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INTRODUCCIÓN AL ARTE GRIEGO

Los griegos fueron los primeros artistas realistas de la historia, es decir, los primeros en preocuparse por representar la naturaleza tal como es.

Para ello fue fundamental el estudio de las proporciones, en base a las cuales se consagra el máximo según el cual el hombre es la medida de todas las cosas.

Se pueden distinguir cuatro grandes períodos en la evolución del arte griego:

  • Geométrico (siglos IX y VIII a.C.)
  • Arcaico (VII y VI a.C.)
  • Clásico (V y IV a.C.)
  • Helenístico (siglos III a I a.C.).

En el llamado período geométrico, el arte se limitó a la decoración de varios utensilios y ánforas.

Estos objetos fueron pintados con motivos circulares y semicirculares, dispuestos simétricamente. L

a técnica aplicada en este trabajo fue heredada de las culturas cretense y micénica. Después de mucho tiempo, a partir del siglo VII a.C., durante el llamado período arcaico, la arquitectura y la escultura experimentaron un notable desarrollo gracias a la influencia de éstas y otras culturas mediterráneas.

También sopesaron el estudio y la medición del antiguo megaron, la sala central de los palacios micénicos de la que se dieron cuenta de los estilos arquitectónicos de lo que sería el tradicional templo griego.

Entre los siglos V y IV a.C., el arte griego consolidó sus formas definitivas.

En la escultura, el concepto de dinamismo reflejado en las estatuas de atletas como el Discobolo de Miron y el Doriforo de Policleto se añadió al naturalismo y la proporción de las figuras.

En la arquitectura, en cambio, la mejora de la óptica (perspectiva) y la fusión equilibrada del estilo jónico y dórico trajo como resultado el Partenón de Atenas, modelo clásico por excelencia de la arquitectura de la época.

En el siglo III, durante el período helenístico, la cultura griega se extendió, principalmente gracias a las conquistas y la expansión de Alejandro Magno, por toda la cuenca del Mediterráneo y Asia Menor.

ARTE GRIEGO

ARTE GRIEGO

PINTURA GRIEGA

Para hablar de la pintura griega es necesario referirse a la cerámica, ya que fue precisamente en la decoración de ánforas, platos y utensilios, cuya comercialización fue un negocio muy productivo en la antigua Grecia, que el arte de la pintura pudo desarrollarse.

Al principio, los dibujos eran simplemente formas geométricas elementales – de las que se originó el nombre de geométrico dado a ese primer período (siglos IX y VIII a.C.) – que apenas destacaban en la superficie.

Con el tiempo, se fueron enriqueciendo gradualmente, hasta que adquirieron volumen.

Luego vinieron los primeros diseños de plantas y animales adornados con adornos llamados meandros. En una etapa cercana, ya en el período arcaico (siglos VII y VI a.C.), la figura humana comenzó a ser incluida en los dibujos, que presentaban una gráfica muy estilizada.

Y, con la aparición de las nuevas tendencias naturalistas, comenzó a utilizarse cada vez más en las representaciones mitológicas, lo que aumentó su importancia.

Las escenas se presentaron en franjas horizontales paralelas que se podían visualizar al girar la pieza de cerámica.

Con la sustitución del cincel por el pincel, los trazos se hicieron más precisos y ricos en detalles.

Las piezas de cerámica pintada comenzaron a experimentar un declive perceptible durante el clasicismo (siglos IV y V a.C.). Sin embargo, después de mucho tiempo, terminaron reapareciendo triunfalmente en el período helenístico (siglo III), totalmente renovados, llenos de color y ricamente decorados.

 

 

ESCULTURA GRIEGA

Las primeras esculturas griegas (siglo IX a.C.) no eran más que pequeñas figuras humanas hechas de materiales muy suaves y fáciles de manipular como la arcilla, el marfil o la cera.

Esta condición sólo cambió en el período arcaico (siglos VII y VI a.C.), cuando los griegos comenzaron a trabajar la piedra.

Los motivos más comunes de las primeras obras eran simples estatuas de niños (kouros) y niñas (korés). Las figuras esculpidas tenían formas suaves y redondeadas y formaban una belleza ideal en la piedra.

Estas figuras humanas tenían un gran parecido con las esculturas egipcias, que obviamente les habían servido de modelo.

Con el advenimiento del clasicismo (siglos V y IV a.C.), la estatuaria griega tomó un carácter propio y terminó abandonando los patrones orientales para siempre.

Fue el estudio consciente de las proporciones lo que ofreció la posibilidad de copiar fielmente la anatomía humana, y con ello los rostros obtuvieron una considerable ganancia en expresividad y realismo.

Más tarde se introdujo el concepto de contrapunto, una posición en la que la escultura se apoyaba completamente en una pierna, dejando la otra libre, y el principio del dinamismo tomó forma en las representaciones de los atletas en plena acción.

Entre los grandes artistas del clasicismo están: Policleto, Miron, Praxíteles y Fídias. Sin embargo, no se puede dejar de mencionar a Lisipo, quien, en sus intentos por dar forma a los verdaderos rasgos del rostro, logró añadir una innovación a este arte, creando los primeros retratos.

Durante el período Helénico (siglo III a.C.), se hizo hincapié en las formas heredadas del clasicismo, y se volvieron más sofisticadas. El resultado fue el surgimiento de obras de monumentalidad y belleza inigualables, como el Coloso de Rodas, de treinta y dos metros de altura.

Es interesante aclarar que, tanto por su función religiosa como por su importancia como elemento decorativo, la escultura estaba estrechamente ligada a la arquitectura. Esto es evidente en las estatuas trabajadas en las fachadas, columnas e interiores de los templos.

 

ARQUITECTURA GRIEGA

No hay duda de que el templo fue uno de los legados más importantes del arte griego en Occidente.

Sus orígenes deben buscarse en el megaron de Micenas. Esta sala, de morfología bastante sencilla, a pesar de ser el principal alojamiento del palacio del gobernante, no era más que una habitación rectangular, a la que se accedía a través de un pequeño pórtico (pronaos), y cuatro columnas que soportaban un techo similar al actual de dos aguas.

Al principio, este era el esquema que marcaba los cánones del edificio griego.

Fue a partir de la mejora de esta forma básica que se formó el templo griego tal y como lo conocemos hoy en día.

Al principio, los materiales utilizados eran el adobe – para las paredes – y la madera – para las columnas. Pero, desde el siglo VII a.C.. (período arcaico), cayeron en desuso, siendo reemplazados por la piedra.

Esta innovación permitió añadir una nueva fila de columnas en la parte exterior (peristilo) del edificio, haciendo del templo una ganancia en términos de monumentalidad.

Surgieron los primeros estilos arquitectónicos: el dórico, al sur, a espaldas del Peloponeso, y el jónico, al este.

Los templos dóricos eran generalmente bajos y masivos. Las gruesas columnas que las sostenían no tenían base, y el eje tenía forma de anillo.

El capitel, generalmente muy simple, terminaba en un marco convexo llamado equino. Las columnas soportaban un entablamento (sistema de cornisa) formado por un arquitrabe (parte inferior) y un friso de triglifos (decoración ondulada) intercalados con metopas.

El mayor tamaño de la construcción jónica se basaba en una doble fila de columnas algo más estilizadas, y también tenía un eje ondulado y una base sólida. El capitel culminó en dos elegantes columnas, y los frisos fueron decorados en alto relieve.

Más tarde, en el período clásico (siglos V y IV a.C.), la arquitectura griega alcanzó su máximo esplendor.

A los dos estilos ya conocidos vino a sumarse otro, el corintio, que se caracterizaba por un típico capitel cuyo extremo estaba decorado con hojas de acanto.

Las formas se estilizaron más y se añadió una tercera fila de columnas.

El Partenón de Atenas es la ilustración más evidente de este brillante período arquitectónico griego.

En la época de la hegemonía helenística (siglo III a.C.), la construcción, que conservaba las formas básicas del período clásico, alcanzó su punto máximo de suntuosidad.

Los capiteles ricamente decorados soportaban frisos trabajados en relieve, mostrando una elegancia y un trabajo difícil de superar.

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