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Tan Le: la historia de mi inmigración – Charla TEDxWomen 2011

Charla «Tan Le: la historia de mi inmigración» de TEDxWomen 2011 en español.

En el 2012, la tecnóloga Tan Le subió al escenario de TEDGlobal para hacer una demostración de una interfaz muy poderosa. Pero ahora, en TEDxWomen, cuenta una historia muy personal: la historia de su familia — madre, abuela y hermana — huyendo de Vietnam y construyendo una vida nueva.

  • Autor/a de la charla: Tan Le
  • Fecha de grabación: 2011-12-01
  • Fecha de publicación: 2012-02-24
  • Duración de «Tan Le: la historia de mi inmigración»: 736 segundos

 

Traducción de «Tan Le: la historia de mi inmigración» en español.

Cómo puedo relatar en 10 minutos sobre los lazos entre mujeres por más de tres generaciones, cómo la increíble fuerza de esos lazos se afianzaron en la vida de una niña de 4 años acurrucada junto a su hermana, su madre y su abuela durante cinco días y noches en un pequeño bote en el mar de China, hace más de 30 años, lazos que se apoderaron de la vida se esa niña y nunca la abandonaron.

Esa niña pequeña vive en San Francisco y les está hablando hoy.

Esta no es una historia terminada.

Es un rompecabezas que todavía se está armando.

Déjenme contarles sobre algunas de las piezas.

Imaginen la primer pieza: un hombre quemando el trabajo de toda una vida.

Es un poeta, un dramaturgo, un hombre cuya vida entera se había apoyado en la esperanza única de unidad y libertad de su país.

Imagínenlo mientras los comunistas entran en Saigón, afrontando el hecho de que su vida había sido totalmente en vano.

Las palabras, por tanto tiempo amigas, ahora lo burlaban.

Se refugió en el silencio.

Murió quebrado por la historia.

Él es mi abuelo.

Nunca lo conocí.

Pero nuestras vidas son mucho más que nuestros recuerdos.

My abuela nunca me permitió olvidar su historia.

My tarea era no dejar que eso haya sido en vano, y mi lección era aprender que la historia trató de aplastarnos, pero lo soportamos.

La siguiente parte del rompecabezas es sobre un bote al amanecer delizándose silenciosamente hacia el mar.

My madre, Mai, tenía tan sólo 18 años cuando su padre murió, y un matrimonio concertado y dos niñas pequeñas.

Para ella, la vida se había destinado a una tarea sola: el escape de su familia y una vida nueva en Australia.

Era inconcebible para ella que no pudiera lograrlo.

Y luego de una saga de 4 años que desafía la ficción, un bote se deslizó hacia el mar disfrazado de buque pesquero.

Todos los adultos sabían los riesgos.

El mayor temor eran los piratas, la violación y la muerte.

Como la mayoría de los adultos, my madre llevaba un frasquito con veneno.

Si nos capturaban, primero lo tomaríamos mi hermana y yo, y luego ella y mi abuela.

Mis primeros recuerdos son de ese bote, el ritmo constante del motor, la proa sumergiéndose en cada ola, y el horizonte vasto y vacío.

No recuerdo a los piratas que vinieron varias veces, pero que fueron engañados con la valentía de los hombres en nuestro barco, o el motor muriendo y no pudiendo arrancar por 6 horas.

Pero sí recuerdo las luces de la plataforma petrolera frente a la costa de Malasia, y al hombre joven que colapsó y murió, finalizar el viaje era demasiado para él; y la primera manzana que probé, dada por los hombres de la plataforma.

Ninguna manzana tuvo después el mismo sabor.

Luego de tres meses en un campo de refugiados, desembarcamos en Melbourne.

Y la próxima pieza del rompecabezas es sobre 4 mujeres a lo largo de 3 generaciones dando forma a una vida nueva juntas.

Nos establecimos en Footscray, un suburbio de clase obrera cuya población está compuesta de inmigrantes.

A diferencia de los suburbios de clase media, cuya existencia yo desconocía, en Footscray, no había sentido del derecho.

Los olores que provenían de las tiendas eran del resto del mundo.

Y los fragmentos de Inglés entrecortado se intercambiaban entre la gente que tenía una cosa en común: estaban empezando de nuevo.

Mi madre trabajó en granjas, luego en una línea de montaje de autos, trabajando 6 días, doble turno.

Aún así, encontró tiempo para estudiar Inglés y obtener un título en TI (tecnología de la información).

Éramos pobres.

Todos los dólares estaban asignados, y establecida una tutoría extra en Inglés y matemáticas, no importara lo que se debiera quitar, que generalmente era ropa nueva; siempre era de segunda mano.

Dos pares de medias para la escuela, uno para esconder los agujeros del otro.

Un uniforme escolar hasta los tobillos, porque tenía que durar 6 años.

Y había cantos raros y dolorosos sobre los «ojos rasgados» y algún graffiti: «Asiáticos, vuelvan a casa.»

¿A casa, dónde?

Algo en mí se endureció.

Estaba acumulando determinación y una voz que decía: «Voy a superarlos.» Mi madre, mi hermana y yo dormíamos en la misma cama.

Mi madre estaba exhausta cada noche, pero nos contábamos sobre nuestro día y escuchábamos los movimientos de nuestra abuela en la casa.

Mi madre sufría pesadillas, todas del barco.

Y mi tarea era estar despierta hasta que sus pesadillas comenzaran para poder despertarla.

Ella abrió una tienda de computadoras, luego estudió para ser esteticista y abrió otro negocio.

Y las mujeres venían con sus historias sobre hombres que no podían hacer la transición, enojados e inflexibles, y chicos traumados atrapados entre dos mundos.

Se buscaron subsidios y patrocinadores.

y se crearon centros.

Viví en mundos paralelos.

En uno, era la estudiante asiática clásica, implacable con lo que demandaba de mí misma.

En el otro, estaba enredada en vidas precarias, trágicamente lastimadas por la violencia, el abuso de drogas y el aislamiento.

Pero muchos recibieron ayuda a través de los años.

Y por ese trabajo, cuando estudiaba mi último año de abogacía, me eligieron la joven australiana del año.

Y fui catapultada de una pieza del rompecabezas a la otra, pero sus bordes no encajaban.

Tan Le, residente anónima de Footscray, era ahora Tan Le, refugiada y activista social, invitada a hablar en sitios que nunca había oído nombrar, y en casas cuya existencia ella nunca hubiera imaginado.

Yo no conocía los protocolos.

No sabía cómo usar los cubiertos.

No sabía cómo hablar de vino.

No sabía cómo hablar de nada.

Quería retirarme a las rutinas y al confort de la vida en un suburbio ignoto — una abuela, una madre y dos hijas terminando el día como lo hicieron por casi 20 años, contándose sobre el día de cada una y quedándose dormidas, las tres todavía en la misma cama.

Y le dije a mi mamá que no podía hacerlo.

Me recordó que yo tenía ahora la misma edad que ella tenía cuando nos subimos al barco.

El «no» jamás había sido una opción.

«Hazlo», me dijo, «y no seas lo que no sos.» Así que hablé sobre desocupación juvenil y educación y la desatención a los marginados y los desprotegidos.

Y cuanto más francamente hablaba, más era solicitada para hablar.

Conocí gente de todos los caminos de la vida, muchos de ellos haciendo lo que amaban, viviendo en la frontera de lo posible.

Y aunque terminé mi licenciatura, me di cuenta que no podía quedarme en una carrera de abogacía.

Tenía que haber otra pieza del rompecabezas.

Y me di cuenta al mismo tiempo que está bien ser un desconocido, un recién llegado, nuevo en la escena — y no sólo que está bien, sino que es algo por lo que estar agradecido, quizás un regalo del barco.

Porque estar adentro puede fácilmente significar colapasar los horizontes, puede fácilmente significar aceptar las presunciones de tu provincia.

Di los suficientes pasos fuera de mi zona de confort para saber que, sí, que el mundo se desmorona, pero no de la manera que tememos.

Posibilidades que no hubieran sido permitidas eran alentadas tremendamente.

Había una energía ahí, un optimismo implacable, una mezcla rara de humildad y valentía.

Así que seguí mi intuición.

Junté a un pequeño grupo de personas para quienes el lema «No puede hacerse» era un desafío irresistible.

Por un año no tuvimos un centavo.

Al final de cada día, hacía una olla gigante de sopa que todos compartíamos.

Trabajábamos hasta bien entrada la noche.

La mayoría de nuestras ideas eran locas, pero algunas brillantes, y nos abrimos paso.

Tomé la decisión de mudarme a los EE.UU.

luego de un sólo viaje.

Mis corazonadas nuevamente.

Tres meses después me había mudado, y la aventura continuaba.

Antes de terminar, permítanme contarles sobre mi abuela.

Ella creció en una época en la que el Confusionismo era la norma social y el Mandarín local era la persona que importaba.

La vida no había cambiado por siglos.

Su padre murió poco después de que ella nació.

La madre la crió sola.

A los 17 se convirtió en concubina de un Mandarín cuya madre la golpeaba.

Sin apoyo de su marido, causó un revuelo al demandarlo y llevar la causa ella misma, y mucho más revuelvo causó cuando ganó.


(Risas)

(Aplausos)
El “no puede hacerse” demostró ser erróneo.

Estaba en la ducha en el cuarto de un hotel en Sidney cuando ella murió, a 1 000 km, en Melbourne.

Miré a través de la mampara de la ducha y la vi parada del otro lado.

Supe que había venido a despedirse.

Mi madre llamó minutos después.

Días más tarde, fuimos a un templo budista en Footscray y nos sentamos alrededor de su ataúd.

Le contamos historias y le aseguramos que estábamos aún con ella.

A la noche un monje vino y nos dijo que tenía que cerrar el ataúd.

Mi madre nos pidió que sintiéramos su mano.

Le preguntó al monje: «

¿Por qué su mano está caliente, y el resto del cuerpo tan frío?

» «Porque Uds.

han tomado su mano desde la mañana,» dijo.

«No la han soltado.» Si hay un nervio en nuestra familia, ese corre a través de las mujeres.

Dado quienes éramos y cómo la vida nos formó, ahora podemos ver que los hombres que hubieran llegado a nuestras vidas nos habrían frustrado.

La derrota hubiera acontecido fácilmente.

Ahora quiero tener mis propios hijos, y me pregunto sobre el barco.

¿Quién podría desear eso para sí?

Sin embargo, le temo al privilegio de lo fácil, del derecho.

¿Puedo darles una proa en sus vidas, sumergiéndose valiente en cada ola, el impávido ritmo constante del motor, el vasto horizonte que no garantiza nada?

No lo sé.

Pero si pudiera darlo y verlos a salvo, lo haría.


(Aplausos)
Trevor Neilson y también la madre de Tan está hoy aquí, en la cuarta o quinta fila.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/tan_le_my_immigration_story/

 

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