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Tony Porter: un llamado a los hombres – Charla TEDWomen 2010

Charla «Tony Porter: un llamado a los hombres» de TEDWomen 2010 en español.

En TEDWomen, Tony Porter hace un llamado a los hombres de todas partes a no «actuar como hombres». Mediante historias conmovedoras de su propia vida, muestra cómo esta mentalidad, inculcada a tantos hombres y niños, puede llevar a los hombres a faltar el respeto, maltratar y abusar de las mujeres y entre sí. Su solución: liberarse del «kit de masculinidad».

  • Autor/a de la charla: Tony Porter
  • Fecha de grabación: 2010-12-07
  • Fecha de publicación: 2010-12-09
  • Duración de «Tony Porter: un llamado a los hombres»: 673 segundos

 

Traducción de «Tony Porter: un llamado a los hombres» en español.

Crecí en Nueva York entre Harlem y el Bronx.

Al crecer entre niños se nos enseñó que los hombres tenían que ser duros y fuertes, tenían que ser valientes, dominadores, que no tiene dolores ni emociones, a excepción de la ira, y, definitivamente, no tienen miedo; que los hombres mandan, o sea que las mujeres no; que los hombres guían y que Uds deberían seguir simplemente lo que decimos; los hombres son superiores, las mujeres inferiores; que los hombres son fuertes y las mujeres débiles; que las mujeres valen menos, son propiedad del hombre, objetos, sobre todo objetos sexuales.

Más tarde me enteré que eso era la socialización colectiva de los hombres más conocida como «kit de masculinidad».

Este kit contiene todos los ingredientes de lo que definimos que es ser hombre.

También quiero decir que, sin lugar a dudas, hay algo maravilloso, maravilloso, absolutamente maravilloso, en ser hombres.

Pero al mismo tiempo hay algunas cosas que se han ido de cauce.

Y realmente tenemos que empezar, ponernos a ver eso y realmente llegar a deconstruir, a redefinir, nuestra idea de masculinidad.

Estos son mis dos hijos: Kendall y Jay.

Tienen 11 y 12 años.

Kendall tiene 15 meses más que Jay.

Hubo un período en que mi esposa, Tammie, y yo estábamos muy ocupados y entre una cosa y otra: Kendall y Jay.


(Risas)
Y cuando tenían unos 5 y 6 años, 4 y 5 años, Jay se me acercaría a mí, vendría llorando.

No importaba el motivo por el que lloraba ella se sentaba en mi rodilla, moqueaba en mi manga, lloraba, lloraba con ganas.

Papá está aquí.

Eso es lo que importa.

Y Kendall por otro lado, como dije, él tiene sólo 15 meses más que ella, también venía llorando y tan pronto como lo escuchaba llorar se me activaba un cronómetro interno.

Le daba al niño quizá unos 30 segundos, el tiempo que tardaba en venir a mí, y ya le estaba diciendo algo como: «

¿Por qué lloras?

Levanta la cabeza.

Mírame.

Explícame cuál es el problema.

Cuál es el problema.

No logro entenderte.

¿Por qué estás llorando?

» Y preso de mi propia frustración, de mi rol y responsabilidad para educarlo como a un hombre, para encajar en estas reglas y estas estructuras que definen el ser hombre me encontré a mí mismo diciendo cosas como: «Ve a tu habitación.

Sigue allí, quédate en tu cuarto.

Siéntate hasta que se te pase, y luego ven a contarme cuando puedas hablar como un…»

¿Qué?

(Audiencia: Hombre) «como un hombre».

Y tenía sólo 5 años.

Con el tiempo en la vida llegué a preguntarme «Dios mío,

¿qué me pasa?

¿Qué estoy haciendo?

¿Por qué lo hago?

» Y me acordé.

Me acordé de mi padre.

Hubo una época en mi vida en la que tuvimos una experiencia familiar traumática.

Mi hermano, Henry, murió trágicamente cuando éramos adolescentes.

Vivíamos en Nueva York, como dije.

En ese momento vivíamos en el Bronx.

El entierro fue en un lugar llamado Long Island, a unas 2 horas de distancia.

Y mientras nos preparábamos para regresar del entierro los coches se detuvieron en un baño para dejar que la gente fuese antes de emprender el largo viaje de regreso.

La limusina quedó vacía.

Bajaron mi madre, mi hermana, mi tía, todos.

Pero quedamos mi padre y yo.

Y tan pronto como se bajaron las mujeres él empezó a llorar.

No quería llorar delante de mí.

Pero sabía que no lo iba a hacer en el camino de regreso y era mejor que lo viera yo que permitirse expresar estos sentimientos y emociones delante de las mujeres.

Y este era un hombre que hacía 10 minutos había enterrado a su hijo adolescente; algo que yo ni siquiera puedo imaginar.

Lo que más se me quedó fueron sus disculpas por llorar delante de mí.

Y al mismo tiempo, me felicitaba, me alababa, por no llorar.

Ahora llego a ver esto como ese miedo que tenemos los hombres, ese temor que nos paraliza, que nos hace rehenes de este kit masculino.

Recuerdo haber hablado con un niño de 12 años, jugador de fútbol, y le pregunté, le dije: «

¿Cómo te sentirías si…

…delante del equipo…

…el entrenador te dijera que jugaste como una niña?

» Yo esperaba que me dijera algo como que estaría triste, furioso, enojado o algo así.

No, el niño me dijo…

el niño me dijo: «Me destruiría».

Y pensé para mis adentros: «Dios, si lo destruiría que lo llamen niña,

¿qué le estamos enseñando…

…sobre las niñas?

»
(Aplausos)
Y esto me remonta a una época en que yo tendría unos 12 años.

Crecí en un edificio modesto del núcleo urbano pobre.

En ese entonces vivíamos en el Bronx.

Y en el edificio al lado de donde vivía había un chico llamado Johnny.

Tenía unos 16 años, y todos nosotros teníamos unos 12 años, chicos jóvenes.

Y él pasaba el rato con nosotros.

Y este muchacho no andaba en cosas buenas.

Era el tipo de muchacho que los padres preguntarían: «

¿Qué hace este muchacho de 16 años con estos chicos de 12?

Y pasaba mucho tiempo en cosas no muy buenas.

Era un chico con problemas.

Su madre había muerto por sobredosis de heroína.

Había sido criado por su abuela.

Su padre estaba ausente.

Su abuela tenía dos empleos.

Él pasaba mucho tiempo solo en casa.

Pero tengo que decirles, los jóvenes admirábamos a este chico.

Era genial.

Era magnífico.

Era lo que las hermanas decían: «Es magnífico».

Tenía relaciones sexuales.

Todos lo admirábamos.

Así que un día yo estaba en frente de su casa haciendo algo jugando, haciendo algo, no sé qué.

Él miró por la ventana, me pidió que subiera; dijo: «Hola Anthony».

Me llamaban Anthony de niño.

«Hola Anthony, vamos arriba».

Johnny llamaba y uno iba.

Subí corriendo las escaleras.

Al abrir la puerta me dice: «

¿Quieres?

» Y de inmediato supe a qué se refería.

Porque para mí en ese momento, relacionándonos en ese entorno de masculinidad «querer» significaba una de dos cosas: sexo o droga; y no andábamos en las drogas.

Mi kit, mi credencial, mi credencial de masculinidad estaba en peligro inminente.

Dos cosas: una, nunca había tenido sexo; pero un hombre nunca cuenta eso.

Uno le contaba al amigo más querido y cercano, bajo juramento secreto, la primera vez que tenía sexo.

Para los demás íbamos por ahí como si hubiésemos tenido sexo desde los 2 años.

No había primera vez.


(Risas)
La otra cosa que no le podía contar es que yo no quería.

Eso era peor aún.

Se suponía que siempre estábamos al acecho.

Las mujeres son objetos, sobre todo objetos sexuales.

Como sea, no podía contarle nada de eso.

Así que, como diría mi madre, para hacerla corta, yo simplemete le dije «sí» a Johnny.

Él me pidió que entrase en su habitación.

Entré a su habitación.

En su cama había una chica del barrio llamada Sheila.

Tenía 16 años.

Estaba desnuda.

Era lo que hoy se conoce como enferma mental; más lúcida algunas veces que otras.

Teníamos un amplio abanico de nombres inadecuados para ella.

Como sea, Johnny acababa de tener sexo con ella.

Bueno, en realidad la había violado pero él decía que habían tenido sexo.

Porque mientras Sheila nunca decía que no, tampoco decía que sí.

Por eso me estaba ofreciendo la oportunidad de hacer lo mismo.

Cuando entré al cuarto, cerré la puerta.

Amigos, estaba petrificado.

Estaba de espaldas a la puerta para que Johnny no pudiera irrumpir en el cuarto y ver que no estaba haciendo nada.

Y permanecí allí el tiempo suficiente como para que hubiera pasado algo.

Así que ahora no estaba tratando de imaginar qué hacer sino de pensar cómo iba a salir de esta habitación.

Así que con mis 12 años de sabiduría bajé el cierre del pantalón y salí de la habitación.

Y para mi sorpresa, mientras yo estaba en el cuarto con Sheila, Johnny regresó a la ventana y trajo a los muchachos.

Así que ahora la sala de estar estaba llena.

Era como la sala de espera del consultorio médico.

Y me preguntaron cómo estuvo.

Y yo les dije «Estuvo bien».

Y subí el cierre del pantalón frente a ellos y me dirigí hacia la puerta.

Ahora digo esto con remordimiento, y sentía un tremendo remordimiento en ese momento, pero estaba en conflicto porque, aunque sentía remordimiento, me emocioné porque no me descubrieron; pero sabía que me sentía mal por lo sucedido.

Este temor de salirme de la norma de masculinidad me envolvió por completo.

Eran mucho más importantes para mí mis credenciales de masculinidad que lo de Sheila y lo que le estaba sucediendo.

Visto colectivamente, como hombres, se nos enseña a menospreciar a las mujeres, a verlas como propiedad y objeto de los hombres.

Es como una ecuación que equivale a la violencia contra la mujer.

Como hombres, buenos hombres, la gran mayoría de los hombres, operamos en base a esta socialización colectiva.

Es como que nos vemos separados, pero somos una parte muy importante de eso.

Como ven, tenemos que llegar a entender que el menosprecio, la propiedad y la cosificación son la base y la violencia no puede ocurrir sin eso.

Por eso somos gran parte de la solución así como del problema.

El Centro de Control de Enfermedades dice que la violencia masculina contra las mujeres ya es epidémica; es el problema de salud principal de las mujeres, en el país (EEUU) y en el extranjero.

Rápidamente, me gustaría decir solamente que este es el amor de mi vida, mi hija Jay.

El mundo que imagino para ella:

¿Cómo me gustaría que actúen y se comporten los hombres?

Te necesito a bordo.

Te necesito conmigo.

Necesito que trabajes conmigo y yo trabajar contigo en la manera de criar a los hijos y de enseñarles a ser hombres, que está bien no ser dominantes, que está bien tener sentimientos y emociones, que está bien promover la igualdad, que está bien tener mujeres amigas y sólo eso, que está bien ser íntegro, que mi liberación como hombre está ligada a tu liberación como mujer.

Recuerdo haberle preguntado a un niño de 9 años: «

¿Qué sería la vida para ti si no tuvieses que adherir a esta norma de masculinidad?

Y me dijo: «Sería libre».

Gracias a todos.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/tony_porter_a_call_to_men/

 

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