Saltar al contenido
Deberes escolares » Charlas educativas » Las consecuencias imprevistas de un mundo acelerado – Charla TEDxManhattanBeach

Las consecuencias imprevistas de un mundo acelerado – Charla TEDxManhattanBeach

Charla «Las consecuencias imprevistas de un mundo acelerado» de TEDxManhattanBeach en español.

¿Por qué razón la tecnología actual nos promete eficiencia, pero nos hace sentir que no tenemos tiempo suficiente? La antropóloga Kathryn Bouskill nos explica las paradojas de vivir de forma acelerada y por qué debemos reconsiderar la importancia de desacelerar el ritmo en este mundo acelerado que nos demanda actuar apresuradamente.

  • Autor/a de la charla: Kathryn Bouskill
  • Fecha de grabación: 2018-11-03
  • Fecha de publicación: 2019-12-09
  • Duración de «Las consecuencias imprevistas de un mundo acelerado»: 566 segundos

 

Traducción de «Las consecuencias imprevistas de un mundo acelerado» en español.

¿Se han preguntado por qué estamos rodeados de cosas que nos ayudan a realizar tareas de forma cada vez más rápida? A comunicarnos con más rapidez, pero también a trabajar y usar los bancos con más rapidez, a viajar, a encontrar pareja con más rapidez, a cocinar, a limpiar con más rapidez y podemos hacer todo esto a la vez.

¿Qué se siente tener que hacer cada vez más cosas en menos tiempo? Para mi generación de estadounidenses, la velocidad se siente como un derecho.

A veces pienso que nuestra velocidad mínima es Mach 3.

Menos que eso y tememos estar perdiendo nuestra ventaja competitiva.

Pero hasta mi generación está comenzando a cuestionar si es que dominamos la velocidad o ella nos domina a nosotros.

Trabajo como antropóloga en la Corporación RAND y, si bien los antropólogos suelen estudiar las culturas antiguas, yo me centro en las culturas actuales y en cómo nos adaptamos a todos los cambios que se dan en el mundo.

Hace poco comencé a investigar la velocidad, junto al ingeniero Seifu Chonde.

Nos interesaba saber cómo se adapta la gente a esta era de aceleración y sus consecuencias en relación a políticas y seguridad.

¿Cómo se vería nuestro mundo dentro de 25 años si el ritmo actual de aceleración sigue aumentando? ¿Qué implicaría para el transporte, el aprendizaje, las comunicaciones, la manufactura, la construcción de armamento, o incluso para la selección natural? Un futuro más acelerado, ¿nos hará estar más seguros y ser más productivos? ¿O nos volverá más vulnerables? En nuestra investigación, las personas aceptaron la aceleración como algo inevitable, tanto las emociones como la falta de control.

Temen que si reducen la velocidad, pueden correr el riesgo de volverse obsoletos.

Afirman que prefieren consumirse a oxidarse.

Y al mismo tiempo les preocupa que la velocidad pueda erosionar sus tradiciones culturales y su apego al hogar.

Incluso quienes están ganando en el juego de la velocidad admiten sentirse algo intranquilos.

Creen que la aceleración está ensanchando la brecha entre los bandos: los del jet-set que andan pululando por allí, y los menos favorecidos que quedan bajo el polvo digital.

Sí, existen muchas razones para predecir que el futuro será más rápido, pero lo que he descubierto es que la velocidad es paradójica.

Y, como todas las buenas paradojas, nos enseña sobre la experiencia humana, sobre lo absurda y compleja que es.

La primera paradoja es que amamos la velocidad, y nos emociona su intensidad.

Pero nuestro cerebro prehistórico no está preparado ni construido para ella.

Así que inventamos montañas rusas, automóviles de carrera y aviones supersónicos, pero nos causan náuseas, latigazos, jet lag.

No hemos evolucionado para realizar tareas múltiples, sino más bien para realizar una única tarea con gran precisión —como cazar—, no necesariamente de forma rápida, pero sí con una gran resistencia.

Actualmente hay una brecha entre nuestra biología y nuestro estilo de vida: una incongruencia entre lo que nuestro organismo puede tolerar y lo que le hacemos tolerar.

Se trata de un fenómeno que mis mentores han denominado «seres prehistóricos en el carril rápido».

La segunda paradoja de la velocidad es que podemos medirla objetivamente: kilómetros por hora, gigabytes por segundo.

Pero cómo sentimos la velocidad —y que nos guste o no— es muy subjetivo.

Así que podemos registrar que la velocidad a la que adoptamos nuevas tecnologías está aumentando.

Por ejemplo, pasaron 85 años desde la invención del teléfono hasta cuando la mayoría de los estadounidenses tuvo uno en casa.

En cambio llevó apenas 13 años que casi todos tengamos teléfonos inteligentes.

Cómo la gente actúa y reacciona ante la velocidad varía según la cultura, y según las personas dentro de la misma cultura.

Las interacciones que se consideran agradables y convenientes en algunas culturas pueden considerarse de muy mala educación en otras.

No pedirían una taza de té para llevar durante la ceremonia del té japonesa para beber hasta la siguiente parada, ¿no es así? La tercera paradoja es que la velocidad produce más velocidad.

Cuanto más rápido contesto, más respuestas obtengo y más rápido tengo que volver a contestar.

Disponer de más medios de comunicación e información al alcance de nuestras manos en cualquier momento iba a hacer que la toma de decisiones fuera más fácil y racional.

Pero no parece que eso esté sucediendo.

Una paradoja más: si todas estas tecnologías más rápidas iban a liberarnos del trabajo monótono, ¿por qué sentimos que nos falta el tiempo? ¿Por qué hay cada vez más accidentes automovilísticos? ¿Porque pensamos que debemos contestar ese mensaje ya mismo? Vivir en el carril rápido, ¿no debería ser un poco más divertido y menos estresante? Existe una palabra en alemán para describir esto: «Eilkrankheit».

Se trata de una enfermedad causada por la prisa.

Cuando debemos tomar decisiones de forma rápida, interviene el piloto automático del cerebro y dependemos de nuestros comportamientos aprendidos, reflejos y sesgos cognitivos para ayudarnos a percibir y responder rápidamente.

A veces eso nos salva la vida: luchar o huir.

Pero en otras ocasiones nos conduce por el camino incorrecto.

A menudo, cuando una sociedad tiene fallas importantes, no se trata de fallas tecnológicas.

Son fallas que se dan cuando tomamos decisiones de forma precipitada y automática, al no realizar el razonamiento crítico y creativo necesario para conectar los puntos, para descartar la información falsa, o para entender temas complejos.

Ese tipo de razonamiento no puede hacerse de forma apresurada, sino que demanda de un razonamiento lento.

Dos psicólogos, Daniel Kahneman y Amos Tversky, comenzaron a señalar esto en 1974, e incluso hoy tenemos dificultades para comprender sus ideas.

La actualidad puede considerarse como una sucesión de aceleraciones.

Es como si creyéramos que, si aceleramos lo suficiente, podemos superar nuestros problemas.

Pero nunca lo conseguimos.

Sabemos esto por experiencia propia y los políticos lo saben también.

Así que ahora recurrimos a la IA para tomar decisiones más inteligentes de forma más rápida, para procesar la cada vez más ingente cantidad de datos.

Pero el procesamiento de datos realizado por máquinas no es reemplazo para el razonamiento crítico y continuo realizado por personas, cuyo cerebro necesita cierto tiempo para que sus impulsos se apacigüen, para ralentizar nuestra mente y permitir que los pensamientos fluyan.

Si están pensando que quizá deberíamos apretar a fondo el freno, esa solución no será siempre efectiva.

Sabemos que un tren que va demasiado rápido puede descarrilar en una curva.

Pero el ingeniero Seifu me explicó que un tren que va demasiado lento también puede descarrilar en una curva.

Así que podremos controlar esta aceleración si entendemos que tenemos más control sobre la velocidad del que pensamos, individualmente y como sociedad.

A veces tenemos que adaptarnos para ser más rápidos.

Vamos a querer resolver el estancamiento, acelerar la respuesta en caso de huracanes, usar la impresión 3D para crear lo que necesitemos en el momento, exactamente cuando lo necesitemos.

Sin embargo, otras veces necesitaremos que nuestro entorno sea más relajado para poder entender los accidentes de la velocidad excesiva.

Y no tiene nada de malo no sentirnos estimulados en todo momento.

Es algo bueno para los adultos y los niños.

Quizá sea aburrido, pero nos da tiempo para reflexionar.

No estar apresurados no es una pérdida de tiempo.

Debemos reconsiderar lo que significa ahorrar tiempo.

La cultura y los rituales de todo el mundo se construyen lentamente, porque la lentitud nos ayuda a reforzar nuestros valores en común y a relacionarnos.

Y el relacionarnos es una parte esencial de ser humanos.

Necesitamos dominar la velocidad, y eso implica considerar en detalle las ventajas de toda tecnología.

¿Nos ayudará a tener más tiempo para expresar nuestra humanidad? ¿Sufriremos la enfermedad causada por la prisa? ¿La tendrá otra gente? Si tienen la suerte de poder decidir el ritmo con el que viven su día a día, cuentan con un privilegio.

Úsenlo.

Pueden decidir que necesitan ambos: acelerar y ralentizar, tiempo para reflexionar y cavilar a su ritmo; tiempo para escuchar y empatizar, para aclarar la mente, para quedarse más tiempo en la mesa tras la cena.

Al imaginar el futuro, consideremos hacer que las tecnologías de la velocidad, el propósito de la velocidad, nuestras expectativas al respecto sean más compatibles con la velocidad humana.

Gracias.

(Aplausos)

https://www.ted.com/talks/kathryn_bouskill_the_unforeseen_consequences_of_a_fast_paced_world/

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *