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Bruce Feiler: el consejo de papás – Charla TEDMED 2010

Charla «Bruce Feiler: el consejo de papás» de TEDMED 2010 en español.

Tras un diagnóstico de cáncer, Bruce Feiler se preocupó primero por su joven familia. Luego — como comparte en esta charla divertida, desvariada y, en última instancia, reflexiva — le pidió a sus amigos más cercanos que conformaran un «consejo de papás» en el que aportaran la sabiduría de sus propias vidas para aconsejar a sus hijas gemelas a medida que fueran creciendo.

  • Autor/a de la charla: Bruce Feiler
  • Fecha de grabación: 2010-10-10
  • Fecha de publicación: 2011-01-27
  • Duración de «Bruce Feiler: el consejo de papás»: 1233 segundos

 

Traducción de «Bruce Feiler: el consejo de papás» en español.

Esta historia comenzó a mis 4 años cuando mi familia se mudó a un nuevo barrio en nuestra ciudad de Savannah, Georgia.

Corrían los años 60 y en ese entonces todas las calles del barrio llevaban nombres de generales de la Confederación, vivíamos en el bulevar Robert E.

Lee.

Cuando tenía 5 años mis padres me compraron una bici chopera naranja, tenía un «asiento banana» y esos manubrios «brazo de mono» que hacían que uno pareciera un orangután.

Por eso se los llamaba manubrios brazo de mono.

Estaban diseñados con base en las motos choperas de los años 60 que estoy seguro que mi mamá no conocía.

Y un día yo estaba estudiando este callejón sin salida escondido a unas calles de distancia.

Volví y quería dar la vuelta y tratar de volver a esa calle con mayor velocidad, así que decidí dar la vuelta por esta gran calle que atravesaba el barrio y ¡zas! me atropelló un coche que pasaba.

Mi cuerpo mutilado voló en una dirección, y mi bici destrozada voló en la otra.

Quedé tendido en el pavimento sobre la línea amarilla y una de mis vecinas se acercó corriendo.

«Andy, Andy,

¿cómo estás?

» — dijo — usando el nombre de mi hermano mayor.


(Risas)
«Soy Bruce», le dije, y pronto me desvanecí.

Ese día me quebré el fémur izquierdo — el hueso más grande del cuerpo — y pasé los siguientes 2 meses enyesado desde el mentón hasta la punta del pie y en la rodilla derecha, con una barra de acero que iba de la rodilla derecha hasta mi tobillo izquierdo.

Y durante los siguientes 38 años ese accidente fue el único episodio médico interesante que me había pasado.

De hecho, me gané la vida caminando, viajé por el mundo, incursioné en diferentes culturas, escribí una serie de libros de viaje entre ellos «Caminando la Biblia».

Tenía un programa de TV con ese nombre en la TV pública.

Yo era, en todo el mundo, el caminante.

Hasta que, en mayo de 2008, en una visita de rutina al médico un examen de sangre rutinario arrojó evidencia en forma de indicador de fosfatasa alcalina de que algo podría andar mal en mis huesos.

Mi médico, por capricho, me mandó a hacer un estudio óseo completo que mostró que había un cierto crecimiento en mi pierna izquierda.

Por eso me hicieron rayos X y luego una resonancia.

Y una tarde me llamó mi médico: «El tumor en tu pierna no se condice con un tumor benigno».

Dejé de caminar.

Mi mente tardó unos segundos en convertir ese doble negativo en un negativo mucho más horroroso.

Tengo cáncer.

Y pensar que el tumor estaba en el mismo hueso en el mismo lugar de mi cuerpo que el accidente de hace 38 años parecía mucho más que una coincidencia.

Así que esa tarde volví a mi casa y mis hijas gemelas de 3 años, Eden y Tybee Feiler, vinieron corriendo a mi encuentro.

Habían cumplido los 3 años, y tenían todas esas cosas rosas y moradas.

De hecho, las llamábamos Rosaliciosa y Moradiciosa aunque debo decir que nuestro apodo favorito apareció en sus cumpleaños, el 15 de abril.

Cuando nacieron a las 6:14 y 6:46 el 15 de abril de 2005 el médico, adusto y sin sentido del humor miró su reloj y dijo: «Mmm, 15 de abril…

día de los impuestos.

Archivadora temprana y tardía».


(Risas)
Al día siguiente fui a verlo y le dije: «Doctor, qué buen chiste».

Y él me dijo: «Tú eres el escritor, chico».

Como sea, acababan de cumplir 3 años y vinieron haciendo ese baile que habían inventado; venían girando cada vez más rápido hasta que caían al suelo riendo con toda la alegría del mundo.

Sucumbí.

Me imaginaba todos los paseos que no podríamos hacer juntos; los trabajos de arte que no podría arruinar; los novios a los que no podría fruncir el ceño; los altares a los que no las acompañaría.

Se preguntarían quién era yo, pensé.

¿Anhelarían mi aprobación, mi amor, mi voz?

A los pocos días me desperté con una idea de cómo podría darles esa voz.

Me comuniqué con 6 hombres de distintas etapas de mi vida y les pedí que estuvieran presentes en los pasajes de la vida de mis hijas.

«Creo que mis niñas van a tener un montón de oportunidades en la vida», escribí a estos hombres.

«Van a tener una familia amorosa y hogares cordiales, pero puede que no me tengan a mí.

Puede que no tengan a su papá.

¿Me ayudarán a ser su papá?

» Y me dije para mis adentros que llamaría a este grupo de hombre el Consejo de Papás Pero tan pronto como tuve esta idea supe que no se lo diría a mi mujer.

Bien.

Ella es muy optimista alguien con energía natural.

Está instalada en la cultura esta idea — no tengo que explicarles — de que uno tiene que enfrentar los problemas con alegría.

Deberíamos pensar en lo positivo.

Mi mujer, como dije, creció en las afueras de Boston.

Tiene una gran sonrisa.

Tiene una gran personalidad.

Tiene pelo largo.

Aunque hace poco me dijo que no puedo decir que tiene el pelo largo, porque si lo digo la gente va a pensar que es de Texas.

Y, al parecer, está bien casarse con un chico de Georgia pero no tener pelo de Texas.

Y, de hecho, en su defensa, si ella estuviera aquí ahora, recordaría que, cuando nos casamos en Georgia, hubo 3 preguntas en la licencia del certificado de matrimonio, la tercera de las cuales fue: «

¿están emparentados?

»
(Risas)
Le dije: «Mira, en Georgia por lo menos queremos saberlo, en Arkansas ni siquiera preguntan».

Lo que no le dije es que si decía «sí» uno podía saltar.

No son necesarios los 30 días de espera.

Porque uno no necesita el conocimiento previo en ese momento.

Así que no iba a contarle esta idea pero al día siguiente no pude evitarlo y se lo dije.

Y le encantó la idea pero de inmediato empezó a rechazar a los nominados.

Decía: «Bueno, me encanta, pero nunca le pediría un consejo».

Así que resultó que el Consejo de Papás fue una forma muy eficiente de descubrir qué pensaba mi mujer de mis amigos.


(Risas)
Así que decidimos que necesitábamos unas reglas y se nos ocurrieron algunas.

La primera fue no a la familia, sólo amigos.

Pensábamos que la familia ya estaría allí.

Segundo: sólo hombres.

Estábamos tratando de llenar el espacio paterno en la vida de las niñas.

Y tercero: un padre por cada aspecto mío.

Repasamos mi personalidad y tratamos de encontrar un papá que representara cada aspecto.

Lo que sucedió fue que escribí una carta a cada uno de estos hombres.

Y en vez de enviárselas decidí leérselas en persona.

Linda, mi esposa, bromeaba diciendo que era como tener 6 propuestas de matrimonio diferentes.

Fue como un «matrimonio de amistad» con cada uno.

El primero de los muchachos fue Jeff Schumlin.

Jeff condujo este viaje que hice a Europa cuando me gradué de la secundaria en la década del 80.

Ese primer día estuvimos en el albergue juvenil de un castillo.

Y fui atrás.

Había un foso, una cerca y un campo con vacas.

Jeff se acercó a mi lado y dijo: «

¿Alguna vez empujaste a una vaca?

» Y le dije: «

¿Empujar vacas?

Él me dijo: «Sí, las vacas duermen de pie.

Así que si te acercas a ellas por detrás, a favor del viento, puedes empujarlas y se dan un golpe en el lodo».

Así que antes de poder determinar si era correcto o no, ya habíamos saltado el foso, pasamos la valla, en puntas de pie sobre el excremento nos acercamos a alguna pobre vaca que estaba dormitando.

Un par de semanas después del diagnóstico nos fuimos a Vermont y decidí que Jeff fuera el primero en el Consejo de Papás.

Fuimos a este huerto de manzanas y le leí esta carta.

«

¿Me ayudarás a ser su papá?

» Y llegué hasta el final — él estaba llorando y yo también — y luego me miró y me dijo: «Sí».

Yo dije: «

¿Sí?

» Como que había olvidado que había una pregunta en mi carta.

Y, francamente, aunque seguía preguntando esto nunca se me ocurrió que alguien rechazaría la propuesta dadas las circunstancias.

Y luego le hice una pregunta que terminé preguntándoles a todos los papás y que finalmente me animó a volcar esta historia en un libro.

La pregunta era: «

¿Qué consejo le darías a mis hijas?

» Y el consejo de Jeff fue: «Sé una viajera, no una turista.

Bájate del bus.

Busca lo diferente.

Acércate a la vaca».

«Estamos a 10 años del presente», le dije, «y mis hijas están por hacer su primer viaje al exterior, y yo no estoy aquí.

¿Qué les dirías?

» Él dijo: «Me gustaría abordar este viaje del mismo modo que un pequeño a un charco de lodo, donde uno puede agacharse y mirar el reflejo en el espejo y tal vez hacer una onda en el espejo o saltar y agitarse y ver qué se siente, cómo huele».

Y mientras hablaba tenía ese fulgor en los ojos que vi por primera vez en Holanda; el fulgor que dice: «Vamos a empujar vacas», a pesar de que nunca lo hicimos, de que nadie empuja vacas, y las vacas no duermen paradas.

Él dijo: «Niñas, quiero que vuelvan al final de la experiencia cubiertas de lodo».

Dos semanas después de mi diagnóstico una biopsia confirmó que tenía un osteosarcoma de 18 cm en el fémur izquierdo.

600 estadounidenses al año tienen osteosarcoma.

El 85% tiene menos de 21 años.

Sólo una centena de adultos al año tiene una de estas enfermedades.

Hace 20 años los médicos me hubieran amputado la pierna; había un 15% de supervivencia.

En la década del 80 determinaron que un cóctel especial de quimio podría ser efectiva.

Y en cuestión de semanas había empezado ese régimen.

Y ya que estamos en una sala médica, pasé cuatro meses y medio de quimio.

En realidad me dieron cisplatino, doxorubicina y muy altas dosis de metotrexato.

Luego tuve una cirugía de 15 horas en la que mi cirujano, el Dr.

John Healey en el Hospital Memorial Sloan-Kettering de Nueva York me quitó el fémur izquierdo y lo reemplazó con titanio.

Si vieron el programa especial de Sanjay vieron estos tornillos enormes que me pusieron en la pelvis.

Luego tomó el peroné de mi pantorrilla, lo recortó y luego lo trasladó al muslo, donde está ahora.

Lo que hizo en realidad fue desvascularizarlo de mi pantorrilla y volver a vascularizarlo en el muslo para luego conectarlo a las partes buenas de mi rodilla y la cadera.

Luego me extrajo un tercio del músculo cuádriceps.

Es una cirugía tan rara que sólo dos seres humanos han sobrevivido antes que yo.

Y mi recompensa por sobrevivir fue volver a quimio otros cuatro meses más.

Fue, como decimos en casa, un año perdido.

Porque en esas semanas libres todos teníamos pesadillas.

Y una noche soñé que caminaba por mi casa me sentaba en mi escritorio a mirar fotos de los hijos de otra persona sentado en mi escritorio.

Y recuerdo sobre todo una noche en la que, cuando me contó esa historia — no sé donde está Dr.

Nuland — de William Sloane Coffin me hizo pensar en ello.

Porque estaba en el hospital, creo que era mi cuarta ronda de quimio cuando estaba en cero, y básicamente no tenía sistema inmune.

Me pusieron en una sala de enfermedades infecciosas en el hospital.

Todos los que venían a verme tenían que cubrirse con una máscara cubrirse todas las partes externas del cuerpo.

Y una noche recibí una llamada de mi suegra diciendo que mis hijas, en ese momento de 3 años y medio, me extrañaban y sentían mi ausencia.

Colgué el teléfono, coloqué la cara entre mis manos, y pegué un grito silencioso.

Y lo que Ud.

me dijo Dr.

Nuland — no sé dónde se encuentra — me hizo pensar en esto hoy.

Porque el pensamiento que me vino a la mente era que esa sensación que tenía era como un grito primario.

Y lo impactante — uno de los mensajes que hoy quiero dejarles — es la experiencia.

A medida que me volvía cada vez menos humano en ese momento de mi vida, quizá pesaba 13 kilos menos que ahora.

Por supuesto, no tenía pelo ni sistema inmune.

Me estaban haciendo transfusiones de sangre.

En ese momento era cada vez menos humano y, al mismo tiempo, era también quizá lo más humano que he sido jamás.

Y lo conmovedor de ese momento era que en vez de rechazar a la gente en realidad estaba demostrando ser un imán para la gente.

La gente se sentía atraída.

Cuando mi esposa y yo tuvimos hijos pensamos que todos nos darían una mano.

En vez de eso, todos nos dieron la espalda.

Y cuando tuve cáncer pensamos que todo el mundo nos daría la espalda.

En vez de eso, todos nos dieron una mano.

y cuando me venían a ver en vez de consternarse por lo que veían — yo era como un fantasma viviente — se sentían muy conmovidos a hablar de lo que les estaba pasando en sus propias vidas.

Descubrí que el cáncer es un pasaporte a la intimidad.

Es una invitación, quizá un mandato, para entrar en los espacios más vitales de la vida humana, a los más sensibles y a los más temibles, esos a los que nunca queremos aventurarnos pero que cuando lo hacemos sentimos una transformación increíble.

Y esto también le pasó a mis niñas, ya que comenzaron a ver, y, pensamos, tal vez se volvieron una pizca más compasivas.

Un día mi hija Tybee vino hacia mí y me dijo: «tengo tanto amor para ti en mi cuerpo, papi, que no puedo parar de abrazarte y besarte.

Y cuando ya no me queda más amor, tomo leche, porque es de ahí que viene el amor».


(Risas)
Y una noche vino a verme mi hija Eden.

Y como yo dejaba mi pierna fuera de la cama llegó hasta mis muletas y me las alcanzó.

De hecho, si me aferrara a un recuerdo de este año, sería caminar por un pasillo oscuro con cinco dedos regordetes que me tomaban de la mano desde abajo.

Ya no necesitaba más las muletas; estaba caminando en el aire.

Una de las cosas profundas que me sucedieron fue esa conexión con toda esta gente.

Y me hizo pensar — y lo voy a marcar para que quede grabado — una palabra que he escuchando sólo una vez — ayer cuando estábamos haciendo yoga de Tony Robbins — la palabra que no se ha mencionado en este seminario en realidad es la palabra amigo.

De todo lo que hemos estado hablando — obediencia, adicción, o pérdida de peso — ahora sabemos que la comunidad es importante y sin embargo es algo que en realidad no decimos.

Y fue algo muy profundo, sentarme con mis amigos más cercanos y decirles cuánto significaban para mí.

Y una de las cosas que aprendí es que con el tiempo sobre todo los hombres, que suelen no ser comunicativos, se están volviendo cada vez más comunicativos.

Y eso en particular me pasó con el Consejo de Papás, Linda decía que lo que estábamos hablando era el tipo de cosas que las mamás hablan a la salida de la escuela.

Para mí, nadie capta esta virilidad moderna mejor que David Black.

David es mi agente literario.

Mide cerca de 1,60 m en un buen día, parándose erguido con botas de vaquero, detrás de una fachada muy masculina, contesta el teléfono — supongo que puedo decir esto porque lo han dicho antes — él contesta cosas como: «Hola, hijo de perra», da sermones aburridos sobre botellas de vino; para los 50 años se compró un auto deportivo convertible.

Aunque, como muchos hombres, es impaciente y se lo compró a los 49.

Pero como muchos hombres modernos, abraza, cocina, sale temprano del trabajo para entrenar a las ligas inferiores.

Alguien me preguntó si lloró cuando le pedí que estuviese en el Consejo de Papás.

Y yo le dije: «David llora cuando lo invitas a dar una paseo».


(Risas)
Es agente literario o sea, es un corredor de sueños en un mundo en que muchos sueños no se hacen realidad.

Y esto es lo queríamos que capturara: lo que significa tener contratiempos y aspiraciones.

Y le dije: «

¿Qué es lo más valioso que puedes darle a un soñador?

» Y me dijo: «La autoconfianza».

«Pero cuando vine a verte», le dije, «yo no creía en mí mismo.

Estaba contra un muro».

Me dijo: «No veo el muro», y yo les digo lo mismo, no veo el muro.

Uno puede encontrar un muro cada tanto pero uno tiene que encontrar la manera de pasarlo por encima, rodearlo o atravesarlo Sin importar lo que uno haga, no hay que sucumbir, no rendirse ante el muro.

Mi casa no está lejos del puente de Brooklyn, y durante el año y medio que anduve en muletas, se volvió una suerte de símbolo para mí.

Así que un día cerca del final de mi periplo dije: «Niñas, salgamos a caminar por el puente de Brooklyn».

Salimos con las muletas.

Yo andaba en muletas, mi mujer iba junto a mí, mis hijas iban haciendo poses de artistas de rock Y dado que caminar era lo primero que perdí pasé la mayor parte de ese año pensando en éste de los más elementales actos humanos.

Caminar erguidos, nos dijeron, es el umbral de lo que nos hizo humanos.

Y durante cuatro millones de años los humanos hemos caminado erguidos, el acto en esencia no ha cambiado.

Como le gusta decir a mi fisioterapeuta: «Cada paso es una tragedia anunciada».

Uno está por caer en una pierna cuando con la otra se sostiene Y la gran consecuencia de caminar con muletas — cosa que hice durante un año y medio — es que uno camina más lento.

Uno se apura.

Uno llega a donde va pero llega solo.

Uno va lento, llega a donde va, pero llega allí con esta comunidad que construyó a lo largo del camino.

So riesgo de admisión, nunca fui tan amable como en el año en que estuve en muletas.

Hace 200 años apareció un nuevo tipo de peatón en París.

Era el «flâneur», aquel que vaga por las arcadas.

Y estos paseantes tenían por costumbre mostrar que eran hombres de ocio sacando una tortuga a pasear y permitiendo que el reptil marcara el paso.

Y me encanta esta oda a la lentitud.

Y se ha convertido en mi propio lema para mis hijas.

Saquen a pasear a una tortuga.

Contemplen el mundo en pausa.

Y esta idea de hacer una pausa sea quizá la lección más grande de mi periplo.

Hay una cita de Moisés a un lado de la Campana de la Libertad de un pasaje del libro de Levítico que cada 7 años hay que dejar la tierra en barbecho.

Y cada 7 períodos de 7 años dejar descansar la tierra un año tiempo durante el cual las familias se reúnen y las personas se rodean de los seres queridos.

Ese año 50 es llamado el año jubilar y ese es el origen del término.

Y aunque tengo casi 50 eso refleja mi propia experiencia.

Mi año perdido fue mi año jubilar.

Al dejarlo en barbecho planté las semillas para un futuro más saludable y me reuní con mis seres queridos.

A un año de mi periplo fui a ver a mi cirujano el Dr.

John Healey.

Por cierto, Healey es un nombre adecuado para un médico [heal=curar].

Es el presidente de la Sociedad Internacional de Recuperación de Extremidades, el menos eufemístico de los términos que haya escuchado Le dije: «Dr.

Healey, si mis hijas vienen a verlo un día y le preguntan: «

¿qué podemos aprender de la historia de papá?

¿qué les diría?

» Me dijo: «Les diría lo que sé: que todos morimos pero que no todos vivimos.

Quiero que Uds.

vivan».

Le escribí una carta a mis hijas que aparece al final de mi libro, «El Consejo de Papás», e hice una lista con estas lecciones algunas de las cuales escucharon hoy aquí: acérquense a la vaca, lleven chancletas, no miren el muro, dejen las preguntas, cosechen milagros.

Mientras repasaba la lista — era para mí algo así como un libro de salmos de la vida — me di cuenta que aunque hicimos esto por las niñas en realidad nos cambió a nosotros.

Y ese es el secreto del Consejo de Papás que mi mujer y yo lo hicimos en un intento por ayudar a nuestras hijas pero realmente nos cambió.

Por eso estoy parado hoy como ven, caminando sin muletas ni bastón.

Y la semana pasada tuve mi análisis de los 18 meses.

Y como todos saben todo el que tiene cáncer se hace revisiones En mi caso es trimestral.

Y todas las mentes colectivas de esta sala, me atrevo a decir, nunca encontrarán la solución a la ansiedad pre-revisión.

A medida que iba hacia allí me preguntaba qué diría dependiendo de lo que pasara aquí.

Ese día tuve buenas noticias y estoy aquí hoy libre de cáncer, caminando sin ayuda y cojeando hacia adelante.

Y quiero mencionar en breve aunque ya excedí mi tiempo límite pero quiero mencionar brevemente de pasada que una de las cosas buenas que pueden salir de conferencias como ésta es que, en una conferencia similar, en la primavera, Anne Wojcicki oyó hablar de nuestra historia y muy rápidamente — en un lapso de 3 semanas — puso todos los recursos de 23andMe al servicio de una iniciativa, en julio, para llegar a descifrar el genoma de toda persona viva con sarcoma cardíaco y óseo.

Y ella me dijo anoche que en los 3 meses que llevamos hemos recibido 300 personas que han contribuido a este programa.

Y los epidemiólogos presentes les dirán que esa es la mitad de la gente que tiene la enfermedad por año en Estados Unidos.

Así que si van a 23andMe o si van a councilofdads.com, pueden hacer clic en un enlace.

Invitamos a todos a unirse a este esfuerzo.

Pero voy a cerrar lo que he estado diciendo con este mensaje: busquen una excusa para reencontrar un amigo perdido hace tiempo, o a ese compañero de la universidad, o a alguna persona de la que han estado distanciados.

Espero que encuentren un charco en algún lugar o la manera de pasar por encima, alrededor, o a través de los muros que se interponen entre Uds.

y uno de sus sueños.

Y de vez en cuando encuentren un amigo, encuentren una tortuga, y den un largo y lento paseo.

Muchas gracias.


(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/bruce_feiler_the_council_of_dads/

 

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