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GÜNTHER ANDERS: citas y frases célebres

Recopilación de citas y frases célebres de GÜNTHER ANDERS

El ser humano, ya no puede llegar a la mayoría de edad. Más bien es un ser-siervo porque sólo oye y oye lo que le llega por radio y televisión y aquí la relación permanece unilateral porque no puede responder. Esa servidumbre es característica para la falta de libertad que se ha construido a través de su propia técnica y que se revierte sobre él. Con los medios masivs se ha creado la figura del ‘eremita masivo’. Porque si bien se halla solo frente a su radio o televisor, recibe el mismo ‘pienso’ (en doble sentido) que los demás. No percibe que lo que él consume en la soledad es el alimento de millones

GÜNTHER ANDERS

Lo que se nos presenta son, pues, objetos preformados, cuya pretensión es ser, en su conjunto, ‘el mundo’, y cuya finalidad consiste en formarnos a su imagen y semejanza. Lo cual no es decir, sin embargo, que dicha formación sea un proceso violento ni, en todo caso, que la violencia, allí donde está operando, sea perceptible como tal o tan siquiera reconocible como presión. Las más de las veces, la presión formadora es tan poco perceptible para nosotros como para los peces de las profundidades marítimas la presión de las masas oceánicas que pesan sobre ellos. Cuanto más inadvertida pase la presión formadora, tanto más seguro será su éxito; por lo cual será lo más conveniente que el molde formador sea percibida como molde deseado. Para alcanzar este fin es preciso, por tanto, formar previamente los deseos mismos.

GÜNTHER ANDERS (1956)

Entre las tareas actuales de la estandarización, y aun de la producción misma, figura, por consiguiente, no sólo la estandarización de los productos, sino también la de los deseos (que anhelan los productos estandarizados). En buena medida, desde luego, eso sucede automáticamente a través de los productos mismos que se entregan y se consumen cada día, ya que las necesidades obedecen, como en seguida veremos, a lo que a diario se ofrece y se consume; pero no del todo: siempre queda una cierta distancia entre el producto ofrecido y la necesidad. La congruencia total y sin resto entre la oferta y la demanda no se alcanza jamás; de modo que, para cerrar esa brecha, hace falta movilizar una fuerza auxiliar, y esa fuerza auxiliar es la moral. Cierto es que también la moral, si ha de ser apta para servir de fuerza auxiliar, debe ser previamente formada, de tal manera que pase por ‘inmoral’ -es decir: por inconformista- aquel que no desea lo que haya de recibir, y de modo que la opinión pública (o, en su caso, su portavoz, que es la conciencia individual ‘propia’ de cada cual) fuerce al individuo a desear lo que haya de recibir. Y eso es lo que sucede hoy en día. La máxima que se nos impone a todos a cada instante, y que apela -tácitamente, pero sin admitir objeciones- a la ‘parte mejor de nosotros mismos’, reza (o rezaría, si se formulara): ‘¡Aprende a necesitar lo que te ofrezcan!’.

GÜNTHER ANDERS (1956)

Dejando de lado algunos residuos de costumbres de épocas pasadas, lo que debemos hacer y dejar de hacer queda definido hoy en día por lo que debemos comprar. Es casi imposible excluirse de aquel mínimo de compras que están mandadas y ofrecidas como musts, o sea como compras obligatorias; quien lo intente se expone al riesgo de pasar por ‘introvertido’, de perder su prestigio, comprometer su futuro profesional, parecer indigente o incluso de hacerse moral y políticamente sospechoso. Pues el no comprar se considera, en el fondo, una especie de sabotaje de ventas, una amenaza a las legítimas exigencias de la mercancía, y, por tanto, no solamente un no hacer, sino un delito positivo, emparentado al robo, cuando no más escandaloso todavía: pues si el ladrón, con su acto de apropiación, si bien indeseable en su modalidad específica, atestigua, con todo, su leal reconocimiento de las cualidades seductoras de la mercancía y de su mandamiento, y, con ello, se acredita como conformista de buena ley, a más de que, una vez atrapado, se le pueden exigir responsabilidades inequívocas, el no comprador, en cambio, se atreve a hacer oídos sordos a la llamada de la mercancía, a ofender con su renuncia al universo de la mercancía, y luego, para colmo, invocar hipócritamente la coartada de la negatividad, alegando que no ha hecho absolutamente nada, con lo cual logra efectivamente sustraerse al brazo de la justicia.

GÜNTHER ANDERS (1956)

Una vez uno haya reconocido en las ofertas los mandamientos de hoy, ya no le sorprende que incluso quienes, de hecho, no pueden permitirse la adquisición adquieran, sin embargo, las mercancías ofrecidas. Lo hacen porque aún menos pueden permitirse desobedecer los mandamientos, es decir, no adquirir las mercancías.

GÜNTHER ANDERS (1956)

Como es sabido, la lucha termina, por lo general, con el triunfo del ‘mandamiento de la oferta’, es decir, con la adquisición de la mercancía. Pero la victoria se compra caro; pues entonces empieza para el cliente la obligación avasalladora de pagar a plazos el objeto adquirido.

GÜNTHER ANDERS (1956)

Pero con eso no basta; porque lo que uno tiene una vez, no solamente lo utiliza, sino que también lo necesita. Una vez el uso se haya encarrilado por cierta vía, luego hay que continuar circulando por el mismo carril. Al final, uno no acaba teniendo lo que necesita, sino necesitando lo que tiene. El estado de las posesiones que uno tenga se coagula y se establece psicológicamente como estado normal. Lo que es decir que, cuando llega a faltar algún producto de marca que se haya poseído una vez, no hay simplemente un hueco, sino que hay hambre.

GÜNTHER ANDERS (1956)

Ahora bien, el caso es que siempre falta algo, ya que todas las mercancías son, para suerte de la producción y gracias a los cálculos que la rigen, unos bienes que se consumen y desgastan por el uso, aun cuando no sean bienes de consumo en el sentido estricto de pan y mantequilla; es decir, unos bienes de cuya falta se encarga el usuario mismo. Así pues, cuando tiene un objeto y lo ha consumido, lo vuelve a necesitar: la necesidad sigue al consumo pisándole los talones. En cierto sentido, la ‘adicción’ es el modelo de las necesidades actuales; con lo cual queda dicho que las necesidades deben su existencia y su modo de ser al hecho de que existan determinadas mercancías.

GÜNTHER ANDERS (1956)

(…) La demanda es un producto de la oferta y la necesidad un producto del producto, mientras la necesidad producida por el producto sigue funcionando como garantía de la ulterior producción acumulativa del producto.

GÜNTHER ANDERS (1956)

Al hablar de las ofertas como ‘mandamientos de nuestro tiempo’, no hay que hacerse una idea demasiado exigua de su carácter de imperativos. Lo propiamente imperativo no se halla tan sólo en las frases declaradamente imperativas, en las estrepitosas órdenes de la publicidad –‘¡Compra tu ropa interior Mozart! ¡Cómprala ahora mismo! ¡Es un must!’-, a las que uno, en fin de cuentas, y con un poco de dominio de sí, puede todavía ofrecerles resistencia a pesar de todo, por más que lo traten ya anticipadamente de propietario; sino que lo imperativo está en la posesión de los productos mismos, cuyas órdenes, aunque silenciosas, efectivamente no admiten objeciones. Cada mercancía adquirida requiere, para seguir siendo utilizable o, por lo menos, para no quedar en seguida inservible (y también por razones de prestigio, esto es, para rodearse de objetos de su mismo rango), la compra de otras mercancías; cada mercancía tiene sed de otra o, mejor, de otras. Y cada una nos provoca también a nosotros la sed de otras: lo difícil no es comprar mercancías sino tenerlas; pues el propietario de la mercancía se ve obligado a hacer suya la sed que ésta padece (de jabón en copos o de gasolina), y por mucho que le cueste llenar las bocas acumuladoras de los objetos que se han convertido en su propiedad, no tiene más remedio que hacerse cargo de sus necesidades, y lo hace aún antes de saberlo.

GÜNTHER ANDERS (1956)

El comprador se vende con cada compra; pues con cada compra establece un como lazo matrimonial con una familia de mercancías que se acumulan y procrean como conejos, exigiéndole que se haga cargo de su sustento. Lo cual, desde luego, supone, por un lado, una cierta comodidad, por cuanto uno no necesita ya apenas ponerse a pensar acerca de su modo de vivir ni tomar decisiones a su cuenta, dado que los sedientos miembros de la familia de mercancías lo informan a gritos de lo que hay que hacer cada día, y el tiempo pasa -Time goes on-; pero, por otro lado, también supone que esos mil miembros de la familia que a uno lo traen de cabeza lo tratan como si fuera un criado, un menor de edad, una presa acorralada, haciéndolo vivir sometido a sus dictados; que la elección de las necesidades futuras siempre ya está hecha; en suma, que uno no tiene jamás tiempo ni libertad de hacer valer sus propias necesidades, ni aun de sentirlas siquiera.

GÜNTHER ANDERS (1956)

Algún ingenuo nos aconsejaría no caer en los lazos de semejantes ‘mercancías sedientas’; lo cual es obviamente ridículo, ya que no hay mercancía que no tenga sed. Y no las hay porque lo que tiene sed no es la pieza particular de mercancía, sino el universo de las mercancías como un todo; porque eso que llamamos la ‘sed de las cosas’ no es sino la interdependencia de la producción, esto es, el hecho de que todos los productos remiten unos a otros y dependen unos de otros. Mantenerse al margen de este universo de las mercancías y de la producción es evidentemente imposible; tan imposible como sería el intento de mantenerse al margen del mundo: es decir, ser, pero sin estar en el mundo. Y si algún loco emprendiera el experimento de independizarse aunque sea sólo de algunos de los pertrechos y las fuerzas que constituyen nuestro mundo -por ejemplo, la electricidad-, no tardaría en perecer. Nadie puede permitirse abrir brechas en el sistema del que, como hijo de nuestro tiempo, participa, lo quiera o no, pues con ello quedaría privado del sistema entero.

GÜNTHER ANDERS (1956)

El hecho de que cada mercancía que, según está mandado, se nos ofrece y se compra, encierra a su vez otras necesidades que se convierten en nuestras necesidades, representa la culminación del fenómeno de los moldes, ya que nuestras necesidades ya no son más que las improntas o reproducciones de las necesidades de las mercancías mismas. Lo que vamos a necesitar mañana no está escrito ni en los astros ni en nuestro pecho; ni tan siquiera en nuestro propio estómago, sino en la nevera que habíamos comprado anteayer, en la radio que compramos ayer y en el televisor que hemos comprado hoy, y a los que mañana escucharemos con el corazón palpitante, aguardando que nos dicten nuestras necesidades.

GÜNTHER ANDERS (1956)

«De todas maneras considero ineludible que nosotros a todos aquellos que tienen el poder y nos (un nos millones de veces) amenazan, los asustemos. No nos queda otro camino que contestar a sus amenazas con amenazas y hacer inefectivos a todos aquellos políticos que con toda irresponsabilidad y por intereses egoístas llevan al mundo a la muerte. Ojalá que la amenaza en sí pueda ya de por sí asustarlos» GÜNTHER ANDERS

«Después de la gran victoria de los medios masivos de comunicación no existe más la democracia. Lo sustancial de la democracia es poder tener una opinión propia y al mismo tiempo poder expresarla. Por ejemplo yo viví catorce años en Estados Unidos y nunca pude expresar mi opinión. Desde que existen los medios masivos y desde que la población del mundo se halla como exorcizada frente al televisor, se la alimenta, a cucharadas, con opinión. La expresión ‘tener opinión propia’ ya no tiene sentido de realidad. Los alimentados forzosamente no poseen ya ninguna chance de opinión propia. No, ya ni siquiera consumen opiniones ajenas. Se los engorda con sistema. Y los gansos engordados a sistema no ‘consumen’. La televisión es un engorde con sistema. Si democracia es aquello en lo cual se puede expresar la propia opinión, entonces la democracia se ha convertido en imposible a través de los medios masivos de comunicación, porque cuando no se tiene algo propio tampoco se lo puede expresar» GÜNTHER ANDERS

Esperanza es un sinónimo de cobardía. ¿Qué es en sí esperanza? ¿Es la fe en que todo puede mejorar?¿O es la voluntad de llegar a algo mejor? Aún nadie ha realizado un análisis de la esperanza. Ni Bloch, siquiera. No, a la esperanza hay que impedirla. Todo aquel que espera, deja la obligación en otra instancia. Esperanza es nada más que la renuncia a la propia acción» GÜNTHER ANDERS

«La violencia no sólo está permitida sino también legitimada moralmente en tanto es usada por el poder reconocido. El poder se basa permanentemente en la posibilidad del ejercicio de la violencia. Para cada alemán fue sobreentendido marchar a la guerra para coparticipar de la violencia, para ser co-violento. Quien participó de esa violencia no hizo otra cosa que ‘cumplir con su deber’. Con la orden del poder no sólo está permitido ser violento sino mucho más: hay que ser violento. A nosotros los que actualmente sólo nos proponemos como meta impedir toda violencia se nos reprocha que perseguimos el caos con nuestra desobediencia civil, sí, a nosotros que queremos llegar al estado ideales de la no-violencia, a lo que Kant llamaba ‘la paz eterna’. Una cosa debemos tener en claro: nuestra meta jamás tiene que ser la violencia. Pero que la violencia -cuando sólo con su ayuda se puede imponer la no-violencia- llegue a ser nuestro método, eso nadie nos lo puede negar» GÜNTHER ANDERS

El mundo no está amenazado por seres que quieren matar sino por aquellos que a pesar de conocer los riesgos sólo piensan técnica, económica y comercialmente. Ante eso, todas las legislaciones del mundo -hasta el derecho canónico- no sólo permiten el empleo de la violencia en defensa propia sino que hasta lo recomiendan. Hemos visto que con entregar rosas y nomeolvides a las policías -que no podían recibirlas porque tenían el garrote en la mano- ni con listas de firmas ni solicitadas, ni con interminables marchas, ni con canciones, ni con teatros, no alcanzamos nada. No sólo es anodino sino hasta estúpido, por ejemplo, hacer huelgas de hambre para lograr la paz atómica. Con las huelgas de hambre se logra precisamente sólo eso: tener hambre. A Reagan y a su ‘lobby’ atómico no le interesa si nosotros comemos un sándwich de jamón más o menos. No son acciones serias, sólo son ‘happenings’. No son acciones, son apariencias. Una cosa es aparentar y otra es ser. Los que hicimos esas acciones creímos haber traspasado la frontera de la mera teoría, pero éramos sólo actores, en el sentido teatral. Hacíamos teatro por miedo a actuar verdaderamente. Teatro y no-violencia son parientes muy cercanos» GÜNTHER ANDERS

«No hay un método alternativo, no hay otro que la amenaza -si queremos la sobrevivencia de nuestra generación y queremos asegurar la existencia de las generaciones posteriores- contra todos aquellos que insisten en continuar con hacer peligrar la vida humana con la producción atómica (es lo mismo si con la guerra o con el denominado ‘uso pacífico’) y siguen rechazando todas las ofertas de detenerla; no hay otra alternativa, decía, que comunicarles a esos hombres con toda claridad que tanto uno como el otro deben considerarse piezas de caza. No hay que vacilar en eliminar a aquellos eres que por escasa fantasía o por estupidez emocional no se detienen ante la mutilación de la vida y la muerte de la humanidad» GÜNTHER ANDERS

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