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El modernismo literario

Estamos a fines del siglo XIX y un cambio sustancial se anuncia en la poesía.

En el de­cenio que corre entre 1880 y 1890 comienza a manifestarse un movimiento renovador en España e Hispanoamérica.

Este movimiento se concreta­rá en el modernismo, que inicia la búsqueda de una ex­presión más natural, introduciendo nuevos horizontes expresivos e ideológicos que tuvieron su modelo mayor en el pensamiento y la literatura de Francia y, a través de la influencia francesa, en lo más nuevo de Europa.

Fue en última instancia, expresión, forma y búsqueda de la palabra. Por lo tanto, renovó el lenguaje e innovó la mé­trica.

El modernismo fue una reacción contra el romanticis­mo y el posromanticismo, que en América tuvo más lar­ga vida que en Europa.

 

La exaltación del yo, de los senti­mientos y las ansiedades del poeta es sustituida por el culto refinado de las formas.

En Europa habían sido derrocados el positivismo filo­sófico y, en literatura, el naturalismo decimonónicos.

Y como consecuencia de este hecho se produjo un ambien­te de confusión y pesimismo, ya que uno y otro ejercie­ron gran influencia en la cultura de la época.

El natura­lismo -que convirtió los resultados de las ciencias, en especial de la psicología, en la base misma del arte de escribir-, había creado una imagen del hombre deter­minada por la herencia y el medio ambiente.
Pronto se proyectan en Francia otros movimientos, destinados a ocupar el lugar acéfalo del naturalismo y como reacción; diametralmente opuesta a éste.

Primero el parnasionismo, que buscó una perfección formal en detrimento de lo sustancial; más tarde el simbolismo, que se levantó e contra del perfeccionismo frío e impersonal del parnaso y del didacticismo cientificista del naturalismo.

Su ele­mento capital es el simbolo como superación de la metá­fora y transposición de un mundo de belleza pura en el que lo importante no es la perfección objetiva, sino la sensación y la sugerencia.

Los modernistas recibirían la influencia del simbolis­mo y la trasvasarían a una nueva estética.
El artista postulaba una actitud independiente frente a la retórica burguesa, y materializó distintas vías persona­les de expresión.

¿Quien creo el modernismo literario?

El verdadero nombre de Rubén Darío era Félix Rubén García Sarmiento (1867-1916). Este poeta nicaragüense fue el creador del modernismo.
«Azul» «Prosas profanas», «Cantos de Vida y Esperanza» son significativos del modernismo como búsqueda de la expresión.

«Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal«, decía el poeta.

Ruben Dario

Ruben Dario

Precursores del modernismo.

Se señala en la actualidad como precursores del m­dernismo a cuatro poetas americanos: el mexicano Ma­nuel Gutiérrez Nájera, los cubanos José Martí y Julián del Casal y el colombiano José Asunción Silva.

José Martí fue una de las personalidades más vigoro­sas de la América hispana.
Poeta de transición entre el romanticismo y el modernismo, fue también un revolu­cionario y un patriota. Como poeta le preocupó dema­siado el hombre, y su obra está impregnada de un hu­manismo que no es propio de los modernistas.

Gutiérrez Nájera está considerado como precursor de Rubén Darío en el tiempo y por las características de su obra.
Muy personal como poeta, se sintió atraído por la poesía francesa.

José Asunción Silva fue el más significativo orienta­dor del modernismo. Es célebre uno de sus «Noctur­nos». En esta elegía, modelo en su género, utiliza el rit­mo libre.

 

EL CREADOR DEL MODERNISMO

Es indudable que el creador del modernismo fue Ru­bén Darío, el príncipe de los poetas americanos.
«Pro­sas profanas», libro revolucionario, marcó una fecha capital en la historia de la poesía modernista.

En «Prosas profanas» evoca la antigua galantería, pero también exalta las exquisiteces de la vida moder­na, los mitos griegos y una Edad Media que sólo existe en su imaginación.

Esta obra determinó innovaciones en las formas poéticas, ya que restauró en ella antiguos metros, dio flexibilidad a los existentes e introdujo otros nuevos.

En realidad, el gran poeta nicaragüense no hizo otra cosa que continuar la trayectoria culta de la poesía española.

En «Cantos de vida y esperanza», aparecido en Ma­drid en 1905, el poeta no canta al amor galante y frívo­lo, sino que sus versos expresan el dolor y la esperanza del hombre y su fe en los destinos de la humanidad y de América.

Con él, Darío alcanzó la plenitud de su arte.

Otros nombres de importancia se enrolan en el movi­miento modernista. Entre ellos el peruano José Santos Chocano, el boliviano Ricardo Jaimes Freyre, el mexi­cano Amado Nervo, el argentino Leopoldo Lugones, los prosistas José Enrique Rodó, crítico sagaz, que usó Miguel de Unamuno (1864-1936) es una de las figuras más vigorosas de la literatura española.
Publicó un libro titulado «Poesías», en 1907, y un largo poema «El Cristo de Velázquez», en 1920.

el idioma preciso y expresivo; Horado Quiroga, uno de los mayores cuentistas americanos, y el argentino Ri­cardo Güiraldes, cuya novela «Don Segundo Sombra» le dio la fama continental.

 

EL MODERNISMO EN ESPAÑA

En España, esta revolución poética determinó una nueva orientación y ejerció una transformación vital. Derivan de este movimiento, entre otros, Salvador Rueda, Miguel de Unamuno, Francisco de Villaespesa, Ramón del Valle Inclán, Manuel Machado, Juan Ra­món Jiménez y Antonio Machado.

Antonio Machado (1875-1939). En los primeros libros de este destacado poeta español son notables la influencia de Darío y el modernismo.
Antonio Machado, con elementos sim­ples y con palabras que parecen brotar de la misma tie­rra, describe la austera belleza y la soledad de la llanura castellana, su paisaje y su alma. Es, también, profun­damente humano y sus versos están impregnados de una cautivante emoción. Su poesía es sobria y pura, y parece desdefiar los principios de la forma; por eso, si bien en un comienzo cultivó el modernismo, luego se independizó para crear una obra personal y magnífica. En su libro «Soledades» (1903) confesaba a propósito del origen y carácter de su lirismo: «Admiraba a Ru­bén, pero no quise seguirle». Luego publicaría otras obras, inscritas en una estética diferente.

Los primeros libros de Juan Ramón Jiménez (1881­1958) revelan la influencia del modernismo y de Darío, aunque su poesía simple y de una finura y delicadeza pocas veces vistas en la poesía espafiola se distingue del lujo formal que caracteriza este movimiento. Luego fue evolucionando, afios tras afios, hacia una poesía in­timista y profunda. Pasado el auge del modernismo, él atrae, a su vez, sin proponérselo, a los nuevos poetas, convirtiéndose en el maestro de una vanguardia estéti­ca. Su poesía, «libre de elementos no poéticos -como

Ramón del Valle lnclán era el seudónimo del escritor gallego Ramón Valle y Peña (1886-1936). En sus poesías y relatos buscó, como Darío, un lenguaje personalisimo y sorprendente.

Ricardo Güiraldes, poeta y novelista argentino (1886-1927), autor de «Don Segundo Sombra».

José Santos Chocano, (1874-1934), representante del modernismo en Perú.

Salvador Rueda (1857-1933) fue un poeta enamora­do del ritmo y del color. Ejerció, al principio, gran in­fluencia en los primeros poetas modernistas, movi­miento del cual fue uno de los iniciadores en España. Su pasión era la naturaleza y se dedicó a cantarle en to­dos sus aspectos. Publicó numerosos libros de versos, entre ellos «Noventa estrofas» (1883), «Cuadros de Andalucía» (1883) y «Sinfonía del afio» (1888).

Manuel Machado (1874-1947) tomó del modernismo sus versos sobre motivos andalu­ces interpretan los temas populares con una aristocráti­ca elegancia que no excluye la fuerza dramática del «cante jondo». Su obra poética se halla recogida en varios libros.

José Enrique Rodó, prestigioso crítico uruguayo (1872-1917). «Ariel» fue su libro más significativo.

Francisco de Villaespesa (1877-1936), amigo de Ru­bén Darío, fue, juntamente con Salvador Rueda, uno de los primeros divulgadores del modernismo en Espa­fia. En sus numerosos libros abundan las páginas de gran belleza y colorido. Su poesía es de transición entre el modernismo rubendariano y la poesía espafiola enca­bezada por Juan Ramón Jiménez.

Miguel de Unamuno (1864-1937), ensayista, erudito, crítico, novelista, dramaturgo, poeta, periodista, edu­cador; todo lo fue y en todas estas disciplinas dejó su huella imperecedera. Pensador y filósofo, fue, por so­bre todas las cosas, un escritor de gran fuerza expresi­va, original y contradictorio.

Si bien su poesía tiene todas las inquietudes moder­nas, desechó el lujo y el refinamiento rubendarianos, y al lado de la del poeta nicaragüense parece tosca y ruda.

Sus libros de poesía son: «Poesías» (1907); «Rosario de sonetos líricos» (1911); «El Cristo de Velázquez» (1920), lo mejor de su labor poética; «Teresa» (1923); «Rimas de adentro» (1923); «De Fuerteventura a Pa­rís» (1925) y «Romancero del destierro» (1927).

El género preferido de Unamuno fue el ensayo en el que llegó a su mayor altura.

Ramón del Valle Inclán (1870-1936) fue novelista cuentista, poeta y dramaturgo, y en todos estos género sobresalió por su ingenio y su talento. Poeta modernis­ta, de fina y rica sensibilidad, escribió «Aromas de le­yenda» (1907), «La pipa de Kif» (1919) y «El pasaje­ro» (1920).
Autor de numerosas obras de teatro, creó el origina­lísimo y desconcertante género de los esperpentos; obras raras, en prosa y verso, donde se amalgaman lo grotesco con lo trágico y lo espeluznante.

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