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Deberes escolares » Literatura » Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll

Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll

Lewis Carroll es el seudónimo de Charles Louis Dodgson; nació en Daresbury (Inglaterra) en 1832.

Alicia en el país de las maravillas y, su continuación,  Al otro lado del Espejo y lo que Alicia encontró allí, son los cuentos que le han hecho famoso.

Murió en Guildford en 1898.

Alicia en el país de las maravillas es el título de este famoso cuento, que se ha convertido en clásico de la literatura infantil.

Su autor, Lewis Carroll, fue un hombre de vida monótona y aburrida, tanto en su infancia como en su madurez.

Lewis Carroll

Lewis Carroll

Tal vez por esta razón imaginó un mundo maravilloso para él y para sus amiguitas, tres niñas a las que narraba cuentos, un mundo muy distinto al que tenía ante sí.

De los cuentos que contaba a las niñas, una de las cuales se llamaba Alicia, surgió esta magnífica obra.

¿Qué haríais si pudierais bajar al fondo de la tierra y encontraros en un maravilloso país lleno de animales que hablan y juegan y van vestidos como personas?
¿Qué sentiríais si pudierais aumentar de tamaño hasta medir varios kilómetros, o disminuir hasta haceros tan diminutos como una hormiga?

Esto y otras muchas cosas pudo hacer Alicia, pues en su sueño participó en las locuras de una baraja de naipes que cobró vida, conoció a un Gato invisible, a una Falsa Tortuga, a un Conejo Blanco, a una Reina de espadas que le cortaba la cabeza a todo el mundo, y a un Gusano de Seda que le dio una seta para que, comiendo por uno u otro de sus lados, pudiera adquirir el tamaño que quisiese:

 

Alicia en el Pais de las maravillas

Alicia en el Pais de las maravillas

 

Texto de Alicia en el Pais de las maravillas:

 

Alicia se quedó un rato contemplando pensativa la seta, en un intento de descubrir cuáles serían sus dos lados, y, como era perfectamente redonda, el problema no resultaba nada fácil. Así pues, extendió los brazos todo lo que pudo alrededor de la seta y arrancó con cada mano un pedacito.

-Y ahora -se dijo-, ¿cuál será cuál?

Dio un mordisquito al pedazo de la mano derecha para ver el efecto y al instante sintió un rudo golpe en la barbilla. ¡La barbilla le había chocado con los pies!

Se asustó mucho con este cambio tan repentino, pero comprendió que estaba disminuyendo rápidamente de tamaño, que no había por tanto tiempo que perder y que debía apresurarse a morder el otro pedazo. Tenía la mandíbula tan apretada contra los pies que resultaba difícil abrir la boca, pero lo consiguió al fin, y pudo tragar un trocito del pedazo de seta que tenía en la mano izquierda.

…………….

«¡Vaya, por fin tengo libre la cabeza!», se dijo Alicia con alivio, pero el alivio se transformó inmediatamente en alarma, al advertir que había perdido de vista sus propios hombros: todo lo que podía ver, al mirar hacia abajo, era un larguísimo pedazo de cuello, que parecía brotar como un tallo del mar de hojas verdes que se extendía muy por debajo de ella.

-¿Qué puede ser todo este verde? -dijo Alicia-. ¿Y dónde se habrán marchado mis hombros? Y, oh mis pobres manos, ¿cómo es que no puedo veros?

Mientras hablaba movía las manos, pero no pareció conseguir ningún resultado, salvo un ligero estremecimiento que agitó aquella verde hojarasca distante.

Como no había modo de que sus manos subieran hasta su cabeza, decidió bajar la cabeza hasta las manos, y descubrió con entusiasmo que su cuello se doblaba con mucha facilidad en cualquier dirección, como una serpiente. Acababa de lograr que su cabeza descendiera por el aire en un gracioso zigzag y se disponía a introducirla entre las hojas, que descubrió no eran más que las copas de los árboles bajo los que antes había estado paseando, cuando un agudo silbido la hizo retroceder a toda prisa. Una gran paloma se precipitaba contra su cabeza y la golpeaba violentamente con las alas.

-¡Serpiente! -chilló la paloma.

-¡Yo no soy una serpiente! -protestó Alicia muy indignada-. ¡Y déjame en paz!

-¡Serpiente, más que serpiente! -siguió la Paloma, aunque en un tono menos convencido, y añadió en una especie de sollozo-: ¡Lo he intentado todo, y nada ha dado resultado!

-No tengo la menor idea de lo que usted está diciendo! -dijo Alicia.

 

 

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