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El sentido del olfato

El sentido del olfato.

El olfato es un sentido quimio receptor, pues resulta impresionado por moléculas de sustancias químicas simples o complejas que llegan hasta su superficie receptora, a diferencia de la vista y el oído, que son sensibles a ondas de energía como la luz y el sonido.

El ser humano, como mamífero evolucionado de primates, tiene un excelente desarrollo de sus propiedades visuales y auditivas, heredadas y perfeccionadas por las necesidades de sus ancestros, capaces de deslizarse entre los árboles, primero, y en tierra firme, posteriormente, lo cual les obligó a tener nociones precisas de un mundo con volúmenes, distancias, direcciones y obstáculos.

Sin embargo, el hombre posee también un olfato, más sensible e importante de lo que se cree y parece, dirigido casi absolutamente hacia las necesidades de alimentación, las relaciones sociales y la prevención de ciertos peligros.

 

Tipos de olores

LOS OLORES NO TIENEN ESPECTRO

Si bien es factible separar la luz blanca en los siete colores fundamentales que forman y constituyen el arco iris, y por su parte los sonidos comprenden una escala de siete tonos ascendentes, los olores -en cambio- no pueden aún ser clasificados de una forma regular.

El órgano olfatorio es excitado por sustancias químicas puras, entre las que se distingue el olor del flúor, del cloro, del bromo, del yodo, del fósforo, del arsénico y de cierta forma molecular del oxígeno, pero también lo es por compuestos del carbono que constituyen moléculas orgánicas muy complejas, como los alcoholes y aceites vegetales.
A este grupo pertenecen los aceites volátiles que dan el perfume a las rosas, a las glicinas, a los lirios, a la menta, al eucalipto, al alcanfor, etcétera.

Unas y otras sustancias, antes de ser percibidas, deben disolverse en agua para ser transportadas hasta los pelos olfatorios y tienen que ser solubles en grasa para poder excitar a los receptores del olfato.

Otros muchos olores pueden ser reconocidos por cualquier ser humano, como el de las frutas maduras, el de sustancias en descomposición y el olor a quemado.

Algunos autores han llegado a sistematizar la capacidad de percibir olores en seis sensaciones básicas: la de los frutos, las flores, lo putrefacto, el olor picante (o penetrante), el aceitoso o rancio y el olor a quemado.

LA NARIZ HUMANA ES INCREÍBLEMENTE SENSIBLE

Para hacernos una idea de la enorme capacidad de reconocimiento del olfato humano, es útil saber que puede percibirse el olor de compuestos sulfurosos a tan baja concentración que no es posible ser captado por ningún tipo de sensor desarrollado por la ciencia para descubrir emanaciones y pérdidas en el campo industrial.

De una sustancia como el mercaptán (alcohol sulfuroso), es sólo necesaria una parte en 460 millones de partes de aire para ser percibida y reconocida.

Una persona puede reconocer varios cientos de olores diferentes, y un perfumista o químico entrenado es capaz de distinguir varios miles de fragancias distintas.

En algunos animales, el olfato resulta tan importante y sensible que les permite reconocer a sus hijos y distinguirlos perfectamente de otros cachorros, como ocurre con las focas y en general los herbívoros de las praderas.

A otros, como sucede con los salmones, el olfato les permite reconocer los ríos donde han nacido y a los que deben volver para desovar.

Más sorprendente aún resulta el conocimiento reciente de que el olfato puede tener volumen y dirección, tal como lo perciben las hormigas, que son capaces de reconocer por el olfato elementos lisos y rugosos, redondos o con aristas, lo que facilita el hallazgo de sus alimentos y también una noción de dirección que las orienta perfectamente hacia la fuente de comida más cercana cuando salen del hormiguero, y hacia él cuando regresan con los trozos de hojitas.

 

EL PERFUME DEL AFECTO Y EL OLOR DEL PELIGRO

A nivel consciente, el olfato tiene una evidente calidad afectiva, ya que ciertos olores resultan apetitosos, como el de una rica comida que, al olfatearla, se nos hace agua la boca, como se dice vulgarmente.

Otros, en cambio, nos ponen inmediatamente alertas ante un peligro inminente, como el olor a quemado o el olor a putrefacto de algún alimento.

Todos ellos se consideran nociones primarias heredadas, sin necesidad de aprendizaje previo, al igual que la visión de los colores.

Para otros olores, esta calidad afectiva es aprendida, pero igualmente es real y providencial; así, cuando olemos algún alimento que anteriormente nos ha causado malestares digestivos solemos sentir náuseas y rechazarlo.

Mucho más profundo, y poco explorado aún, es el campo que relaciona los olores y las actitudes sociales.

Sabemos que entre muchos animales, ya sean inferiores (como los insectos) o superiores (como algunos mamíferos), el olor permite el reconocimiento de la pareja del sexo opuesto, y existen presunciones ciertas de que lo mismo suele ocurrir en el género humano.

Además, la emisión de ciertos olores sirve para cohesionar a un grupo social y permite reconocerse entre sí a los individuos pertenecientes a una colonia determinada, ya sea de abejas o de hormigas, y también de leones o de lobos, etc.

Resulta un hecho cierto, y debe apuntar a este mismo sentido, el que los seres humanos de determinadas regiones y culturas huelan diferente de los otros.

Probablemente, el interés del hombre por los perfumes es tan antiguos como la civilización misma -pues ya están citados en la Biblia y aparecen tanto en los jeroglíficos egipcios como en los escritos chinos y en las antiguas culturas amerindias- se debió a su capacidad de reconocer los olores propios, y con ello las intenciones de los demás.

 

OLEMOS CON NEURONAS

Las cilias que recubren la célula se hallan incluidas en secreción mucosa. Se cree que las células receptoras se especializan en un determinado tipo de olor, y que una las fibras nerviosas procedentes de receptores de un mismo tipo son integradas en el bulbo olfatorio.

En la parte superior de nuestra nariz, y sobre una pequeña superficie de 2,5 cm2 de cada lado, se extiende la mucosa olfatoria, de un espesor de 0,06 mm, que contiene 100 millones de células receptoras de los olores de forma cilíndrica y cuyo extremo libre o inferior termina en un penacho de polos o cilias, bañadas éstas por una secreción mucosa que recubre el conjunto.

Esas células son verdaderas células nerviosas bipolares que a los olores percibidos en uno de sus extremos los convierten en impulsos eléctricos en el otro, y sus prolongaciones superiores atraviesan el hueso etmoides, que constituye el techo de la nariz, y se conectan con las neuronas, que corresponden a la segunda estación en el bulbo olfatorio, porción de masa encefálica, a cada lado de la línea media, sobre el etmoides. Desde allí parte un manojo de fibras de sustancia blanca llamada tracto olfatorio, que conecta con las áreas cerebrales olfatorias, donde se elabora, reconoce, analiza y asocia la información.

El aire transportado por la nariz hacia la vía aérea circula sobre la mucosa olfatoria, en cuya secreción quedan atrapadas las moléculas odoríferas, que se disuelven en ella e impresionan las cilias receptoras.

En cada región de la superficie sensible se recibirían olores diferentes, y esta distinción topográfica le permitiría al cerebro reconocerlos y distinguirlos.

Ciertas sensaciones colectivas pueden tener por resultado en reuniones humanas, actitudes agresivas o de sumisión, o provocar reacciones de huida.

constituye uno de los seis olores básicos.

Los restantes son el de las frutas, el de sustancias en descomposición, el picante o penetrante, el aceitoso o rancio y el olor a quemado.

 

 

Este se halla situado en el techo de la nariz.
Unos 25 haces de fibras nerviosas transportan los impulsos desde los receptores olfativos hasta el bulbo olfatorio, y de allí los impulsos son conducidos a las áreas olfativas del cerebro.
La membrana mucosa olfatoria presenta muchos pliegues, como puede advertirse en esta fotografía, lo cual aumenta mucho su superficie.
En la foto también se observa que los receptores forman una estrecha banda en la parte superior.
Estos receptores son estimulados por sustancias odoríferas y responden generando impulsos eléctricos.

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