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LEWIS MUMFORD: Citas y frases célebres

Recopilación de citas y frases célebres de LEWIS MUMFORD

LEWIS MUMFORD

Por desgracia hay enormes intereses creados para hacer de la naturaleza un infierno, y se gana muy poco dinero –en realidad nada- con dejar las cosas tal como están. De manera que es fácil ver cuál será el lado que pierda en un país dominado por el concepto venal de una economía siempre en expansión. La destrucción de la vecindad y la mala construcción puede ser organizada con fines de lucro.

LEWIS MUMFORD

No puede sobreestimarse el provecho en eficiencia gracias a la coordinación y la estrecha articulación de los acontecimientos del día. Si bien este incremento no puede medirse sencillamente en caballos de fuerza, solo tiene uno que imaginar su ausencia hoy para prever la rápida desorganización y el eventual colapso de toda nuestra sociedad. El moderno sistema industrial podría prescindir del cabrón, del hierro y del vapor más fácilmente que del reloj

LEWIS MUMFORD (1934)

En formas sustitutivas más baratas, las masas persiguen las actividades, y las que disfrutan indirectamente, cuando menos, en el cinematógrafo, los diarios ilustrados y los anuncios de modas. Pero las multitudes como tales tienen sus propias formas de diversiones colectivas: las luces que brillan en las avenidas, las que iluminan las fachadas de los teatros y los escaparates de los restaurantes y de los cabarets son para ellas, aun cuando no les sea permitido el acceso a estos centros; los millares de bulbos eléctricos coloreados de los anuncios comerciales son para ellas, tentándolas a beber güisqui, comprar este automóvil, o renovar su vitalidad endeble con ‘píldoras rosadas para personas pálidas’.

LEWIS MUMFORD (1938)

Sin esas exhibiciones las realidades amargas de la pobreza y de la impotencia serían casi intolerables para la masa de los metropolitanos; esos espectáculos contribuyen a compensar el sentido inferior de masculinidad y de femineidad que se desarrolla bajo la presión de la mecanización, y asimismo contribuyen a anestesiar, debido a que las masas participan en ellos, el sentido de soledad que obsesiona al individuo atómico de la gran ciudad.

LEWIS MUMFORD (1938)

La metrópoli vuelve a cobrar vida en los grandes espectáculos para las masas: los matches de box y de lucha, ciertas proezas de resistencia como carreras en bicicleta y exhibiciones de baile que duran días enteros, y también los torneos de destreza campera entre cow-boys, o las carreras de automóviles y de aeroplanos. Se necesitan alardes de fuerza, de habilidad y de audacia para estimular las necesidades básicas animales de la torpeza de la masa. Estas ‘proezas’ suscitan, cuando menos, la forma más inferior de sociabilidad; la expansión básica de ese cuerpo amorfo metropolitano, las costumbres gregarias, lo que antaño se llamaba el instinto del rebaño, es de hecho la sociabilidad residual de la multitud metropolitana. El estadio, donde se reúnen las grandes multitudes para presenciar esos espectáculos, es, lo mismo que la fuerza de la policía, uno de los estigmas característicos del régimen metropolitano; aquí está, si es que existe en alguna parte, su drama esencial: la proeza espectacular y la muerte espectacular

LEWIS MUMFORD (1938)

Para compensar la inferioridad biológica, una serie de juegos y exhibiciones colectivas, basados en la especialización estéril del cuerpo. En resumen, la metrópoli alberga formas destructivas: las drogas, los anodinos, los afrodisíacos, los hipnóticos y los sedativos con el acompañamiento necesario de este estado exacerbado; esfuerzos intensos para recuperar el equilibrio normal del cuerpo sano y de la mente sana; la salvación mediante la aspirina

LEWIS MUMFORD (1938)

El hombre primitivo, inerme, expuesto y desnudo, tuvo bastante astucia para dominar a todos sus rivales naturales. Pero ahora, por fin, había creado un ser cuya presencia provocaría una y otra vez el terror en su alma: el «enemigo humano», su otro yo y contrapartida, poseído por otro dios, congregado en otra ciudad, capaz de atacarlo como Ur fue atacada, sin provocación. La misma implosión que había magnificado los poderes del dios, el rey y la ciudad, y mantenido las complejas fuerzas de la comunidad en un estado de tensión, ahondó también las ansiedades colectivas y extendió los poderes de destrucción. ¿Acaso los mayores poderes colectivos del hombre civilizado no se presentaban en sí mismos como una especie de afrenta a los dioses, a quienes sólo se apaciguaría mediante la implacable destrucción de los fatuos dioses rivales? ¿Quién era el enemigo? Todo aquel que rendía culto a otro dios; que rivalizaba con el poder del rey u ofrecía resistencia a su voluntad. Así, la simbiosis cada vez más compleja que tenía lugar en el seno de la ciudad y en su vecino dominio agrícola fue contrapesada por una relación destructiva y predatoria con todos los posibles rivales; a decir verdad, a medida que las actividades de la ciudad se hacían más racionales y benignas en su interior, se tornaban, casi en el mismo grado, más irracionales y malignas en sus relaciones exteriores. Esto es válido hasta el mismo día de hoy para los conglomerados más extensos que han sucedido a la ciudad.

LEWIS MUMFORD (1961)

En el acto mismo de trasformar laxos grupos de aldeas en poderosas comunidades urbanas, capaces de mantener un comercio más vasto y de construir estructuras mayores, cada parte de la vida se convirtió en una lucha, una agonía, un encuentro de gladiadores que se combatía contra una muerte física o simbólica. En tanto que la sagrada cópula del rey y la sacerdotisa de Babilonia en la cámara divina que coronaba el ziggurat recordaba un anterior culto de la fertilidad, consagrado a la vida, los nuevos mitos eran principalmente expresiones de implacable oposición, de lucha, de agresión, de poder ilimitado: los poderes de las tinieblas contra los poderes de la luz, Seth contra su enemigo Osiris, Marduk contra Tiamat. Entre los aztecas, hasta las estrellas estaban agrupadas en ejércitos hostiles de Oriente y Occidente.

LEWIS MUMFORD (1961)

Si bien las prácticas aldeanas, con un sentido de mayor cooperación, mantuvieron su vigencia en el taller y los campos, es precisamente en las nuevas funciones de la ciudad donde el látigo y la cachiporra -llamada cortésmente cetro- se hicieron sentir. Con el tiempo, el cultivador aldeano aprendería muchas mañas y evasivas para resistir la coerción y las exigencias de los representantes del gobierno; hasta su aparente estupidez sería, a menudo, un procedimiento para no oír órdenes que se proponía no cumplir. Pero los que estaban atrapados en la ciudad, casi lo único que podían hacer era obedecer, tanto si eran abiertamente esclavizados como si eran dominados más sutilmente. Para conservar su respeto por sí mismo, en medio de todas las nuevas imposiciones de las clases dominantes, el súbdito urbano, quien aún no era un ciudadano pleno, identificaría los propios intereses con los de sus amos. Aparte de oponerse con éxito a un conquistador, lo mejor que puede hacer es unírsele y esperar que a uno le toque algo del botín en perspectiva.

LEWIS MUMFORD (1961)

Casi desde su primer momento de existencia, la ciudad, a pesar de su apariencia de protección y seguridad, fue acompañada no sólo de la previsión de un asalto desde afuera sino también de una lucha intensificada en su interior: un millar de pequeñas guerras se hicieron en la plaza del mercado, en los tribunales, en el juego de pelota o en la arena. Heródoto fue testigo ocular de una sangrienta lucha ritual con garrotes entre las fuerzas de la Luz y las de las Tinieblas, que se celebraba en el interior de un templo egipcio. Ejercer el poder en todas las formas era la esencia de la civilización; y la ciudad halló decenas de modos de expresar la lucha, la agresión, la dominación, la conquista… y la servidumbre. Tiene algo de sorprendente que el hombre arcaico volviera su memoria hacia el período ‘anterior’ a la ciudad como si se tratara de una Edad de Oro, o que, como Hesíodo, considerara que cada perfeccionamiento de la metalurgia y de las armas era un menoscabo de las perspectivas de la vida, de modo que el estado humano más bajo fue el de la Edad de Hierro (él no podía prever cuánto más degradarían al hombre las exactas técnicas científicas del exterminio total, mediante agentes nucleares o bacterianos).

LEWIS MUMFORD (1961)

(…) Todos los fenómenos orgánicos tienen sus límites de crecimiento y extensión, que son establecidos por su misma necesidad de permanecer autónomos, abasteciéndose y dirigiéndose a sí mismos: sólo pueden desarrollarse a expensas de sus vecinos si pierden las comodidades mismas con las que las actividades de éstos contribuyen a sus propias vidas. Las pequeñas comunidades primitivas aceptaban estas limitaciones y este equilibrio dinámico, tal como las comunidades ecológicas naturales los registran. Las comunidades urbanas, entregadas de lleno a la nueva expansión del poder, perdieron este sentido de los límites: el culto del poder se regodeaba en su misma ostentación sin límites. Ofrecía los deleites de un juego jugado por puro placer, así como las recompensas del trabajo sin necesidad de la rutina diaria, mediante la rapiña en gran escala y la esclavización al por mayor. El firmamento era el único límite. Tenemos la prueba de este súbito sentido de exaltación en las dimensiones cada vez mayores de las grandes pirámides; del mismo modo que tenemos su representación mitológica en la historia de la ambiciosa torre de Babel, a la que puso fin una incapacidad de comunicación que una excesiva extensión del territorio lingüístico y de la cultura puede haber producido una y otra vez.

LEWIS MUMFORD (1961)

A medida que la población de la ciudad aumentaba, se hacía necesario extender la superficie inmediata de producción de alimentos o bien extender las líneas de abastecimiento y aprovechar los artículos de consumo de otra ciudad, ya por cooperación, trueque o comercio, ya por tributo forzado, expropiación o exterminio. ¿Rapiña o simbiosis? ¿Conquista o cooperación? Un mito de poder sólo conoce una respuesta. Así, el mismo éxito de la civilización urbana sancionó los hábitos y reclamos belicosos que continuamente la minaron y anularon sus beneficios. Lo que empezó como una gotita se hinchó forzosamente hasta constituir una iridiscente pompa imperial de jabón, imponente por sus dimensiones, pero frágil en proporción a su tamaño. Carentes de una cohesión interna, las capitales más guerreras se veían presionadas para continuar la técnica de la expansión, a fin de que el poder no volviera a la aldea autónoma y los centros urbanos donde floreciera inicialmente. Este proceso se produjo, de hecho, durante el interregno feudal en Egipto.

LEWIS MUMFORD (1961)

Si interpreto correctamente los datos, las formas cooperativas de convivencia urbana fueron minadas y viciadas desde el comienzo por los mitos destructivos y fanáticos que acompañaron, y tal vez en parte causaron, la exorbitante expansión de poderío físico y de destreza tecnológica. La simbiosis urbana positiva fue reiteradamente desplazada por una simbiosis negativa, igualmente compleja. Tan conscientes eran los gobernantes de la Edad de Bronce de esos desastrosos resultados negativos que a veces contrapesaban sus abundantes fanfarronadas de conquistas y exterminio con alusiones a sus actividades en bien de la paz y la justicia. Por ejemplo, Hammurabi proclamaría orgullosamente: ‘Puse fin a la guerra; promoví el bienestar del país; hice que las gentes reposaran en moradas amistosas; no permití que nadie las aterrorizara’. Pero, apenas salieron de su boca estas palabras, comenzó de nuevo el ciclo de expansión, explotación y destrucción. En los términos favorables que deseaban dioses y reyes, ninguna ciudad podía lograr su expansión a menos que arruinara y destruyera otras ciudades.

LEWIS MUMFORD (1961)

(…) La más preciosa invención colectiva de la civilización, la ciudad, a la que sólo precede el lenguaje en la trasmisión de la cultura, se convirtió desde el principio en el receptáculo de destructoras fuerzas internas, orientadas hacia el constante exterminio. Como consecuencia de esa tan arraigada herencia, la supervivencia misma de la civilización o, para ser más exactos, de alguna parte considerable e incólume de la especie humana, está ahora en duda; y durante largo tiempo puede seguir en duda, cualquiera sean los arreglos provisionales que se hagan.

LEWIS MUMFORD (1961)

(…) Cada civilización histórica se inicia con un núcleo urbano vivo, la polis, y termina en un cementerio común de polvo y huesos, una Necrópolis o ciudad de los muertos, colmada de ruinas quemadas por el fuego, de edificios aplastados, de talleres vacíos, de montañas de residuos inútiles, con la población masacrada o sometida a esclavitud.

LEWIS MUMFORD (1961)

«Es necesario notar lo siguiente: la mecanización y la sistematización no son fenómenos nuevos en la historia: lo que es nuevo es el hecho de que esas funciones hayan sido proyectadas e incorporadas en formas organizadas que dominan todos los aspectos de nuestra existencia.» LEWIS MUMFORD (1934)

«El autómata es la última fase de un proceso que comenzó con el uso de una u otra parte del cuerpo humano como instrumento. Detrás del desarrollo de los instrumentos y de las máquinas está la tentativa de modificar el medio de una manera que permita fortificar y sostener el organismo humano.» LEWIS MUMFORD (1934)

«Se hubiera podido llegar al régimen moderno industrial sin carbón, sin hierro y sin vapor, pero resulta difícil imaginar que ello hubiera podido ocurrir sin la ayuda del reloj.» LEWIS MUMFORD (1934)

«La nueva actitud hacia el tiempo y el espacio infectó el taller, los bancos, el ejército y la ciudad. El ritmo del trabajo se aceleró, las magnitudes aumentaron, conceptualmente, la cultura moderna se lanzó al espacio y se entregó al movimiento. Lo que Max Weber llamó el ‘romanticismo de los números’ fue la consecuencia natural de este interés. Al llevar la cuenta del tiempo, al comerciar y al guerrear los hombres barajaban números; y finalmente, a medida que se generalizó la costumbre, sólo los números se tuvieron en cuenta.» LEWIS MUMFORD (1934)

«El desarrollo del capitalismo determinó nuevos hábitos de abstracción y de cálculo en las vidas de la gente de la ciudad: sólo los hombres y las mujeres de la campaña seguían viviendo sobre su base local, más primitiva, y en parte permanecían inmunes. El capitalismo desvió la atención de la gente de lo tangible a lo intangible: su símbolo (…).» LEWIS MUMFORD (1934)

«Las grandes series de progresos técnicos que comenzaron a cristalizar alrededor del siglo XVI tenían como base la disociación de lo anímico y lo mecánico. Quizá la mayor dificultad encontrada en el proceso de esta disociación fue la persistencia de la manera de pensar animista.» LEWIS MUMFORD (1934)

«Nadie puede indicar cuándo la magia comenzó a convertirse en ciencia, ni cuándo el empirismo se transformó en experimentación sistemática o cuándo la alquimia fue suplantada por la química, ni tampoco cuándo cedió la astrología lugar a la astronomía; en pocas palabras, no es posible indicar cuándo dejó de ejercer su influencia negativa el deseo de obtener resultados y satisfacciones inmediatas.» LEWIS MUMFORD (1934)

«La pérdida de tiempo llegó a ser para los predicadores religiosos protestantes, como Richard Baxter, uno de los pecados más odiosos. Perder el tiempo deleitándose en los placeres que procura la sociabilidad, o aun en el sueño, era una cosa reprensible.» LEWIS MUMFORD (1934)

«La substitución de la historia por el tiempo mecánico, la del cuerpo viviente por el cadáver disecado, la de los grupos de hombres por unidades desmembradas llamadas ‘individuos’, o en general la del conjunto orgánico complicado e inaccesible por lo mecánicamente mensurable o reproducible, implica obtener un dominio práctico limitado a expensas de la verdad y de la mayor eficiencia que depende de la verdad.» LEWIS MUMFORD (1934)

«La invención mecánica, aún más que la ciencia, fue la respuesta a la fe vacilante y a un impulso vital desfalleciente. Las serpeantes energías de los hombres, que habían corrido por prados y jardines, que se habían arrastrado por grutas y cavernas durante el Renacimiento, fueron transformadas por la invención en la carga hidrostática de una turbina; ya no centelleaban, refrescaban o deleitaban; ahora estaban sujetas a un propósito fijo y determinado: el de accionar ruedas y multiplicar la capacidad de la sociedad para ejecutar trabajos.» LEWIS MUMFORD (1934)

«Cualquier cosa que faltara en la perspectiva del siglo XVII, no era por cierto una falta de fe en la presencia inminente, en el desarrollo rápido y en la gran importancia de la máquina. La fabricación de relojes, la medida del tiempo, la exploración del espacio, la regularidad monástica, el orden burgués, los procedimientos técnicos, las inhibiciones protestantes, las exploraciones mágicas y, finalmente, el orden la exactitud y la claridad de la ciencia física misma eran, quizá, tomadas por separado, actividades poco importantes en sí mismas, pero a la larga formaron un complejo social y una trama ideológica capaz de sostener el peso de la máquina y extender más aún sus operaciones.» LEWIS MUMFORD (1934)

«Los diversos elementos de una civilización nunca están en equilibrio completo; siempre existe un tira y afloje de fuerzas, y en particular existen cambios en la presión ejercida por las funciones destructoras de la vida y aquéllas que tienden a conservarla.» LEWIS MUMFORD (1934)

«Aparte del incentivo de buscar el rico metal, nadie entró en las minas de los estados civilizados hasta los tiempos relativamente modernos sino como prisionero de guerra, criminal o esclavo. La minería no era considerada como un arte humano: era una forma de castigo.» LEWIS MUMFORD (1934)

«Aun el siervo estaba amparado por la costumbre y la seguridad elemental de la tierra misma, en tanto que el minero y el forjador del hierro en el horno era un trabajador libre, o expresado en otras palabras, un trabajador no protegido: el precursor del asalariado miserable del siglo XIX. La industria más fundamental de la técnica de la máquina sólo conoció en un momento de su historia las sanciones las protecciones y los sentimientos humanitarios del sistema corporativo: pasó casi directamente de la explotación inhumana del rebaño-esclavo a la explotación apenas menos inhumana de la esclavitud del asalariado. Y allí donde apareció, provocó la degradación del trabajador.» LEWIS MUMFORD (1934)

«Ya en el siglo XVII los maravillosos bosques de robles de Inglaterra habían sido sacrificados en beneficio del fabricante de hierro. Tan grave era la escasez de este material, que el Almirantazgo, bajo la dirección de Sir John Evelyn, fue obligado a seguir una política enérgica de reforestación a fin de tener suficiente madera para la Marina Real. El ataque continuado contra el medio ambiente del maderero ha determinado su expulsión a zonas más remotas: a los bosques de abedul y de abetos del norte de Rusia y de Escandinavia, y a las Montañas Roqueñas de América.» LEWIS MUMFORD (1934)

«¿Cuáles fueron los aportes específicos de la escuela de Hipócrates, una cura especial, un diagnóstico infalible? En lo más mínimo: el gran descubrimiento de Hipócrates radicaba en la percepción de que la cura de la enfermedad y el sostén de la salud pertenecían a una misma rama del conocimiento y de la práctica: la enfermedad no era una aberración sino una realización del orden de la naturaleza. El método de Hipócrates fue empezar por el paciente y no por el trastorno; verlo en su ambiente y comprender el efecto del clima, agua, suelo, situación y alimento sobre el equilibrio interno del cuerpo. Ejercicio, régimen y dieta resultaron ser, con cambio de escena, los secretos de la cura médica, porque fueron originariamente el secreto del propio mejoramiento de su estado físico, que el hombre llevó a cabo. Los tratados de Hipócrates señalan que el trabajo del médico no difiere en lo más mínimo, con respecto a la dieta, del trabajo originario del hombre para encontrar qué clase de alimentos podía digerir y cuáles eran inaptos para el consumo humano. El hombre no era un cuerpo aislado y su enfermedad ninguna posesión misteriosa del cuerpo por un espíritu maligno, sino un acontecimiento dentro del orden de la naturaleza, a ser seguido y rectificado pacientemente, no por un simple remedio, sino por todos los medios a su alcance para conseguir salud.» LEWIS MUMFORD (1944)

«‘Si cualquiera, fuera del momento oportuno, trata de vencer las enfermedades por la medicina- observa Platón- sólo las agrava y las multiplica. De ahí que debamos siempre tratarlas por régimen, siempre cuando podamos ahorrar el tiempo y no provocar un enemigo desagradable por la medicina.’ Este consejo de paciencia no fue extraño a la cultura griega, mientras mantuvo conexión con la agricultura y continuó viviendo junto al olivo, que no da fruto durante los primeros diez o veinte años de su existencia. Sólo cuando este lazo agrícola se debilitó por el comercio extensivo y la explotación imperialista, la paciencia se acabó. Entonces la gente buscó los caminos más cortos para la felicidad, el éxito o la perfección personal.» LEWIS MUMFORD (1944)

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