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Sarah Kaminsky: Mi padre, el falsificador – Charla TEDxParis 2010

Charla «Sarah Kaminsky: Mi padre, el falsificador» de TEDxParis 2010 en español.

Sarah Kaminsky cuenta la extraordinaria historia de su padre, Adolfo, y sus hazañas durante la Segunda Guerra Mundial; usando su ingenio y talento para falsificar documentos y salvar vidas.

  • Autor/a de la charla: Sarah Kaminsky
  • Fecha de grabación: 2010-01-30
  • Fecha de publicación: 2011-09-07
  • Duración de «Sarah Kaminsky: Mi padre, el falsificador»: 840 segundos

 

Traducción de «Sarah Kaminsky: Mi padre, el falsificador» en español.

Soy la hija de un falsificador.

No cualquier falsificador.

Al oír la palabra «falsificador», a menudo se entiende como «mercenario», «dinero falso» o «pinturas falsas».

Mi padre no es de esos.

Durante 30 años de su vida, falsificó documentos.

No para sí mismo, siempre para los demás, y para ayudar a los perseguidos y oprimidos.

Permítanme presentarlo.

Este es mi padre a los 19 años.

De hecho, todo comenzó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando a los 17 años se encontró en un laboratorio de documentos falsos.

Rápidamente se convirtió en el experto en documentos falsos de la resistencia.

Y esta no es una historia trivial, después de la liberación, continuó falsificando documentos, incluso hasta los años 70.

Y yo, de niña, no sabía nada de esto, por supuesto.

Esa soy yo, en el medio, haciendo muecas.

Crecí en los suburbios de París, y era la menor de 3 hijos.

Y tuve un papá «normal”, como todos los demás, excepto por el hecho de que era 30 años mayor que… en fin, tenía edad como para ser mi abuelo.

Era fotógrafo, educador de calle, y siempre nos enseñó a obedecer las leyes con rigor.

Y de su vida pasada, cuando era un falsificador, por supuesto, nunca nos habló.

Sin embargo, hubo un incidente, del que les voy a hablar, que pudo haberme hecho sospechar algo.

Estaba en la escuela secundaria y tuve una mala nota, lo que ocurría muy rara vez, pero de todos modos, había decidido esconderla de mis padres.

Y para lograrlo, pensé en falsificar su firma.

Me dediqué entonces a hacer la firma de mi madre, porque la de mi padre es absolutamente infalsificable.

Así que, me puse a trabajar.

Tomé unas hojas de borrador, y practiqué, practiqué y practiqué hasta adquirir destreza con la mano y falsifiqué la firma.

Más tarde, mientras revisaba mi maletín, mi madre encontró la prueba, y de inmediato vio la firma falsa.

Y me regañó como nunca lo había hecho.

Fui a esconderme en mi habitación, debajo de la manta, y esperé a que mi padre llegara a casa de trabajar, y podría decir, que con mucho temor.

Lo oí llegar.

Me quedé bajo la manta, él entró en mi habitación, se sentó en la esquina de la cama, y se quedó en silencio, así que saqué la cabeza de la manta, y cuando me vio se echó a reír.

Se reía tanto, que no podía detenerse, mientras sostenía mi prueba en la mano, me dijo: «Pero Sarah, pudiste haberte esforzado,

¿no ves que es demasiado pequeña?

» De hecho, es realmente pequeña.

Nací en Argelia.

Allí oí decir que mi padre era un «muyahidín» que significa combatiente.

Más tarde, en Francia, me encantaba parar la oreja para escuchar las conversaciones de los grandes, y oí todo tipo de cosas sobre el pasado de mi padre, y me enteré de que había «estado» en la Segunda Guerra Mundial, de que había «estado» en la guerra de Argelia.

Y en mi cabeza «estar» en la guerra era ser un soldado.

Y conociendo a mi padre, que no paraba de decir que era pacifista y no violento, se me hacía muy difícil imaginarlo con un casco y un fusil.

Y efectivamente, estaba muy lejos de lo que pasaba.

Un día, mientras mi padre preparaba la documentación para que todos obtuviésemos la nacionalidad francesa, vi unos documentos que llamaron mi atención.

¡Eran reales! Y eran míos, nací argentina.

Pero, el documento que vi y que nos iba a ayudar en la tramitación era uno que provenía de los militares en el que se agradecía a mi padre el trabajo para los servicios secretos.

Y luego, de repente me dije: «¡Vaya!»

¿Mi padre, un agente secreto?

Era muy James Bond, en definitiva…

Y quise hacerle preguntas, pero él no respondió.

Y después pensé que, de todos modos, un día iba a tener que hacerle preguntas.

Luego me convertí en madre y tuve un niño, y me dije que ya era tiempo, era imperioso que él nos hablara.

Acababa de ser madre, y él cumplía 77 años, y de repente tuve mucho, mucho miedo.

Temí que se me fuera y que llevara consigo su silencio, sus secretos.

Y logré convencerle de que era importante para nosotros, pero quizá también para otros, que tenía que compartir su historia.

Él se decidió a contármela y yo hice un libro, del cual les leeré unos pasajes más adelante.

He aquí su historia.

Mi padre nació en Argentina.

Sus padres eran de origen ruso.

Y toda la familia se estableció en Francia en los años 30.

Sus padres eran judíos, rusos y sobre todo muy pobres.

Así que a los 14 años, mi padre tuvo que trabajar.

Y con su único diploma, su certificado de primaria, logró que lo contrataran en una tintorería.

Y allí descubrió algo absolutamente mágico para él, y cuando él habla de eso, es fascinante; es la magia de la coloración química.

Ese era el tiempo de la guerra y su madre fue asesinada cuando él tenía 15 años.

Esto coincidió con el momento en que se dedicó en cuerpo y alma a la química porque era el único consuelo para su tristeza.

Todos los días hacía muchas preguntas a su jefe para aprender, para acumular más y más conocimiento, y por la noche, cuando nadie lo veía, ponía en práctica toda su experiencia.

Tenía un especial interés en la decoloración de tintas.

Todo esto para decirles que si mi padre se convirtió en un falsificador, en verdad, fue casi por casualidad.

Su familia era judía y, por lo tanto, eran perseguidos.

Finalmente, todos fueron arrestados y llevados al campo de Drancy y lograron salir en el último minuto gracias a sus documentos argentinos.

Pero, aunque estaban fuera, estaban siempre en peligro.

Tenían el gran sello «judío» en sus papeles.

Fue su padre quien decidió hacerse de documentos falsos.

Mi padre tenía tal respeto por la ley que aun perseguido, no se le ocurría pensar en documentos falsos.

Pero fue él quien se reunió con el hombre de la resistencia.

En esa época los documentos eran de cartón, escritos a mano, e incluían la profesión.

Le era necesario trabajar para sobrevivir.

Le pidió al hombre que escribiera «tintorero».

Y de repente, el hombre pareció muy interesado en él.

«Como tintorero,

¿sabes quitar manchas de tinta?

» Por supuesto que lo sabía.

Y de pronto, el hombre le explicó que, de hecho, toda la resistencia tenía un gran problema: aun los expertos de mayor renombre no podían borrar la tinta llamada «indeleble», la tinta azul «Waterman».

Y mi padre respondió al instante que sabía exactamente cómo eliminarla.

Así que, obviamente, el hombre estaba muy impresionado con este joven de 17 años, que le había dado la fórmula al instante, indudablemente lo reclutó.

Y de hecho, sin saberlo, mi padre había inventado algo que está ahora en los kits de todos los escolares, llamado: «corrector».


(Aplausos)
Pero eso fue solo el comienzo.

Allí está mi padre.

Desde su llegada al laboratorio, pese a que era el más joven, vio de inmediato que había un problema en la fabricación de documentos falsos.

Todas las ejecuciones se limitaban a falsificar.

Pero la demanda era cada vez mayor y era difícil alterar los documentos existentes.

Él se dijo que tenía que fabricarlos.

Comenzó a imprimir.

Puso en marcha el fotograbado.

Se dedicó a fabricar sellos.

Comenzó a inventar todo tipo de cosas con materiales diversos.

Inventó una centrífuga con una rueda de bicicleta.

En definitiva, él tenía que hacerlo porque estaba completamente obsesionado con el rendimiento.

Él había hecho un cálculo simple: podía hacer 30 documentos falsos en 1 hora.

Si dormía 1 hora, 30 personas morían.

De tal manera que, ese sentimiento de responsabilidad por las vidas de los demás, cuando solo tenía 17 años, y también de culpabilidad por ser un sobreviviente, ya que había salido del campo mientras que sus amigos seguían allí; lo acompañó durante toda su vida.

Y esto quizá explica por qué durante 30 años no dejó de hacer documentos falsos y a costa de cualquier sacrificio.

Quisiera hablar de esos sacrificios, porque hubo varios.

Obviamente, hubo sacrificios financieros: porque él siempre se negó a cobrar.

Debido a que si se le pagaba, eso significaba ser mercenario.

Porque si aceptaba la paga, ya no podía decir «sí» o «no» dependiendo de si la causa le parecía justa o no.

Así que fue fotógrafo de día y falsificador de noche, durante 30 años.

Y estaba en la ruina todo el tiempo.

Luego, estaba el sacrificio sentimental:

¿cómo vivir con una mujer teniendo tantos secretos?

¿Cómo explicar lo que hacía en la noche en el laboratorio, y todas las noches?

Por supuesto, hubo otro tipo de sacrificio, de tipo familiar, que comprendí mucho más tarde.

Un día, mi padre me presentó a mi hermana.

Y además, me dijo que también tenía un hermano, y la primera vez que los vi, yo debía tener unos 3 o 4 años y ellos me llevaban como 30 años.

Hoy ambos tienen más de 60 años.

Con el propósito de escribir el libro, fui a hacer preguntas a mi hermana.

Quería saber quién era mi padre, quién era el padre que ella había conocido.

Me explicó que ese padre que ella había tenido, les decía que vendría a verlos el domingo para dar un paseo.

Ellos se preparaban y lo esperaban, pero él casi nunca iba.

Les decía: «Voy a llamarlos».

Y no lo hacía.

Y tampoco iba a verlos.

Y luego un día simplemente desapareció.

Pasaba el tiempo, y primero pensaron que los había olvidado, seguramente.

Y luego, al pasar el tiempo, después de casi dos años, dijeron: «Por último, tal vez nuestro padre murió».

Entonces comprendí que hacerle tantas preguntas a mi padre removía todo un pasado del cual tal vez no quería hablar porque era doloroso.

Y mientras mis medio hermanos se creían abandonados o huérfanos, mi padre falsificaba documentos.

Y si no se los dijo, fue sin duda para protegerlos.

Después de la liberación falsificó documentos para que los sobrevivientes de los campos de concentración emigraran a Palestina antes de la creación de Israel.

Y como era un anticolonialista convencido, falsificó documentos para argelinos durante la guerra de Argelia.

Y luego, después de la guerra de Argelia, su nombre se hizo conocido en los movimientos de resistencia internacional.

Y el mundo entero vino a llamar a su puerta.

En África, había países que luchaban por la independencia: Guinea, Guinea-Bissau, Angola.

Y luego mi padre se alió al partido antiapartheid de Nelson Mandela.

Falsificaba documentos para los sudafricanos negros perseguidos.

También estaba América Latina.

Mi padre ayudó a los que se resistían a las dictaduras en Santo Domingo, Haití, y luego fue el turno de Brasil, Argentina, Venezuela, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Perú, Uruguay, Chile y México.

Y también estaba la guerra de Vietnam.

Mi padre falsificó documentos para los desertores estadounidenses que no querían tomar las armas contra los vietnamitas.

Europa no fue la excepción.

Mi padre falsificó documentos para los disidentes del franquismo en España, contra Salazar en Portugal, también contra la dictadura militar en Grecia, e incluso en Francia.

Allí, sucedió una vez, en mayo del 68.

Mi padre miró con simpatía, por supuesto, las manifestaciones de mayo, pero su corazón estaba en otra parte, y también su tiempo porque tenía que servir a más de 15 países.

Una vez, sin embargo, aceptó falsificar documentos para alguien que Uds.

tal vez reconozcan.


(Risas)
Era mucho más joven entonces, y mi padre aceptó falsificar los documentos que permitirían a esta persona volver a hablar en público.

Y me dijo que esos documentos falsos fueron los más mediatizados y los menos útiles que había hecho en toda su vida.

Pero que si él acepto hacerlos, pese a que la vida de Daniel Cohn-Bendit no estaba en peligro, fue porque era una gran oportunidad para burlarse de las autoridades, y mostrarles que no hay nada más permeable que una frontera y que las ideas no tienen fronteras.

Durante toda mi infancia, mientras que los padres de mis compañeros les narraban cuentos de Grimm, mi padre me contaba historias de héroes discretos con utopías inquebrantables que fueron capaces de hacer milagros.

Y estos héroes no necesitaban un ejército.

Además, nadie los hubiese seguido, excepto un puñado de hombres y mujeres de convicción y valor.

Y me di cuenta más tarde de que en realidad era su propia historia la que me contaba para hacerme dormir.

Le pregunté si, teniendo en cuenta los sacrificios que había hecho, se arrepentía de algo.

Me dijo que no, me dijo que, en todo caso, era incapaz de ver o sufrir las injusticias y no hacer nada.

Y que estaba convencido, y aún lo está, de que otro mundo es posible, un mundo donde nadie necesite un falsificador.

Él sigue soñando con eso.

Mi padre está ahora en la sala.

Se llama Adolfo Kaminsky y voy a pedirle que se levante.


(Aplausos)
Gracias.

https://www.ted.com/talks/sarah_kaminsky_my_father_the_forger/

 

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