda del Norte.

10 prisioneros del IRA estaban en proceso de ayunar hasta su muerte en protesta por las condiciones de las cárceles.

La reacción en las calles fue una confrontación violenta.

Vi que el frente en las guerras contemporáneas no está en lejanos campos de batalla, sino allí donde la gente vive.

A comienzos de la década de 1980, pasé mucho tiempo en América Central, envuelta entonces en guerras civiles que hacían borrosa la división ideológica de la Guerra Fría.

En Guatemala, el gobierno central — controlado por una oligarquía de descendientes de europeos— estaba emprendiendo una Campaña de Tierra Arrasada contra una rebelión indígena, y vi una imagen que reflejaba la historia de América Latina: la conquista mediante una combinación de la Biblia y la espada.

Un guerrillero anti-sandinista fue herido de muerte mientras el Comandante Cero atacaba un pueblo del sur de Nicaragua.

Un tanque destruido de la guardia nacional de Somoza fue dejado como monumento en un parque de Managua, y fue transformado por la energía y el espíritu de un niño.

Al mismo tiempo, una guerra civil tenía lugar en El Salvador, y, nuevamente, la población civil se vio envuelta en el conflicto.

He cubierto el conflicto israelí-palestino desde 1981.

Este es un momento del comienzo de la segunda intifada, en 2000, cuando todavía se trataba de piedras y molotovs contra un ejército.

En 2001, el levantamiento se convirtió en un conflicto armado, y uno de los incidentes principales fue la destrucción del campo de refugiados palestinos en el pueblo cisjordano de Jenin.

Sin un terreno político donde encontrar puntos de acuerdo, la fricción continua de la táctica y la contra-táctica solo genera sospecha, odio y venganza, y perpetua el ciclo de violencia.

En la década de 1990, luego de la disolución de la Unión Soviética, Yugoslavia se quebró a lo largo de fisuras étnicas, y estalló la guerra civil entre Bosnia, Croacia y Serbia.

Esta es una escena de lucha casa a casa en Mostar, vecino contra vecino.

Una habitación, el lugar donde las personas comparten la intimidad, donde la vida misma se concibe, se convirtió en un campo de batalla.

Una mezquita en el norte de Bosnia fue destruida por la artillería serbia y se usó como una morgue improvisada.

Los soldados serbios muertos eran recogidos después de una batalla.

y ofrecidos como trueque a cambio del regreso de prisioneros o de soldados bosnios caídos en acción.

Esto fue una vez una parque.

El soldado bosnio que me guiaba me dijo que todos sus amigos ahora estaban allí.

Al mismo tiempo, en Sudáfrica, luego de que Nelson Mandela fuera liberado de prisión, la población negra comenzó la última etapa de liberación del apartheid.

Una de las cosas que tuve que aprender como periodista fue qué hacer con mi ira.

Debía usarla, canalizar su energía, transformarla en algo que pudiera aclarar mi visión, en vez de opacarla.

En Transkei, presencié un rito de pasaje a la mayoría de edad de la tribu Xhosa.

Niños adolescentes vivían aislados, con sus cuerpos cubiertos de arcilla blanca.

Luego de varias semanas, lavaban lo blanco y asumían las responsabilidades de los hombres.

Era un ritual muy antiguo que parecía simbolizar la lucha política que estaba cambiando el rostro de Sudáfrica.

Niños en Soweto jugando en un trampolín.

En otras partes de África había hambruna.

En Somalia, el gobierno central colapsó y estalló una guerra entre clanes.

Los granjeros fueron expulsados de sus tierras, y se destruyeron o robaron cosechas y ganado.

La hambruna se usaba como un arma de destrucción masiva — primitiva, pero extremadamente efectiva.

Cientos de miles de personas fueron exterminadas, lenta y dolorosamente.

La comunidad internacional respondió con ayuda humanitaria masiva, y cientos de miles de vidas más fueron salvadas.

Las tropas estadounidenses fueron enviadas para proteger los envíos de suministros, pero terminaron siendo arrastrados al conflicto, y después de la trágica batalla de Mogadishu, fueron retirados.

En el sur de Sudán, otra guerra civil fue ocasión de un uso similar del hambre como instrumento para el genocidio.

Nuevamente, ONGs internacionales, unidas bajo el amparo de la ONU, protagonizaron una operación de ayuda masiva y miles de vidas fueron salvadas.

Soy un testigo, y quiero que mi testimonio sea honesto y sin censura.

También quiero que sea poderoso y elocuente, y quiero hacerle tanta justicia como sea posible a la experiencia de las personas que fotografío.

Este hombre estaba en un centro de alimentación de una ONG; se le ayudaba tanto como era posible.

No tenía literalmente nada.

Era virtualmente un esqueleto, y sin embargo aún podía reunir el coraje y la voluntad para moverse.

No se había rendido, y si él no se rindió, ¿Cómo podría cualquiera en el resto del mundo siquiera pensar en perder la esperanza? En 1994, después de tres meses de cubrir la elección en Sudáfrica, vi la asunción de Nelson Mandela, y fue lo más alentador que jamás haya visto.

Ejemplificaba lo mejor que podía ofrecer la humanidad.

Al día siguiente partí a Ruanda, y fue como tomar el elevador expreso al infierno.

Este hombre acababa de ser liberado de un campo de muerte Hutu.

Me permitió fotografiarlo por bastante tiempo, e incluso volteó su cara hacia la luz, como si quisiera que lo viera mejor.

Creo que sabía lo que las cicatrices en su rostro le dirían al resto del mundo.

Esta vez, tal vez confundida o desmotivada por el desastre militar en Somalia, la comunidad internacional guardó silencio, y aproximadamente 800,000 personas fueron masacradas por sus propios compatriotas —a veces sus propios vecinos— usando herramientas agrícolas como armas.

Tal vez porque se había aprendido una lección de la débil respuesta a la guerra en Bosnia y el fracaso en Ruanda, cuando Serbia atacó a Kosovo la acción internacional fue mucho más enérgica.

Las fuerzas de la OTAN intercedieron, y el ejército Serbio se retiró.

Personas de las etnias albanesas habían sido asesinadas, se habían destruido sus granjas y una enorme cantidad de personas habían sido deportadas.

Se los recibió en campos de refugiado establecidos por ONGs en Albania y Macedonia.

La huella de un hombre quemado bajo su propio techo.

La imagen me recordó a una pintura rupestre, y reflejó lo primitivos que somos en muchos aspectos.

Entre 1995 y 1996, cubrí las dos primeras guerras en Chechenia, desde el interior de Grozny.

Este es un rebelde checheno en el frente de batalla contra el ejército ruso.

Los rusos bombardearon Grozny sin cesar durante semanas, matando principalmente a los civiles aún atrapados dentro.

Encontré a un niño del orfanato local vagando alrededor del frente de batalla.

Mi trabajo ha pasado de tratar principalmente sobre guerra a incluir también una mirada sobre problemas sociales críticos.

Después de la caída de Ceausescu, viajé a Rumania y descubrí una especie de gulag para niños, donde miles de huérfanos eran mantenidos en condiciones medievales.

Ceausescu había impuesto una cuota sobre la cantidad de niños que cada familia debía producir, convirtiendo al cuerpo de la mujer en un instrumento de política económica de estado.

Los niños que no podían ser mantenidos por sus familias eran criados en orfanatos gubernamentales.

Los niños con defectos congénitos eran clasificados como incurables, y se los confinaba de por vida a condiciones inhumanas.

A medida que las denuncias comenzaban a aparecer, nuevamente llegaba ayuda internacional.

Adentrándome en el legado de los regímenes de Europa Oriental, trabajé por varios meses en una historia sobre los efectos de la contaminación industrial, donde no se había tenido consideración por el medio ambiente o la salud de los empleados o de la población general.

Una fábrica de aluminio de Checoslovaquia estaba llena de humo y polvo cancerígeno, y cuatro de cada cinco trabajadores contraían cáncer.

Después de la caída de Suharto en Indonesia, comencé a explorar las condiciones de pobreza en un país en camino a la modernización.

Pasé bastante tiempo con un hombre que vivía con su familia en un terraplén de ferrocarril y que había perdido un brazo y una pierna en un accidente de tren.

Cuando la historia fue publicada, llovieron donaciones espontáneas.

Se estableció un fideicomiso, y hoy la familia vive en una casa a las afueras de la ciudad y todas sus necesidades básicas están cubiertas.

Era una historia que no intentaba vender nada.

El periodismo había provisto de un canal al sentimiento natural de generosidad, y los lectores respondieron.

Conocí una banda de niños sin hogar que habían llegado a Jakarta del campo, y terminaron viviendo en una estación de tren.

Para la edad de 12 o 14, se habían convertido en mendigos y drogadictos.

Los pobres rurales se habían convertido en los pobres urbanos, y en el proceso se habían vuelto invisibles.

Estos adictos a la heroína en desintoxicación en Pakistán me recordaron a las figuras de una obra de Beckett: aislados, esperando en la oscuridad, pero atraídos a la luz.

El Agente Naranja fue un defoliante usado durante la Guerra de Vietnam para impedir el refugio de los ejércitos del Vietcong y Norvietnamita.

El ingrediente activo era la dioxina, una sustancia extremadamente tóxica que fue esparcida en grandes cantidades, y cuyos efectos fueron transmitidos genéticamente a la siguiente generación.

En 2000, comencé a documentar problemas mundiales de salud, concentrándome primero en el SIDA en África.

Busqué contar la historia a través del trabajo de los cuidadores.

Creí importante enfatizar que las personas estaban siendo ayudadas, ya fuera por ONGs internacionales o por organizaciones a nivel local.

Tantos niños han quedado huérfanos por la epidemia que las abuelas han tomado el rol de padres, y muchos niños han nacido con VIH.

Un hospital en Zambia.

Comencé a documentar la estrecha conexión entre el VIH/SIDA y la tuberculosis.

Este es un hospital de MSF en Camboya.

Mis imágenes pueden apoyar el trabajo de las ONGs esclareciendo los problemas sociales críticos con los que lidian.

Fui al Congo con MSF, y contribuí con un libro y una exhibición que enfocaba la atención en una guerra olvidada en la que millones de personas han muerto, y la exposición a una enfermedad sin tratamiento se usa como arma.

Se mide a un niño malnutrido como parte del programa de alimento suplementario.

En otoño de 2004 viajé a Darfur.

Esta vez estaba trabajando para una revista, pero nuevamente trabajé de cerca con MSF.

La comunidad internacional aún no ha hallado una manera de crear la presión necesaria para detener este genocidio.

Un hospital de MSF en un campamento para la gente desplazada.

He trabajado en un extenso proyecto sobre crimen y castigo en Estados Unidos.

Esta es una escena de Nueva Orleáns.

Un prisionero en Alabama era castigado siendo esposado a un poste bajo el sol de mediodía.

Esta experiencia trajo muchas preguntas, entre ellas, preguntas sobre raza e igualdad y para quiénes existen oportunidades y opciones en nuestro país.

En el patio de una cadena de presidiarios en Alabama.

No vi a ninguno de los aviones estrellarse.

Cuando miré por mi ventana, vi que la primera torre estaba en llamas, y pensé que podría haber sido un accidente.

Cuando miré de nuevo un par de minutos después y vi quemarse la segunda torre, supe que estábamos en guerra.

En medio de los escombros en la Zona Cero, me di cuenta de algo.

Había estado fotografiando en el mundo islámico desde 1981 — no solo en Medio Oriente, sino también en África, Asia y Europa.

Cuando fotografiaba en estos lugares distintos, creía que estaba cubriendo historias distintas.

Pero en el 11 de Septiembre la historia cristalizó, y entendí que en realidad había estado cubriendo una sola historia por más de 20 años, y el ataque en Nueva York era su última manifestación.

El distrito comercial de Kabul, Afganistán al final de la guerra civil, poco antes de que la ciudad cayera ante los talibanes.

Víctimas de minas terrestres siendo ayudadas en el centro de rehabilitación de la Cruz Roja dirigido por Alberto Cairo.

Un niño que perdió una pierna debido a una mina.

Fui testigo de inmensos sufrimientos en el mundo islámico a causa de la opresión política, la guerra civil, invasiones extranjeras, pobreza, hambruna.

Comprendí que con ese sufrimiento, el mundo islámico había estado gritando.

¿Por qué no lo habíamos escuchado? Un combatiente talibán derribado durante una batalla mientras la Alianza del Norte entraba a la ciudad de Kunduz.

Cuando la guerra con Irak se hizo inminente, me di cuenta de que las tropas estadounidenses estarían bien cubiertas, así que decidí cubrir la invasión desde el interior de Bagdad.

Un mercado impactado por un proyectil de mortero que mató a muchos miembros de una misma familia.

Un día después de que las fuerzas estadounidenses entraran a Bagdad, una compañía de Marines comenzó a arrestar a ladrones de banco y fueron vitoreados por la multitud — un momento de esperanza que duró poco.

Por primera vez en años, se permitió a los shiítas hacer el peregrinaje a Karbala, para celebrar la Ashura, y me soprendió la enorme cantidad de personas y el fervor con el practicaban su religión.

Un grupo de hombres marchan por las calles mientras se cortan con cuchillos.

Era evidente que los shiítas eran una fuerza que habría que tener en consideración, y que haríamos bien en comprenderlos y aprender a tratarlos.

El año pasado pasé varios meses documentando a nuestros soldados heridos, desde el campo de batalla en Irak hasta que llegaban a su hogar.

Este es un médico de helicóptero dando RCP a un soldado al que le habían disparado en la cabeza.

La medicina militar se ha vuelto tan eficiente que el porcentaje de soldados que sobreviven después de ser heridos es mucho mayor en esta guerra que en cualquier otra de nuestra historia.

El arma característica de la guerra es el Dispositivo Explosivo Improvisado, y la herida característica es el severo daño a las piernas.

Después de soportar dolor y trauma extremos, los heridos atraviesan una lucha física y psicológica agotadora al rehabilitarse.

El espíritu que mostraban era realmente extraordinario.

Traté de imaginarme en su lugar, y me humilló por completo ver su coraje y determinación al enfrentar una pérdida tan catastrófica.

Buenas personas habían sido puestas en una situación muy mala por objetivos cuestionables.

Un día, en rehabilitación, alguien empezó a hablar sobre surfear y muchos muchachos que jamás habían surfeado dijeron «Oye, vamos».

Y fueron a surfear.

Los fotógrafos llegan al extremo de la experiencia humana para mostrarle a las personas lo que está sucediendo.

A veces ponen sus propias vidas en riesgo porque creen que tus opiniones y tu influencia importan.

Dirigen sus fotos a tus mejores instintos, generosidad, la noción de lo bueno y lo malo, la habilidad y la voluntad de identificarse con los demás, la negativa a aceptar lo inaceptable.

Mi deseo TED: hay una historia vital que debe ser contada, y deseo que TED me ayude a acceder a ella y que luego me ayude a crear maneras innovadoras y emocionantes de usar la fotografía periodística en la era digital.

Muchas gracias.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/james_nachtwey_my_wish_let_my_photographs_bear_witness/

 

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