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Doris Kearns Goodwin sobre aprender de presidentes pasados – Charla TED2008

Charla «Doris Kearns Goodwin sobre aprender de presidentes pasados» de TED2008 en español.

La historiadora Doris Kearns Goodwin habla sobre lo que podemos aprender de presidentes de los Estados Unidos, incluyendo a Abraham Lincoln y a Lyndon Johnson. Después comparte una conmovedora memoria sobre su propio padre y su amor compartido por el béisbol.

  • Autor/a de la charla: Doris Kearns Goodwin
  • Fecha de grabación: 2008-02-02
  • Fecha de publicación: 2008-10-07
  • Duración de «Doris Kearns Goodwin sobre aprender de presidentes pasados»: 1128 segundos

 

Traducción de «Doris Kearns Goodwin sobre aprender de presidentes pasados» en español.

En efecto, he dedicado mi vida a investigar las vidas de los presidentes que ya no están vivos.

Despertándome con Abraham Lincoln por la mañana, pensando en Franklin Roosevelt cuando me iba a dormir por la noche.

Pero cuando intento pensar en lo que he aprendido sobre el sentido de la vida, mi mente sigue volviendo a un seminario en el que tomé parte cuando era una estudiante de postgrado en Harvard con el gran psicólogo Erik Erikson.

Nos enseñó que las vidas más ricas y plenas intentan conseguir un equilibrio interior de tres factores: el trabajo, el amor y la diversión.

Y que concentrarse en uno de los factores descuidando los otros es abrirse a una tristeza absoluta en el futuro.

Mientras que intentar conseguir los tres con igual dedicación es hacer posible una vida llena, no sólo de grandes logros, sino también de serenidad.

Ya que cuento historias, permítanme mirar hacia atrás a la vida de dos de los presidentes que he estudiado para ilustrar este punto — Abraham Lincoln y Lyndon Johnson.

Sobre la primera esfera, el trabajo, pienso que la vida de Abraham Lincoln sugiere que una intensa ambición es algo bueno.

Él tenía una gran ambición pero no era simplemente por ser elegido o por el poder o por la celebridad o por la fama — la razón de su ambición era conseguir algo suficientemente valioso en la vida para que pudiera hacer del mundo un lugar mejor por el hecho de haber vivido en él.

Incluso de niño, aparentemente, Lincoln tuvo sueños heroicos.

Tuvo que encontrar una manera de escapar de esa granja empobrecida donde nació.

No tuvo posibilidad de ir al colegio, excepto algunas semanas aquí y allá.

Pero leía libros en todo rato libre que podía encontrar.

Se decía que cuando consiguió una copia de la biblia del Rey Jaime o de las «Fábulas de Esopo», la excitación le impedía dormir.

No podía comer.

La gran poetisa Emily Dickinson dijo una vez, «No hay fragata mejor que un libro para llevarnos a tierras lejanas.» Qué apropiado para Lincoln.

Aunque nunca viajó a Europa, fue con los reyes de Shakespeare a la alegre Inglaterra, y viajó con la poesía de Lord Byron a España y Portugal.

La literatura le permitió trascender sus alrededores.

Pero sufrió tantas pérdidas tan temprano en su vida que se sentía perseguido por la muerte.

Su madre murió cuando él tenía sólo nueve años.

Su única hermana, Sarah, murió de parto unos años después.

Y su primer amor, Ann Rutledge, a los 22 años.

Además, cuando su madre yacía moribunda no le dio esperanzas de volver a encontrarse en el otro mundo.

Simplemente le dijo: «Abraham, ahora me voy a ir lejos de ti, y nunca volveré.» Como resultado acabó obsesionado con la idea de que cuando morimos nuestra vida desaparece, polvo al polvo.

Pero sólo cuando fue creciendo desarrolló una cierta consolación originada por una antigua idea griega — pero seguida también en otras culturas — basada en que, si consigues algo importante en tu vida, puedes vivir en la memoria de otros.

Tu honor y tu reputación sobrevivirán tu existencia terrenal.

Y esa ambición valiosa se convirtió en su estrella polar.

Le permitió salvarse de la importante depresión que sufrió cuando tenía poco más de 30 años.

Tres cosas se habían combinado para hundirle.

Había roto su compromiso con Mary Todd, inseguro sobre si estaba listo para casarse con ella, pero sabiendo cómo de devastador sería su acción para ella.

Su único amigo íntimo, Joshua Speed, iba a marcharse de Illinois para volver a Kentucky porque el padre de Speed había muerto.

Y su carrera política en el congreso del estado iba cuesta abajo.

Estaba tan deprimido que sus amigos temían que intentara suicidarse.

Se llevaron todos los cuchillos, cuchillas y tijeras de su habitación.

Y su gran amigo Speed se acercó a él y le dijo: «Lincoln, tienes que recuperarte o moriras.» Él dijo: «Moriría ahora mismo, pero todavía no he hecho nada para hacer que algún ser humano recuerde que yo he vivido.» Así qué, impulsado por esa ambición, volvió al congreso del estado.

Eventualmente ganó un puesto en el Congreso.

Se presentó dos veces a elecciones para el Senado, perdiendo en ambas ocasiones.

«Todo el mundo es roto por la vida», dijo una vez Ernest Hemingway, «pero algunas personas son más fuertes en las partes rotas.» Y así sorprendió a toda la nación con una victoria inesperada en las elecciones presidenciales sobre tres rivales con mucho más experiencia, mejor educación y más fama.

Y una vez que ganó ganado las elecciones, todavía sorprendió más a la nación dando altos puestos en su gobierno a cada uno de estos tres rivales.

Fue un acto sin precedentes en la época porque todo el mundo pensó: «Lincoln parecerá una figura decorativa comparado con estas personas.» Le preguntaron: «

¿Por qué estás haciendo esto, Lincoln?

» Y él respondió: «Mirad, éstos son los hombres más fuertes y más capaces del país.

Este país está en peligro.

Los necesito a mi lado.» Pero tal vez mi viejo amigo, Lyndon Johnson lo habría expresado de una manera menos noble: «Mejor tener a tus enemigos dentro de la tienda meando hacia afuera que fuera de la tienda meando hacia dentro.»
(Risas)
Pero pronto se apreció claramente que Abraham Lincoln iba a emerger como el capitán indiscutible de este indisciplinado equipo.

Y cada uno de ellos pronto comprendió que Lincoln poseía un conjunto sin igual de fortalezas emocionales y habilidades políticas que se demostraron más importantes que la escasez de su currículo.

Por una parte, poseía una extraña habilidad para ponerse en la situación de otras personas e intentar comprender sus puntos de vista.

Arregló sentimientos dañados que podrían haber escalado a hostilidad permanente.

Compartió alegremente el crédito de sus acciones, asumió la responsabilidad por los fallos de sus subordinados, reconoció constantemente sus errores y aprendió de los mismos.

Éstas son las cualidades que deberíamos estar buscando en nuestros candidatos para 2008.


(Aplausos)
Se negó a ser provocado por quejas insignificantes.

Nunca se dejó caer en la envidia o se obsesionó con desaires percibidos.

Y expresó sus inalterables convicciones en un lenguaje cotidiano, con metáforas, en historias.

Y con un lenguaje tan bello que casi parecía que Shakespeare y la poesía que tanto había amado de niño se habían conseguido colar en su propia alma.

En 1863, cuando se firmó la proclamación de emancipación, trajo de nuevo a su viejo amigo, Joshua Speed, a la Casa Blanca.

Y recordó aquella conversación décadas atrás, cuando se encontraba tan triste.

Y entonces, señalando a la proclamación, dijo: «Creo que con esta medida mis más deseadas esperanzas se cumplirán.» Pero cuando estaba a punto de poner su firma en la proclamación su mano estaba entumecida y temblorosa puesto que había estrechado mil manos esa misma mañana en la ceremonia de recimiento de año nuevo.

Así que dejó la pluma en la mesa.

Y dijo: «Si alguna vez mi alma estuvo en una ley, es en esta ley.

Pero si la firmo con una malo temblorosa, la posteridad dirá: ‘Dudó.'» Así que esperó hasta que pudo coger la pluma y la firmó con una mano valiente y firme.

Pero ni en sus más atrevidos sueños, Lincoln nunca había imaginado cuan lejos alcanzaría su reputación.

Me resultó muy emocionante encontrar una entrevista con el gran escritor ruso, Leo Tolstoy, en un periódico de Nueva York del principio del siglo XX.

Y en ella, Tolstoy hablaba de un viaje que acababa de hacer a un área muy remota del Caucaso, donde sólo habitaban unos bárbaros salvajes, que nunca habían salido de esa parte de Rusia.

Sabiendo que Tolstoy se encontraba entre ellos, le pidieron que les contara relatos sobre grandes hombres de la historia.

Así que dijo: «Les hablé de Napoleón y de Alejandro Magno y de Federico II el Grande y de Julio César, y les encantó.

Pero antes de que hubiera terminado, el jefe de los bárbaros se levantó y dijo: «Pero espera, no nos has hablado del más grande de entre los gobernantes.

Queremos que nos hables del hombre que hablaba con voz de trueno, cuya risa era como la salida del sol, que vino de ese lugar llamado América, tan lejos de aquí que si un un joven viajara hasta allí sería un anciano a su llegada.

Háblanos de ese hombre.

Háblanos de Abraham Lincoln.» Se quedó atónito.

Les contó todo lo que sabía sobre Lincoln.

Y después en la entrevista dijo: «

¿Qué hizo a Lincoln tan grande?

No fue un gran general como Napoleón, no fue un gran hombre de estado como Federico II el Grande.» Sino que su grandeza consistía, y los historiadores están plenamente de acuerdo, en la integridad de su carácter y en la fibra moral de su ser.

Así que, al final, esa poderosa ambición que le ayudó a superar su lóbrega niñez por fin se cumplió.

Esa ambición que le permitió educarse a sí mismo a base de esfuerzo, sobreponerse a una sucesión de desastres políticos y a los días más oscuros de la guerra.

Su historia será contada.

En cuanto a la segunda esfera, no la del trabajo, sino la del amor — incluyendo a familia, amigos y compañeros de trabajo — también requiere trabajo y dedicación.

El Lyndon Johnson que vi en los últimos años de su vida, cuando le ayudé con sus memorias, era un hombre que había dedicado muchos años a perseguir el éxito en el trabajo, en el poder y a nivel individual, al que ya no le quedaba ningún recurso psíquico o emocional para superar el día a día una vez que su presidencia había terminado.

Mi relación con él comenzó en un nivel bastante curioso.

Fui elegida como una White House Fellow cuando tenía 24 años.

Hubo este gran baile en la Casa Blanca.

Y el presidente Johnson bailó conmigo esa noche.

No fue tan extraño — sólo había tres mujeres entre los 16 White House Fellows.

Pero me murmuró al oído que quería que trabajara directamente para él en la Casa Blanca.

Pero no iba a ser tan sencillo.

En los meses anteriores a mi selección, como mucha gente joven, había sido activa en el movimiento contra la guerra de Vietnam, y había escrito un artículo contra Lyndon Johnson, que desafortunadamente se publicó en The New Republic dos días después del baile en la Casa Blanca.


(Risas)
Y el tema del artículo era cómo quitar del poder a Lyndon Johnson.


(Risas)
Así que estaba segura de que me echaría del programa.

Pero en lugar de eso, sorprendentemente, dijo: «Oh, traedla aquí durante un año, y si yo no puedo convencerla, nadie puede.» Así que acabé trabajando con él en la Casa Blanca.

En cierto punto le acompañé a su rancho para ayudarle con sus memorias, sin terminar por entender por qué me había elegido a mí para pasar tantas horas juntos.

Me gusta creer que fue porque yo sabía escuchar.

Él era un gran narrador.

Historias fabulosas, coloridas y llenas de anécdotas.

Había un problema con estas historias, sin embargo, que descubrí más tarde, la mitad de ellas no eran ciertas.

Pero eran grandes historias de todos modos.


(Risas)
Así que creo que parte de su atracción por mí era que me encantaba escuchar sus cuentos chinos.

Pero también me preocupaba que parte de ella fuera que yo era una mujer joven.

Y él había tenido una ligera reputación de mujeriego.

Así que yo le hablaba constantemente de mis novios, incluso cuando no tenía ninguno.

Todo estaba yendo perfectamente, hasta que un día dijo que quería discutir nuestra relación.

Pareció un mal presagio cuando me llevó cerca del lago, convenientemente llamado Lyndon Baines Johnson.

Y había vino y queso y un mantel de cuadros rojos — todos los símbolos románticos.

Y entonces empezó: «Doris, más que cualquier otra mujer que he conocido nunca …

Se me cayó el alma a los pies.

Y entonces dijo: «Me recuerdas a mi madre.»
(Risas)
Fue muy embarazoso, teniendo en cuenta lo que estaba pasando por mi cabeza.

Pero tengo que decir que, conforme han ido pasando los años, me he dado cuenta del increíble privilegio que fue haber pasado tantos años con el gran león envejecido que este hombre era.

Victorioso en mil disputas, tres grandes leyes de derechos civiles, Medicare, ayuda a la educación.

Y sin embargo, completamente derrotado al final por la guerra de Vietnam.

Y precisamente porque estaba tan triste y se sentía tan vulnerable, se abrió a mí de maneras que nunca se habría abierto si lo hubiera conocido en la plenitud de su poder — compartiendo sus miedos, sus penas y sus preocupaciones.

Y me gustaría pensar que ese privilegio comenzó dentro de mí el impulso para comprender la persona interior detrás de la figura pública, que he intentado reflejar en cada uno de mis libros desde entonces.

Pero también me hizo entender perfectamente las lecciones que Erik Erikson había intentado inculcarnos a todos nosotros sobre la importancia de encontrar equilibrio en la vida.

Ya que, en la superficie, Lyndon Johnson debería haber tenido todo lo necesario para sentirse bien en estos últimos años, en el sentido de que había sido elegido para la presidencia.

Tenía todo el dinero que necesitaba para realizar cualquier actividad de ocio que quisiera.

Poseía un gran rancho en el campo, un ático en la ciudad.

Veleros, lanchas.

Tenía sirvientes para responder a cualquiera de sus caprichos y tenía una familia que lo profundamente.

Y sin embargo, años de concentración exclusiva en el éxito a nivel profesional e individual hicieron que en su jubilación no pudiera encontrar consuelo en la familia, las actividades de recreo, los deportes o los hobbies.

Era como si el agujero en su corazón fuera tan grande que incluso el amor de una familia, sin su trabajo, no pudiera llenarlo.

Conforme su ánimo se hundía, su cuerpo se deterioraba hasta que, yo creo, él lentamente trajo su propia muerte.

En estos últimos años, él decía que le entristecía mucho ver al pueblo americano buscar un nuevo presidente y olvidarse de él.

Hablaba con inmensa tristeza en su voz, diciendo que tal vez debería haber dedicado más tiempo a sus hijos y también a los hijos de ellos.

Pero era demasiado tarde.

A pesar de todo ese poder, de toda esa riqueza, estaba solo cuando finalmente murió — su mayor temor se había convertido en realidad.

En cuanto a la tercera esfera, la diversión que él nunca aprendió a disfrutar, he aprendido con los años que incluso esta esfera requiere una dedicación de tiempo y energía.

Suficiente para que una afición, un deporte, un amor a la música o al arte o a la literatura o cualquier otra forma de recreación pueda proporcionar verdadero placer, relajación y recuperación.

Tan profundo era, por ejemplo, el amor de Abraham Lincoln por Shakespeare que consiguió buscar tiempo para ir más de cien noches al teatro incluso durante los oscuros días de la guerra.

Decía que, cuando las luces se apagaban y la obra de Shakespeare comenzaba, durante unas preciosas horas podía imaginarse a sí mismo en la época del príncipe Hal.

Pero una manera de relajarse incluso más importante para él, que Lyndon Johnson nunca pudo disfrutar, era su amor a, de algún modo, el humor.

Y percibir lo que las partes divertidas de la vida pueden producir como una contraposición a la tristeza.

Una vez dijo que reía para no llorar.

Que, para él, una buena historia era mejor que un trago de whisky.

Su gran habilidad como narrador había sido reconocida por primera vez cuando estaba en el circuito judicial de Illinois.

Los abogados y los jueces tenían que viajar del juzgado de un condado a otro y cuando alguien sabía que Lincoln estaba en la ciudad la gente que estaba en algunos kilómetros a la redonda iban para escuchar sus historias.

Se colocaba con su espalda contra el fuego y entretenía a la muchedumbre durante horas con sus sinuosos relatos.

Todas estas historias se añadieron a su memoria de tal manera que podía usarlas cuando fuera necesario.

Y no eran exactamente lo que esperaríais de nuestro monumento de marmol.

Una de sus historias favoritas, por ejemplo, tenía que ver con el héroe de guerra revolucionario Ethan Allen.

Y según Lincoln contaba la historia, Allen fue a Gran Bretaña después de la guerra.

Y el pueblo británico todavía estaba disgustado por haber perdido la revolución, así que decidieron hacerle pasar un poco de vergüenza colocando un gran retrato del general Washington en la única letrina, donde tendría que verlo obligatoriamente.

Imaginaban que se sentiría ofendido por la indignidad de ver a George Washington en una letrina.

Pero salió de la letrina sin sentirse ofendido en absoluto.

Y entonces le preguntaron: «Bueno,

¿has visto a George Washington ahí dentro?

» «Oh, sí,» dijo, «es un lugar completamente apropiado para él.» «

¿Qué quieres decir?

«, preguntaron.

«Bueno,» dijo, «no hay nada que haga que un inglés se cague más rápido que la vista del general George Washington.»
(Risas)

(Aplausos)
Así que podéis imaginaros, si estáis a mitad de una tensa reunión del gabinete de gobierno — y él tuviera cientos de estas historias — tendríais que relajaros.

Así que, entre sus visitas nocturnas al teatro, sus historias, su extraordinario sentido del humor y su amor por citar a Shakespeare y poetas, encontró la forma de diversión que le ayudó a sobrellevar el día a día.

En mi propia vida, siempre estaré agradecida por haber encontrado una forma de diversión con mi irracional amor por el béisbol.

Que me permite desde el comienzo de los entrenamientos de primavera hasta el final del otoño tener algo para ocupar mi mente y mi corazón aparte de mi trabajo.

Todo empezó cuando sólo tenía seis años y mi padre me enseñó ese misterioso arte de memorizar el marcador mientras escuchaba partidos de béisbol.

Así que cuando él iba a trabajar a Nueva York durante el día yo podía grabar para él la historia del partido de los Brooklyn Dodgers de esa tarde.

Cuando tienes sólo seis años y tu padre vuelve a casa cada noche y te escucha — como yo ahora me doy cuenta, con doloroso detalle le contaba todas y cada una de las jugadas de cada entrada del partido que había tenido lugar esa tarde.

Pero él me hacía sentir como si estuviera contándole una historia fabulosa.

Te hace pensar que hay algo mágico sobre la historia para mantener la atención de tu padre.

De hecho, estoy convencida de que aprendí el arte narrativo de estas sesiones nocturnas con mi padre.

Porque, al principio, yo estaba tan excitada que simplemente soltaba «¡Los Dodgers han ganado!» o «¡Los Dodgers han perdido!» Lo cual le quitaba bastante emoción a la historia de dos horas.


(Risas)
Así que finalmente aprendí a contar una historia desde el principio hasta el medio hasta el final.

Tengo que admitir que, tan ferviente era mi amor por los viejos Brooklyn Dodgers en esta época, que tuve que confesar en mi primera confesión dos pecados relacionados con el béisbol.

El primero ocurrio porque el catcher de los Dodgers, Roy Campanella, vino a mi ciudad, Rockville Centre, en Long Island, justo cuando yo estaba preparándome para recibir la primera comunión.

Y yo estaba tan emocionada — era el primer jugador que iba a ver fuera de Ebbets Field.

Pero resulta que él iba a hablar en una iglesia protestante Y cuando has sido criado como un católico, piensas que si alguna vez pisas una iglesia protestante, caéras muerto en el umbral.

Así que fui a ver a mi padre llorando: «

¿Qué vamos a hacer?

» Él dijo: «No te preocupes.

Va a hablar en un salón parroquial.

Nos sentaremos en sillas plegables.

Va a hablar de espíritu deportivo.

No es un pecado.» Pero cuando me fui aquella noche, tenía la certeza de que, de alguna manera, había vendido la vida eterna de mi alma por esa noche con Roy Campanella.


(Risas)
Y no había indulgencias que yo podía comprar.

Así que tenía este pecado en mi alma cuando fui a hacer mi primera confesión.

Se lo conté al cura inmediatamente.

Él dijo: «No hay problema.

No era un servicio religioso.» Pero entonces, desafortunadamente, preguntó: «

¿Y qué mas, hija?

» Entonces vino mi segundo pecado.

Intenté ocultarlo diciéndolo entre otros: hablar demasiado en la iglesia, desear el mal a otros y portarme mal con mis hermanas.

Pero él pregunto: «

¿A quién le deseas el mal?

» Y tuve que decir que deseaba que varios jugadores de los New York Yankees se rompieran sus brazos, piernas y tobillos —
(Risas)
— para que los Brooklyn Dodgers pudieran ganar sus primeras World Series.

Él dijo: «

¿Cómo de a menudo pides estos horribles deseos?

» Y tuve que decir que cada noche con mis oraciones.


(Risas)
Así que él dijo: «Mira, te voy a decir algo.

Yo amo a los Brooklyn Dodgers, igual que tú, pero te prometo que algún día ganarán de manera justa y clara.

No necesitas desearle el mal a otros para que ocurra.» «Oh, sí,» dije.

Por suerte, mi primera confesión fue …

¡con un cura amante del béisbol!
(Risas)
Bueno, aunque mi padre murió de un ataque al corazón repentino cuando yo tenía veinte y algo años, antes de casarme y de tener mis tres hijos, he transmitido su memoria — así como su amor por el béisbol — a mis niños.

Aunque cuando los Dodgers nos abandonaron para venir a Los Angeles, perdí la fe en el béisbol hasta que me mudé a Boston y me convertí en un fan irracional de los Red Socks.

Y debo decir que, incluso ahora, cuando me siento con mis hijos con nuestros abonos de temporada, a veces puedo cerrar mis ojos bajo el sol e imaginarme a mí misma, niña otra vez, en la presencia de mi padre, viendo a los jugadores de mi juventud en el campo verde bajo nosotros.

Jackie Robinson, Roy Campanella, Pee Wee Reese y Duke Snider.

Tengo que decir que hay magia en estos momentos.

Cuando abro los ojos y veo a mis hijos en el lugar donde una vez mi padre se sentó, siento un amor y una lealtad invisibles conectando a mis hijos con el abuelo cuya cara nunca tuvieron la oportunidad de ver, pero cuyo corazón y alma han llegado a conocer a través de todas las historias que yo les he contado.

Y ésta es la razón por la que, al final, siempre estaré agradecida por este curioso amor por la historia, que me permite dedicar una vida mirando atrás al pasado.

Permitiéndome aprender de todas estas grandes figuras sobre la lucha por conocer el sentido de la vida.

Permitiéndome creer que las personas particulares que hemos amado y perdido en nuestras familias y las figuras públicas que hemos respetado en nuestra historia, exactamente como Abraham Lincoln quería creer, pueden realmente seguir vivas, siempre que nos comprometamos a contar y recontar las historias de sus vidas.

Gracias por dejarme ser esa narradora de historias hoy.


(Aplausos)
Gracias.

https://www.ted.com/talks/doris_kearns_goodwin_lessons_from_past_presidents/

 

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