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Beeban Kidron: La maravilla compartida del cine – Charla TEDSalon London Spring 2012

Charla «Beeban Kidron: La maravilla compartida del cine» de TEDSalon London Spring 2012 en español.

Las películas tienen el poder de crear una experiencia narrativa colectiva y de delinear los recuerdos y la visión del mundo. La cineasta británica Beeban Kidron evoca escenas cinematográficas representativas, desde «Milagro en Milán» a «Los dueños de la calle», mientras relata cómo su grupo FILMCLUB comparte grandes películas con niños.

  • Autor/a de la charla: Baroness Beeban Kidron
  • Fecha de grabación: 2012-05-10
  • Fecha de publicación: 2012-06-13
  • Duración de «Beeban Kidron: La maravilla compartida del cine»: 792 segundos

 

Traducción de «Beeban Kidron: La maravilla compartida del cine» en español.

La evidencia indica que los seres humanos de todas las edades y de todas las culturas crean su identidad a partir de algún tipo de narrativa.

De madre a hija, de predicador a oyente, de maestro a alumno, de narrador a audiencia.

Ya sea a través del arte rupestre o de los últimos medios de Internet, los seres humanos siempre han relatado sus historias y verdades por medio de la parábola o la fábula.

Somos narradores obstinados.

¿Pero dónde, en nuestro mundo cada vez más fragmentado y secular, ofrecemos una experiencia de comunidad, no mediada por nuestro consumismo vertiginoso? ¿Y qué narrativa, qué historia, qué identidad o código ético les estamos impartiendo a nuestros jóvenes? Podría decirse que el cine es la forma de arte de mayor influencia en el siglo XX.

Sus actores cuentan historias que cruzan fronteras nacionales, en tantos idiomas, géneros y filosofías como uno pueda imaginarse.

Sin duda, es difícil encontrar una temática que una película no haya abordado.

Durante la última década hemos visto una enorme integración de los medios de comunicación mundiales, ahora dominados por una cultura taquillera de Hollywood.

Cada vez más se nos ofrece un régimen en el cual reina la sensación y no la historia.

Aquello que era común entre nosotros hace 40 años, el contar historias entre generaciones, es ahora escaso.

Como directora de cine, me preocupa.

Como ser humano, me produce miedo.

¿Qué futuro puede construir un joven con tan poco conocimiento del lugar de donde viene y con tan pocos relatos de lo que es posible? La ironía es evidente; el acceso a la tecnología nunca ha sido mayor y el acceso a la cultura nunca ha sido tan endeble.

Así fue que en el año 2006 creamos FILMCLUB, una organización que exhibe películas semanales en escuelas, seguidas de debates.

Si pudiéramos incursionar en los anales de 100 años de cine, quizá podríamos construir una narrativa que nos mostrara un significado al mundo fragmentado y agitado de los jóvenes.

Con el acceso a la tecnología, incluso una escuela en un pequeño pueblo rural podría proyectar un DVD en una pizarra blanca.

En los primeros nueve meses, pusimos en funcionamiento 25 clubs de cine en el Reino Unido, con grupos de chicos de entre 5 y 18 años que veían una película sin interrupciones durante 90 minutos.

Las películas se organizaban y se les daba contexto.

Pero la elección era de ellos y nuestra audiencia evolucionó rápidamente para elegir entre el régimen más rico y variado que pudiéramos ofrecer.

El resultado fue inmediato.

Fue una educación de la más profunda y transformadora.

En grupos tan grandes como de 150 o tan pequeños como de 3 miembros, estos jóvenes descubrieron nuevos lugares, nuevos pensamientos, nuevas perspectivas.

Al concluir el proyecto piloto, contábamos con los nombres de miles de escuelas que deseaban participar.

La película que cambió mi vida es una de 1951 de Vittorio De Sica, «Milagro en Milán».

Es una observación notable sobre los tugurios, la pobreza y la aspiración.

Vi esta película con motivo del cumpleaños número 50 de mi padre.

La tecnología en ese entonces exigía contratar un teatro, buscar y pagar por la copia y por el proyeccionista.

Pero para mi padre, la importancia de la visión tanto emocional como artística de De Sica era tal que quiso celebrar su medio siglo de vida con sus 3 hijos adolescentes y 30 de sus amigos, «con el fin», dijo, «de pasar el bastón del interés y la esperanza a la próxima generación».

En la última escena de «Milagro en Milán», los habitantes de los tugurios flotan rumbo al cielo en escobas voladoras.

Sesenta años después de que se filmó la película y 30 años después de haberla visto, veo las caras de los niños elevarse con asombro, su incredulidad semejando la mía.

Y la velocidad con la que relacionan esta con «¿Quién quiere ser millonario?» (Slumdog Millionaire) o con las favelas de Río es prueba del carácter imperecedero.

En una temporada del FILMCLUB sobre democracia y gobierno, exhibimos «El Señor Smith va a Washington».

Esta película, hecha en 1939, es más vieja que la mayoría de los abuelos de nuestros miembros del club.

El clásico de Frank Capra valora la independencia y la propiedad.

Muestra cómo hacer lo correcto, cómo ser torpe de manera heroica.

Es también la expresión de la fe en la maquinaria política como mecanismo de honor.

Luego de que «El Sr.

Smith» se convirtiera en un clásico del FILMCLUB hubo una semana de filibusterismo en la Cámara de los Lores todas las noches.

Y fue muy grato descubrir que la gente joven de todo el país explicaba con autoridad qué significaba el filibusterismo y porqué los Lores podían desafiar su tiempo de sueño por cuestión de principio.

Después de todo, Jimmy Stewart practicó el filibusterismo por dos rollos completos.

Cuando elegimos «Hotel Ruanda», ellos indagaron en la clase más cruel de genocidio.

Causó llanto tanto como preguntas tajantes sobre las fuerzas de mantenimiento de paz, sin armas, y el doble juego de la sociedad occidental que entabló peleas éticas con la idea de bienes en mente.

Y cuando «La lista de Schindler» les exigió que no olviden nunca, un chico, con todo el dolor en la consciencia, señaló: «Ya lo olvidamos, sino de qué otra manera habría pasado lo de ‘Hotel Ruanda’?» A medida que veían más películas, sus vidas se enriquecían.

«El carterista» inició una discusión sobre la marginalización del delito.

«Al maestro, con cariño» encendió a la audiencia adolescente.

Celebraron el cambio de actitud hacia los británicos no blancos, pero criticaron nuestro impaciente sistema escolar que no valora la identidad colectiva como sí lo hizo la cuidadosa tutela de Sidney Poitier.

En ese momento, a estos jóvenes, reflexivos, críticos y curiosos no les preocupó abordar películas de cualquier clase: En blanco y negro, con subtítulos, documentales, cine no narrativo, de fantasía.

Y tampoco les preocupó escribir reseñas detalladas que competían por favorecer una película en vez de otra en una prosa cada vez más vehemente y elegante.

Seis mil reseñas por semana escolar competían por el honor de ser la reseña de la semana.

Pasamos de 25 clubes a cientos y luego miles hasta llegar a tener cerca de 250.000 chicos en 7000 clubes en todo el país.

Y aunque las cifras fueron y continúan siendo extraordinarias, lo que fue todavía más extraordinario fue la experiencia de discusión crítica y curiosa traducida a la vida.

Algunos de nuestros chicos empezaron a conversar con sus padres, otros con maestros, o con sus amigos.

Y aquellos sin amigos empezaron a hacer amistades.

Las películas dieron la idea de comunidad en todo tipo de división.

Y las historias que vieron, ofrecieron una experiencia compartida.

«Persépolis» unió más a una hija con su madre iraní y «Tiburón» fue la forma en que un chico pudo articular el miedo que habría experimentado en su huida de la violencia que acabó con la vida de su padre y luego de su madre, quien fue lanzada por la borda en un viaje en barco.

¿Quién tenía la razón, quién no? ¿Qué harían ellos en las mismas circunstancias? ¿Se contó bien la historia? ¿Hubo un mensaje oculto? ¿Cómo ha cambiado el mundo? ¿Cómo podría ser diferente? Una oleada de preguntas salieron de las bocas de los chicos que el mundo pensaba que no estaban interesados.

Y ellos mismos tampoco sabían que les importaba.

Mientras escribían y discutían, en lugar de ver las películas como mera ficción, comenzaron a verse a ellos mismos.

Tengo una tía que es excelente narradora de historias.

En un momento, ella puede evocar imágenes de sus carreras descalza en la Montaña de la Mesa, jugando a policías y ladrones.

Hace poco, ella me contó que en 1948, dos de sus hermanas y mi padre viajaron en barco a Israel sin mis abuelos.

Cuando los marineros se amotinaron para solicitar condiciones dignas, fueron estas jovencitas quienes alimentaron a la tripulación.

Cuando mi padre murió yo tenía más de 40 años.

Él nunca mencionó ese viaje.

La madre de mi madre salió de Europa de prisa, sin su esposo, pero con su hija de 3 años y diamantes cosidos en el ruedo de su falda.

Luego de dos años de estar escondido, mi abuelo apareció en Londres.

Nunca más volvió a estar bien.

Y callaron su historia a medida que él se integraba.

Mi historia comenzó en Inglaterra con un borrón y cuenta nueva y el silencio de padres inmigrantes.

Tuve «Ana Frank», «El gran escape», «Shoah», «El triunfo de la voluntad».

Fue Leni Riefenstahl con su elegante propaganda nazi quien dio contexto a lo que mi familia tuvo que soportar.

Estas películas contenían lo que era muy doloroso de decir en voz alta y fueron más útiles para mí que los susurros de los sobrevivientes y el ocasional vistazo a un tatuaje en la muñeca de una tía soltera.

Los puristas pueden pensar que la ficción disipa la búsqueda de un entendimiento realmente humano, que el cine es muy burdo como para relatar una historia compleja y detallada o que los directores de cine ponen siempre el drama por sobre la verdad.

Pero en los carretes está el propósito y el significado.

Como decía una niña de 12 años luego de ver «El mago de Oz», «Todas las personas deben ver esto, porque si no lo hacen puede que no sepan que también tienen corazón».

Respetamos la lectura, ¿por qué no respetar también el cine con la misma pasión? Pensemos que el «Ciudadano Kane» es tan valioso como Jane Austen.

Acordemos que «Los dueños de la calle» tanto como Tennyson, ofrecen un panorama emocional y un entendimiento intensificado que funcionan juntos.

Cada pieza de arte de antología es un ladrillo en el muro de lo que somos.

Y está bien si recordamos mejor a Tom Hanks que al astronauta Jim Lovell o tenemos la imagen de Ben Kingsley superpuesta a la de Gandhi.

Y Eve Harrington, Howard Beale, Mildred Pierce, aunque no son reales, nos ofrecen la oportunidad de descubrir lo que significa ser humano y no es menos útil que comprender nuestra vida y nuestro tiempo como Shakespeare al iluminar el mundo de la Inglaterra isabelina.

Supusimos que el cine cuyas historias son un punto de reunión del drama, la música, la literatura y la experiencia humana, acogerían e inspirarían a los jóvenes a que participaran en FILMCLUB.

Lo que no nos imaginábamos eran las notables mejoras en el comportamiento, confianza y logros académicos.

Los estudiantes, reacios de antes, ahora corren a la escuela, hablan con sus profesores, pelean, no en el patio de la escuela, sino para elegir la próxima película de la semana, jóvenes que se han autodefinido, tienen ambición y apetito por una educación y un compromiso social, a partir de las historias de las que han sido testigos.

Nuestros participantes desafían la descripción binaria de cómo describimos con frecuencia a nuestros jóvenes.

No son salvajes ni están ensimismados de manera miope.

Son como otra gente joven que negocia en un mundo con infinidad de opciones, pero con poca cultura para encontrar una experiencia significativa.

Nos sorprendemos de los comportamientos de aquellos que se definen a sí mismos por las cosas que tienen, aunque hemos ofrecido la narrativa como conocimiento.

Si queremos valores diferentes, tenemos que contar otra historia, una historia que entienda que la narrativa de un individuo es un componente esencial de la identidad de una persona, que una narrativa colectiva, es un componente esencial de una identidad cultural, y que sin esta, es imposible imaginarse uno mismo como parte de un grupo.

Porque cuando estas personas regresan a casa después de ver «La ventana indiscreta» y levantan la mirada al edificio de al lado, tienen las herramientas para adivinar quiénes, aparte de ellos, están ahí afuera y cuál es su historia.

Gracias.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/beeban_kidron_the_shared_wonder_of_film/

 

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